18. Pausa a tu juego

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No espero a los vítores del público, así que me levanto con mi guitarra en manos y la coloco dentro de su estuche luego de extraer mi pequeño bolso que he dejado antes adentro

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No espero a los vítores del público, así que me levanto con mi guitarra en manos y la coloco dentro de su estuche luego de extraer mi pequeño bolso que he dejado antes adentro. La dejo a un costado del escenario donde ha estado toda la noche y bajo para huir del manojo de nervios que me abruman y refugiarme en el exterior de la hacienda, no sin antes hacer una visita al baño.

No es el mejor escondite, pero lo necesito.

No me preocupo por mirar los escalones del escenario cuando desciendo con apremio para alejarme de él, desesperada por esconderme. Pienso que incluso si me caigo, hacer el ridículo sería menos intenso que lo que estoy sintiendo ahora.

Este es, sin duda alguna, el momento más incómodo que he tenido en mi vida.

Y por mucho.

Es extraño incluso para mí que ahora lo vea de este modo, pero creo que estaba habituada a su mirada y su sonrisa ufana, que aunque en un principio me hizo sentir miserable, desde un tiempo atrás ya no me provoca nada. Odio la que me muestra ahora: intensa y dulce, curiosa, deseosa por descubrir sin permiso todos los misterios que aguardan en mi interior. La detesto porque temo que pueda conseguirlo, porque no conservo la fuerza para impedírselo y porque cada día mis energías van menguando.

Quiero hacerlo, pero no soy capaz de detener lo que en mi interior empiezo a sentir.

Y me pone nerviosa.

Me aterra.

Intenté mantenerme firme durante los minutos que duró la canción, pero no fue posible calmar mis emociones dentro aunque por fuera sí lo parecía.

La música logra transformarme, pero en este caso no fue suficiente. Solo quería que los minutos acabaran, o regresar el tiempo atrás para evitar que las palabras de Camila y las mismas suyas lograran convencerme. Quise demostrarle a él que todo estaba perfecto, porque si le demuestraba que todavía me afecta, nuevamente lo dejaría ganar.

Y no es lo que quiero desde hace mucho.

Camino aprisa, esquivando a las personas que se atraviesan en mi camino y que ya han vuelto a sumergirse en sus propios mundos después de escuchar nuestra presentación, hasta que en el peor momento me detienen.

—¡Qué bien lo hiciste, linda! —me halaga la madre de Camila, la señora Sandy, que frena mis pasos y me rodea de inmediato en un abrazo que demoro algunos segundos en responderle por la sorpresa.

—Gracias, señora —contesto sonriente al separarnos. La veo a la cara, a esa sonrisa vacía que me muestra, y no puedo evitar que mi gesto desaparezca tal como parecen haberlo hecho sus ganas de vivir hace tiempo, desde que se separó de su esposo.

Canela ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora