Epílogo.

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-Hogar, dulce hogar -anunció Luke mientras apoyaba las maletas en el suelo, justo después de cerrar la puerta-. Bueno, aún no es hogar, pero podemos hacer que lo sea en cuestión de tiempo, ¿no crees?  

Observé el lugar, sintiendo aún esos nervios que se habían ido multiplicando durante el vuelo. Lo había dejado todo en manos de Luke, me había empeñado en no saber absolutamente nada sobre la casa para que fuese más especial verla por primera vez, y ahora que la tenía enfrente no comprendía por qué me había preocupado siquiera de que no fuese como me la imaginaba. Era mucho mejor.

-¿Qué te parece? -preguntó a mi lado el rubio con inseguridad en su voz.

-Sabía que podía confiar en ti -dije sonriéndole para después volver la cabeza de nuevo a lo que se iba a convertir en mi nuevo hogar, como había dicho Luke.

Las paredes estaban completamente desnudas, pero solo era cuestión de tiempo que se llenase de fotos o cuadros. Podíamos hacer de ese lugar algo nuestro. Solo nuestro.

Caminé por el suelo de madera hasta uno de los ventanales que dejaban entrar una brisa fresca a la casa y observé las vistas que nos ofrecía. Ahí estaba, por fin, justo delante de mis ojos, la preciosa Italia.

El sol empezaba a precipitarse sobre el Mediterráneo y las casas, que parecían estar colocadas meticulosamente unas encima de otras, empezaban a iluminarse a las orillas de Salerno. Las fachadas de las viviendas, que observaban el mar moverse de un lado a otro y chocando contra las rocas, eran tan coloridas que parecían hechas con el propósito de que hicieran compañía al cielo durante el atardecer en Positano, que me hacía sentir como si fuera la primera vez que veía al Sol escondiéndose tras el horizonte.

Comparé el ruido de Nueva York, los edificios grises y el olor a contaminación y comida con la calma que traía el sonido del mar moviéndose, las pequeñas casas, llenas de luz y color, y la brisa que acarreaba con ella el olor a agua salada, vegetación y magia.

No me puedo creer que esté aquí.

Miraba por la ventana y ni siquiera parecía real, me sentía como si no fuese yo la que estaba viviendo aquello, la que se encontraba por fin donde sentía que debía estar. Donde siempre había sabido que debía acabar.

-¿Cómo has conseguido una casa con estas vistas? -le pregunté a Luke, aún absorta por la imagen ante mis ojos, mientras el mar se empeñaba en absorber al Sol, el cual parecía resistírsele un poco más, como si no sintiese que había brillado lo suficiente todavía.

-Una pareja de ancianos quería deshacerse de la casa desde hacía tiempo y pusieron un anuncio, no fue difícil -contestó para después colocarse a mi lado.

Suspiré.

-Imagínatelo -siguió hablando él, dándose la vuelta para quedar de espaldas al panorama de la ciudad. Yo hice lo mismo para ver cómo sus brazos se estiraban y las palmas de sus manos se abrían-. Pintaremos las paredes de naranja, colocaremos el sofá ahí y los muebles por toda esa parte -sus manos se movían, señalando diferentes partes de la sala-, así parecerá más espacioso, y cuando todo esté listo podemos colgar tus cuadros por toda la casa y… ¡ah! Tienes que subir arriba.

-¿Para qué? -pregunté después de soltar una pequeña risa.

-Es una sorpresa -dijo con una sonrisa en el rostro-. Solo diré que es posible que no todo se haya quedado en Nueva York.

Fruncí el ceño y caminé apresuradamente hacia las escaleras de caracol, hechas de madera, que consiguieron marearme levemente. Pensé que acabaría acostumbrándome a subirlas y bajarlas todos los días y, de alguna forma, me sentí aún más emocionada de estar ahí.

Pensé que escucharía a Luke subiendo detrás de mí, pero no fue así. Cuando casi estaba en la segunda planta, bajé la velocidad de mis pasos, pasando más tiempo en cada peldaño casi involuntariamente. Pero seguí avanzando.

Me llevé la mano a la boca cuando vi de qué se trataba. Era mi estudio. En Italia. Nunca dije que quería trasladarlo porque sabía que iba a suponer un esfuerzo innecesario y, de todas formas, podía comprar nuevos materiales aquí, aunque no pudiesen reemplazar a los que ya eran míos, los que había usado durante años. Sabía que Luke tenía en cuenta lo que me costaba dejar mi estudio atrás a pesar de que yo no se lo había dicho, simplemente porque era Luke, pero nunca habría imaginado que lo traería todo aquí.

Pero ahí estaban mi atril y todas mis pinturas al lado de blocs de dibujo completamente nuevos, láminas intactas y mis carboncillos, metidos en sus respectivas cajas. Estaba en Italia. Tenía mi estudio. Tenía a Luke, y sabía que yo le importaba tanto como él me importaba a mí.

Porque éramos así; nos hacíamos felices, de alguna manera, el uno al otro siempre que estábamos juntos, nos queríamos, nos odiábamos a ratos, pero eran sentimientos de los que no teníamos que hacer constancia frente al otro, porque los dos lo sentíamos en los huesos.

Solo faltaba alguien.

Sacudí la cabeza frustrada. Quería no pensar tanto en Calum, pero todo desde hacía una semana parecía desembocar en lo mismo. Él. En la canción que me debía. En si habría una próxima vez o no.

-Debería haber esperado a decírtelo después de deshacer las maletas -dijo Luke detrás de mí, con un tono divertido.

-Comprenderás que tengo que pintar algo ahora mismo, ¿verdad? -dije mirándole mientras juntaba mis manos la una contra la otra en un gesto de súplica.

-Menos mal que juraste no volver a pintar en tu vida -bromeó mientras rodaba los ojos.

Reí a la vez que recordaba algo que me había dicho Calum hacía un tiempo sobre la forma que tenemos de volver siempre a lo que nos brinda una vía de escape, por más que nos frustre a veces no obtener los resultados esperados. Sea cual sea la razón, las ganas de abandonar siempre acaban yéndose.

-Además, había pensado en ir a explorar los alrededores y eso -añadió antes de resoplar y cruzarse de brazos.

-Dame un par de horas y soy toda tuya -insistí, parpadeando rápidamente en un intento de ablandarle y hacerle cambiar de opinión. Él mantuvo la expresión en su rostro firme y aparentemente inalterable-. Vamos, Luke, a partir de ahora viviremos aquí. Tenemos todo el tiempo del mundo.

-Solo una hora -dijo, señalándome con su dedo índice.

-Dos -intenté negociar.

-Una y media.

-Trato.

Sonreímos y estrechamos las manos para zanjar el acuerdo. Después él volvió a bajar las escaleras farfullando algo inentendible y yo me giré hacia el lienzo, cogí un pincel y lo mojé en el bote de pintura naranja.

Manos a la obra.

Let's be Unpredictable.Where stories live. Discover now