74. Soy un títere

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Una herida física me parece menos dolorosa que la decepción que me embarga ahora, porque con mucha más facilidad, consigue hacer que mi cuerpo duela completamente

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Una herida física me parece menos dolorosa que la decepción que me embarga ahora, porque con mucha más facilidad, consigue hacer que mi cuerpo duela completamente.

Siento como si otro ser desprendiera la piel de mi cuerpo con sus propias manos, con calma y dedicación, deseoso por admirar mi desilución y recordarme que él mismo, se encargó de deshilachar los sentimientos que se acrecentaron en mi interior sin que yo pudiera detenerlos.

Me siento engañada y usada, tan afligida como me sentí aquel día en el que falleció mi abuelo. Y para nada se siente bien.

De mis ojos aún se desprenden lágrimas de tristeza y rabia, y aunque estas se confunden sin problema con el agua de la lluvia que empapa mi cuerpo sin reparo, no logra disimular esta sensación de vacío que se siente en mi pecho y que se expande hasta cada recoveco de mi cuerpo. Es un vacío que, por extraño que parezca, oprime mi corazón con fuerza.

Pese a eso, no me detengo. Porque aunque me siento frágil, logro conseguir un poco de fuerza para alejarme a grandes zancadas de la maldita noria, frustrada y con ganas de gritarle al mundo por no haberme dado un poco de fortaleza y valor propio el día de mi creación, porque sé que todo esto ha sido mi culpa.

No me detengo en ningún momento y con pasos firmes me dirijo al estacionamiento, donde pretendo esperar a un taxista que me lleve de vuelta al lugar del que no debí salir y que, además, no tenga problemas para aceptar mi dinero mojado, porque me faltó ingenio incluso para traer mi celular y así pedirle a alguien que venga por mí.

Sin mirar a los lados, castañeando por el frío y la desilución, y con los puños apretados, camino decidida. Me ahoga la necesidad de estar sola para liberarme como mi cuerpo lo necesita, pero no puedo hacerlo, porque lo que yo quiera en esta vida no tiene importancia para nadie y lo confirman los dos brazos que me detienen en medio del predio, bajo la lluvia.

Es Juliana quien posiciona frente a mí, apenas mojada, y detiene mis pasos.

—Arya, ¿qué pasó? —pregunta en tono preocupado, yo la miro sin expresión alguna y giro un poco hacia el costado derecho, donde supongo que ella se encontraba y donde dejó al resto de los chicos que se refugian de la lluvia bajo el techo de un kiosco, excepto Liam. No respondo a mi amiga, porque si lo hago, solo le gritaré sin darle importancia a nada más y no quiero lastimarla—. Estás empapada, ¿qué ocurrió allí? ¿Por qué has llorado? —insiste con prisas ante mi silencio.

Juliana ladea la cabeza a la espera de una contestación que no recibe y sin cuidado, me suelto de su agarre para continuar mi marcha.

Está preocupada y no solo por mi bienestar emocional, también le angustia estarse mojando con la lluvia. Pero el frío diluvio y el estruendo que provocan los rayos y truenos es lo que menos importancia tiene para mí ahora.

Continúo mi camino y la dejo allí. No sé si ella me sigue, pero me parece que no porque de hacerlo, no solo me habría alcanzado, sino que estuviese insistiendo para que le explique qué es lo que me está pasando. Y agradezco que no esté detrás de mí porque ahora solo quiero verme como cristal roto en soledad.

Canela ©Where stories live. Discover now