83. No pienses que te esperaré toda la vida

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—No voy a mentirle a Amy, Liam, lo siento —sentencia mamá, derrumbando mis ilusiones sin remordimiento

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—No voy a mentirle a Amy, Liam, lo siento —sentencia mamá, derrumbando mis ilusiones sin remordimiento.

Suspiro y me dejo caer en la banca de la barra de desayuno, decepcionado.

En este momento me gustaría tener el poder de moldear mentes.

—No vas a mentirle, solo no le dirás la verdad —insisto, mirándola con ojos de cachorro abandonado y mostrando el mejor puchero que Ann me ha enseñado antes.

Reconozco que dejé de transmitir ternura hace muchísimos años, pero en este caso necesito poner todas las cartas sobre la mesa para conseguir que complazca mis desesperados deseos. Sé que es difícil, pero quiero intentarlo.

Mamá continúa negando por varios segundos en los que nadie dice nada, luego deja de verme y camina, moviendo tazones con diferentes aperitivos de un lado a otro en la cocina.

—¿Por qué no piden permiso como se debe? —pregunta, usando ese tono de análisis que parece venir arraigado a la maternidad, a la vez que extrae un tazón con frutas de la nevera. Toma algunas de ellas y deja el resto en su envase de plástico.

—¿Por qué te angustia tanto? —consulta papá, que ahora ingresa a la cocina con algunas bolsas negras en manos, mientras yo me levanto y camino hasta tomar un mazo de uvas que Anna dejó sobrantes en el cuenco y que colocó sobre la encimera.

Me regreso para sentarme en la banca de la barra, viendo a mamá recorrer la cocina con prisas y a mi padre extrayendo una caja blanca de una de las bolsas.

—Arya no sabe porque se supone que es una sorpresa, y me da miedo decirle a sus padres y que ellos no acepten porque es demasiado loco... Los necesito —persisto suplicante, Anna voltea y me ve con pena. Ya tomó su decisión, y sé que difícilmente cambiará de parecer—. De verdad quiero hacer esto... Vamos, mamá, solo será un día. Es tu amiga, ella te creerá.

La observo expectante durante esos segundos eternos que demora en contestar, todavía analizándome, luego ve a mi padre, comunicándose con la mirada. Solo me basta con verlos negar para saber que es todo. No cuento con su apoyo esta vez.

—Te amo, hijo, pero aprendí en mi adolescencia que esto de mentir jamás resulta bien. Habla con ellos y tu papá y yo te respaldamos, pero no voy a ocultar la verdad porque si algo sale mal, todos estaríamos en problemas. Me considero una mujer y una madre responsable —explica serena, con esa mirada comprensiva que siempre me muestra.

Alexander secunda su decisión y yo suspiro sonoramente, a la vez que dejo caer mis hombros con resignación.

Ella tiene razón, pero no quita el hecho de que tenía esperanzas de que esto podría resultar bien. Necesitaba esforzarme un poco para convencerlos.

Al menos lo intenté.

—Está bien, lo hablaré con ellos en un rato —aseguro con pesar, poniéndome de pie para abandonar la cocina luego de dejar las uvas a un lado.

Canela ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora