Capítulo 72.

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Desperté en el estudio de dibujo.

Miré a mi alrededor en silencio, despacio y con tranquilidad y fruncí el ceño cuando me di cuenta de cómo estaba el suelo, con toda mi pintura tirada, huellas de diferentes colores que iban desde el charco de témpera al sofá.

Una pequeña carcajada salió de mis labios antes de que me diera cuenta.

Froté mis ojos despacio y me incorporé de una forma aún más lenta.

Cuando estuve sentada al borde del sillón, apoyé el tobillo sobre mi rodilla y me incliné para observar la planta de mi pie. Una mezcla de pintura de diferentes colores cubría mi piel, al igual que en mis brazos y mis manos.

Dios mío, pensé aún sonriendo.

Volví a tumbarme y miré al techo, reflexionando sobre demasiadas cosas a la vez. Recordando todo lo que había pasado la tarde anterior. El juego, las tres prendas por cada respuesta errónea, los piques y las sonrisas burlonas. Los gritos, las risas, las pisadas de Calum a mi espalda y su voz ordenándome que me detuviese.

El desván, los besos, las caricias, el fuego.

Los giros, la pintura, las carcajadas silenciosas.

Nuestras manos cubiertas de témpera, mis dedos recorriendo su espalda de cabo a cabo, los suyos inspeccionando mi cuerpo con delicadeza.

Te quiero, Sherman.

¿Te quiero, Sherman?

¡Te quiero, Sherman!

Me puse en pie de golpe y caminé por la habitación, viendo cualquier paso que cada uno de mis pies daba sin mirarlo realmente. Recordando todo de nuevo. Una y otra vez. Y una vez más. Me sentí nerviosa, muy nerviosa. Recordaba aquellas últimas palabras y el tono de su voz, sus brazos alrededor de mi cuerpo, su cabeza al lado de la mía, su respiración contra la piel de mi oreja…

Te quiero, Sherman.

Me encogí en mí misma, agachándome hasta quedar de cuchillas y abracé mis rodillas para después esconder la cabeza entre mis brazos. Cerré los ojos. Mi respiración se aceleraba, al igual que mi pulso.

Mi estómago empezó a dar vueltas y cada vez dolía más.

¿Qué me pasa? me pregunté a mí misma.

Enamorada, susurró mi subconsciente en un apenas audible eco.

No.

No sabía qué pensar, ¡ni siquiera sabía qué sentía! Era fuerte, pero podía no ser amor. No quería que fuese amor. No quería enamorarme, pero cuando estaba con él parecía no importarme en absoluto si acababa haciéndolo. Entonces caía más y más en él, como quien cae en un pozo sin fin.

Eso era el amor; caer sin preocuparte en absoluto lo mucho que puede doler el impacto final.

Él había hecho que decir esas siete letras pareciese fácil. Tan fácil que me daban ganas de gritar todo lo que mis pulmones me permitían: ‘’¡Te quiero!’’

Pero para mí no lo era. En absoluto.

Me levanté despacio y volví a mirar el cuarto. Una y otra vez. Como si fuese a cambiar en cualquier momento. Como si ya hubiese cambiado.

Entonces fijé la mirada en mi atril, todavía con ese horrendo cuadro que había pintado hacía menos de un día y que, en su momento, me había desagradado lo suficiente como para acabar frustrada por el resultado. Ahora parecía bonito.

Pero no era el cuadro en lo que me fijé, sino en una pequeña caja cuadrada que contenía un disco dentro. Un disco que estaba completamente en blanco excepto por una palabra en tinta negra, escrita con una caligrafía inclinada y pequeña.

Let's be Unpredictable.Where stories live. Discover now