73. Jodidamente manipulable

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Con paso lento y restándole importancia al aguacero que cae sobre mi cuerpo, camino un rato más tarde hacia donde se encuentran mis amigos, procurando ignorar el estruendo que causan los truenos y, sobre todo, no pensar demasiado.

Por eso, tras cada paso que doy, presto atención en demasía a cada charco de barro que se forma en el suelo a causa de la lluvia, intentando despejarme, convenciéndome que aquello que veo es lo más impresionante a la vista de un artista. Y aunque le encuentro forma a cada uno de ellos, sé que no son nada, al menos no algo positivo.

Esos huecos ni siquiera son indispensables para los humanos, al contrario, son simplemente una cavidad vacía que no puede llenarse al menos por sí sola. Así me siento yo.

Según decía un artículo que leí hace unas semanas —consecuencia de la insistencia de Arya por esos temas de psicología—, las críticas que hacemos al mundo no son más que proyecciones de nosostros mismos. Son características nuestras que ponemos sobre otro objeto animado o inanimado de forma inconsciente para negarnos a aceptar aquello que somos realmente, y hoy lo creo cierto.

Ahora me encuentro juzgando al desastre de piso que se encuentra bajo mis pies, pero realmente hablo de mí. Yo soy ese hueco profundo y vacío intolerable para todos que se empeña en alejar aquello que es capaz de llenarlo hasta el tope y de rebosarlo hasta desbordarse sin ningún problema: Arya.

No soy más que una estructura de órganos y sangre sin espíritu, pisoteada y digna de pisotear, sin forma ni sentido. Pero que es, por sobre todas las cosas, manipulable.

Jodidamente manipulable.

Nada hice, más que verla alejarse con un cúmulo de sentimientos y emociones negativas que aunque no querría, también me afectan a mí, porque desde hace mucho no puedo controlar mi sentir al saber que ella está mal.

Así ha sido desde aquella primera vez que la vi derramar una lágrima frente a mis ojos y no supe cómo reaccionar, y luego la segunda, la tercera y todas las siguientes. Y hoy también ha sido así.

Sé que hoy, sus lágrimas derramadas han sido muchas y también sé que no son las únicas. Tengo muy claro que hay más llanto del cual yo tenía idea, pero había querido creer que no solo porque me perturba verla así.

Me había negado a aceptar que a ella esto le está afectando demasiado, porque de algún modo también soy egoísta.

—¿¡Qué le hiciste!? —grita Juliana cuando llego junto a ellos, sacándome parcialmente de mis pensamientos, porque la verdad es que me siento despersonalizado y ajeno a todo, y no soy capaz ni de responderle. Además, si intentara contarle todo el mal que le hecho a su amiga, jamás acabaría. Y tampoco quiero recordarlo.

Merezco todo el odio del mundo, por eso no me inmuto cuando ella, furiosa, se acerca más a mí y golpea mi pecho una y otra vez, tomando más fuerza tras cada golpe.

—¡Eres un maldito idiota, no te mereces nada! ¡No la mereces a ella! —continúa gritando, yo suelto una risa nasal.

Todo lo que dice es cierto y no me importa que lo grite a los cuatro vientos, ni siquiera tengo fuerzas para defenderme.

No tengo posibilidades de quedar impoluto ante sus acusaciones.

—Juli, espera —habla una de las chicas para intentar tranquilizarla, pero ella continúa golpeándome y gritando.

—¿¡No vas a decir nada!? —se dirige a mí, todavía bramando.

Jamás la vi tan molesta, y creo que tampoco me gusta.

—¿Qué quieres que te diga? —pregunto con un tono de voz apenas audible, desganado y encogiéndome de hombros. Ella me mira con el entrecejo extremadamente fruncido a causa de la ira y vuelve a golpearme, lanzando insultos que acompañan sus topadas.

Canela ©Where stories live. Discover now