81. Piezas similares de un puzzle

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—¿Perfecta? —me pregunta cuando salgo del baño.

Muevo la cabeza, mostrándole una sonrisa ladeada que solo en el fondo contiene gracia. Él ya se duchó y ahora viste un conjunto de algodón que consiste en una camiseta blanca y un short gris con la silueta de recuadros negros.

—Perfecta, salvo por el hecho de que llevo tu ropa porque a alguien se le olvidó que estaba lloviendo, no pudo resistirse un segundo a estar entre mis labios y como consecuencia, se mojaron hasta mis panties —añado en un falso reproche.

Liam suelta una carcajada, incorporándose para quedar sentado en la cama.

—No necesitas panties, Arya —recalca, todavía burlón—. Ven aquí... Mis bóxers te quedan perfectos y mis camisetas ni se diga. Suerte que no los había usado, porque mi abuela cree que ese es el mejor regalo de cumpleaños del mundo para dejarme todos los años. Afortunadamente, me mandan una buena suma como complemento que simplifica todo mal —añade, como si fuese muy importante dejarlo claro.

Ruedo los ojos, pero lo obedezco y me acerco hasta sentarme en la cama, frente a él y con las piernas cruzadas.

—Pude haber usado ropa de tu mamá —le recuerdo, pero niega pausadamente.

—Pero sería aburrido. Yo quería verte en mi ropa y como es mi cumpleaños, es tu deber complacerme.

—Y lo dices porque tú te colocas los vestidos para Arianna, ¿verdad? Entonces en ese caso es normal usar la ropa que no te va —le pico, para que sepa que no olvidé el detalle de la mañana.

Liam me mira con los ojos bien abiertos.

—Ni se te ocurra decir nada al resto del mundo, esos son el tipo de sacrificios que tengo que hacer para verla contenta.

—Y para verme contenta a mí, ¿qué harías? —pregunto para seguirle el juego, con una picardía que me sorprende.

—Lo que sea que me pidas, menos besar sapos o usar vestidos en público, ¡qué bochorno!

—¿Lo harías en privado entonces? —apunto con burla.

Él niega.

—O... tú me quieres tanto que no me lo pedirás jamás. Ya sabes, para eso de proteger mi salud mental que tanto te preocupa —sugiere. Besa mi frente y se levanta de la cama tranquilo, mientras yo río—. Voy a buscar algo para comer, ponte cómoda. Y para que no digas que soy una mala persona que no paga sus deudas, voy a consentirte y veremos esa serie ridícula que tanto te gusta —asegura con una mueca, luego gira para salir de la habitación.

—Sei bello! [¡Eres precioso!] —exclamo en un grito cuando atraviesa la puerta.

—Posso capirti! [¡Puedo entenderte!] —grita él desde afuera, yo solo puedo reír, hasta que continúa—. Y tú lo eres más.

Me levanto de la cama de puntitas, porque detesto caminar descalza y no tengo calcetines, complacida y bastante feliz, y me acerco a su escritorio para tomar su laptop y buscar la serie, mientras él hace lo que sea que pretenda hacer. Cojo el equipo entre mis manos y me dispongo a volver al colchón, pero me percato de algo que capta mi atención sin mucho esfuerzo y me detengo sorprendida.

Dejo la computadora de vuelta en su lugar y camino dos pasos hacia la izquierda para tomar el objeto de mi interés, nerviosa, pero con una sonrisa adornando mi rostro.

Mis ojos se empañan al instante y tras cada segundo que pasa se incrementan los latidos de mi corazón, porque me siento extraña ante lo que tengo frente a mí. Las lágrimas no tardan en iniciar su conocido recorrido a través de mis mejillas y con precaución, entre conmovida y halagada, alejo la figura de mi cara para evitar mojarla.

Canela ©Where stories live. Discover now