93. Déjà vu

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Sonrío para disimular las intensas ganas de llorar que me persiguen después de notar que, nuevamente, él ha decidido que no quiere hablar conmigo

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Sonrío para disimular las intensas ganas de llorar que me persiguen después de notar que, nuevamente, él ha decidido que no quiere hablar conmigo. Había olvidado lo que era ver a Liam molesto, y ahora tenerlo decepcionado y odiándome, me hace sentir de un modo que hace mucho no percibía.

No me abandona esa sensación de ser absorbida por la tristeza en una secuencia que se instala lentamente, tan lento, que siento que me desgarra la piel en el proceso hasta dejarme expuesta. Me percibo hundida en una burbuja de soledad a la que nadie se aventura a adentrarse para hacerme compañía ni siquiera en el silencio. O quizá sí, pero ahora mismo estoy tan cerrada, que nada de lo que me digan o hagan es suficiente para ayudarme a no sumergirme más en el fondo.

No es la primera ocasión en la que esto sucede en esta semana, por eso estoy habituada a que debo evitar llorar en el instituto por mucho que me causo daño al hacerlo. Pero hoy, después de tantos días, ya desesperada por querer que esto se resuelva y viendo cada vez más lejos la posibilidad de que así sea, siento que no puedo.

Camino con los ojos anubarrados en dirección al baño. La visión se me dificulta, pero eso en lugar de detenerme, provoca que apresure mis pasos y evite, siquiera, disculparme con las dos personas con las que tropiezo por mis prisas y torpeza.

Estoy cansada de llorar, de pedirle perdón a la almohada imaginando que es él obteniendo como respuesta un desgarrador silencio, porque al no tenerlo para que se desquite conmigo como supongo que merezco, creo que no tengo más opción que hablar sola. Me siento culpable con mucha razón. Me arrepiento de haberle mentido, pero más que eso, de haberlo lastimado con una decisión que sabía que no era correcta ni siquiera para mí, porque nos hacía daño.

No me refiero a irme a Los Ángeles, porque aunque era una posibilidad, sí quería estar aquí. La decisión de quedarme no la tomé nunca por él y de hecho, cuando hablamos de esto Liam se mostró receptivo. Me habló de las posibilidades de que yo tuviera que irme y me dijo que lo entendería si así lo decidía, pero yo no quería desilucionarlo y por eso recorrí al método más cobarde.

Jamás le mentí con algo más; él no lo merecía y tampoco yo, pero en esta oportunidad solo me acobardé cuando el miedo y la inseguridad empezaron a dominarme y limitaron mis acciones hasta llegar a esto, hasta cubrir la única salida que aun hace días, no supe atravesar, y nos tocó enfrentar la tormenta sin previo aviso.

Ella, mi decisión, arrastró todo a su paso llevándose consigo mi valentía.

Él y yo no tenemos la relación perfecta. Claro que hemos discutido en más de una ocasión: por celos; por fingir un bienestar cuando uno de los dos era culpable en parte por ello y no queríamos herir al otro; por alguna travesura en la que quizá yo no estaba de acuerdo; por más de esas sorpresas que no me agradaban del todo en las que él terminaba en detención, mi humor y algunas otras pequeñeces más, pero siempre hemos sabido solucionarlo tras el paso de algunas horas en las que considerábamos, cada quien había tenido su espacio.

Canela ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora