87. El final de nuestra canción

193 30 171
                                    

Intento apartarme de sus labios mucho tiempo después, porque si es por él no nos detendríamos nunca.

Y no es que quiera hacerlo, pero necesito respirar.

Cuando al fin me alejo, lo miro avergonzada.

He sido yo la que ha tomado el control esta vez y no quiero detenerlo, sé que él tampoco quiere, pero ser novata me inquieta.

-L-Liam, yo... yo no... -señalo al fin, con la voz entrecortada.

Mi pecho sigue elevándose sin frenos. No solo por los nervios, sino porque ambos hemos alcanzado un nivel de excitación mucho mayor al que nos hemos enfrentado anteriormente.

-Lo sé, tienes miedo -concluye apenado, interrumpiéndome antes de relamer sus labios hinchados y enrojecidos-. Sé lo que te dije, y es verdad, pero no significa que debe ocurrir justo ahora y no te traje aquí por eso... También es nuevo para mí, ¿recuerdas? Y aunque sí quiero, puedo esperar hasta que estés lista. Podemos detenernos -determina, seguro en su confesión, y esa calidez suya solo me enciende más.

Lo pienso unos segundos sin dejar de mirarlo a los ojos y sonrío ante sus palabras.

Claro que tengo miedo, sin embargo, hace tiempo dije que no permitiría que esta emoción me limite. Estar con Liam es lo que quiero hacer, y de muchas formas.

-Sí creo estar lista... Lo estoy -rectifico, elevando mi mano para acariciar su mejilla.

Liam sonríe aliviado, mueve su mano para posarla sobre la mía y luego la baja lentamente, llevándola hasta sus labios para besarla un par de veces sin dejar de mirarme con esos ojos expectantes.

-¿Estás segura?

Asiento con la cabeza, convencida, y me acerco para besarlo otra vez. Esa es mi respuesta, no hace falta que le diga nada más para asegurarle que esto es lo que quiero.

Liam suelta mi mano, traslada las suyas hacia mi cabeza e introduce sus dedos en mi cabello para retomar sus lentas caricias de ese modo, con suavidad como lo hace siempre, pero paulatinamente toma mi boca como si fuese suya, con ansiedad y adoración, adueñándose de mis fuerzas antes de que yo pueda decir o hacer otra cosa, pero, sobre todo, arrepentirme.

No me creo capaz de hacerlo, y como ínfima muestra, rodeo su cuello.

Me besa desesperado y dejándose llevar por las ansias, tirando suavemente de mi cabello y añadiendo leves mordiscos que logran excitarme todavía más. Y aún mostrándose temeroso y tímido, desliza sus manos por mi cuello y brazos hasta instalarlas en mi cintura y atraerme hacia su cuerpo de forma posesiva segundos más tarde.

Los golpeteos furiosos de mi corazón contra el pecho se hacen sentir cada vez más intensos. Su respiración se acelera y no soy capaz de darle nombre a la impetuosidad de la mía, porque se vuelve tan trabajosa como la capacidad de conservar la voluntad.

Tengo el estómago apretado por este cúmulo de sensaciones desconocidas que se intensifican cada vez más, esparciéndose a pasos agigantados por cada zona de mi cuerpo y ahuyentando mis defensas. Realmente estoy nerviosa, pero sé que no quiero parar aunque percibo que cada parte de mí se desvanece en sus manos, que mis fuerzas van menguado con cada roce de su piel contra la mía.

Su lengua recorre cada recoveco de mi interior con fascinación, deleitándose con ese paraíso que ya es su hogar y yo no puedo hacer nada, más que dejarme llevar por las ganas de que finalmente me haga suya. Él me saborea con ímpetu y deseo, como si fuese su sabor de helado favorito que está próximo a extinguirse y debe comerlo con rapidez, vehemente. Y se lo permito, permitiéndome sentirlo también.

Canela ©Where stories live. Discover now