66. Jugar a la casita

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—Y Liam fue el que recibió el golpe. Pobrecito mi bebé —finaliza Anna, dando paso a las carcajadas de todos los presentes, excepto por el aludido.

—¿Eras tan curioso? —le pregunta mamá.

Él solo aprieta los labios hacia adentro y se encoge de hombros sin decir nada, luego me mira con fastidio, dándome a entender que no quiere continuar en esta situación en la que su madre la ha dado protagonismo.

Desde hace media hora estamos en el salón comedor de mi casa, compartiendo una cena que nuestras madres organizaron para hoy martes, tres días después de nuestro paseo al parque natural.

La noche ha transcurrido entre anécdotas, y justo ahora, Anna contaba que hace algunos años, Liam estaba de curioso en casa de sus abuelos maternos, chismeando en la construcción de una pared divisoria que reparaban en aquella casa. Todo había ido genial en medio de la conversación que él tenía con el contratista y en la que no tenía otro interés que aprender de la experiencia del señor con respecto a su trabajo, hasta que un viejo bloque de cemento resbaló de las manos del hombre y cayó en su espalda arruinando su momento.

Yo, aunque intento contenerme, no puedo evitar reír ante aquellas historias de las que incluso Mateo se burla con fascinación. El italiano realmente está disfrutando de esto. Sin embargo, su ridícula existencia ahora no me perturba, porque me gusta mucho este tipo de reuniones que Anna y mi madre organizan cada tanto y que nos ayudan a compartir más momentos juntos tanto a nosotros como en familia, eso es más importante. Además de que me sirve para conocer aquellas cosas que quizás él nunca se atrevería a contarme por vergüenza y que su madre no se limita a darnos a conocer.

Esta anécdota en particular, aunque me causa gracia, también hace que mi corazón salte con un poco de orgullo, porque me hace ver que a Liam le gusta todo eso de la arquitectura desde que era más joven, y esto que le apasionan a me hacen bien de un modo que no creí posible. Descubrí que me gusta oírlo hablar con estusiasmo de aquello que lo hace feliz.

—Bueno, Arya tampoco se queda atrás —añade Ruggero y no puedo hacer más que advertirle con la mirada que se calle, él solo me mira con diversión.

Giro a ver a Liam, que ahora parece disfrutar de este momento tanto como mi descerebrado primo.

Maldito italiano.

—Tengo mucha curiosidad —interviene Liam, mirándome con excesivo interés. Deja el cubierto, apoya los codos sobre la mesa y entrelaza sus dedos, preparado para escuchar aquella ridiculez que no quiero ni imaginar, porque tengo muchos recuerdos vergonzosos en mi miserable existencia que no quiero que él ni nadie más conozca.

Veo a mi primo y niego con la cabeza frenéticamente, suplicándole con la mirada que se detenga si no quiere morir en mis manos, pero él ignora mis súplicas sin reparo.

—Cuando Arya tenía seis años, habían organizado una reunión familiar en casa de los abuelos en Venecia —empieza el descerebrado, yo bufo. Ya sé hacia dónde va a encaminar esto—. Era el cumpleaños del abuelo y había muchas personas, las suficientes como para mantener una conversación interminable entre los adultos que parecía ser mucho más interesante que prestarle atención a los niños. Éramos unos cuatro, siempre habíamos sido relativamente tranquilos y por eso no había problema, exepto por el hecho de que Arya era una curiosa sin remedio.

—Nos reímos mucho ese día —añade papá, ya riendo.

Giro a verlo, incrédula. Esto es increíble.

—El esposo de la tía Alessandra había dejado su botella de alcohol mal parada y ella empinó aquel recipiente para tomarse todo lo que quedaba en él, y no era una cantidad pequeña. Recuerdo que hubo gritos, exclamaciones de preocupación y más, pero todo el mundo terminó riendo al final por las muecas de esta niña. Y aun así, el mal sabor no la limitó a tomarse todo —termina el animal, mirándome con una sonrisa triunfal y dando paso a las risas de todos, menos la mía, porque solo puedo mirarlo con desprecio.

Canela ©Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ