Capítulo 90.

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Abrí los ojos de golpe y observé el techo de mi habitación. Me tomé un tiempo para respirar tranquila e intentar desenredar mi cuerpo de las sábanas, después me levanté y caminé hasta el baño, intentando mantener el equilibrio, ignorando lo mareada que me sentía y la extraña sensación que tenía de ligereza.

Me miré al espejo y me pregunté qué hora era. Bajo mis ojos había dos círculos grises, que estaba segura se tornarían negros si seguía pasando noches así. Me incliné sobre el lavabo y mojé mi cara con agua fría para después secarme con una toalla.

Volví la mirada al espejo y me quedé así durante un tiempo, mirando mi reflejo en silencio. Hasta que mis ojos vislumbraron una sombra corriendo detrás de mí. Me di la vuelta rápidamente, con los ojos bien abiertos, más despierta que nunca. Contuve la respiración, agudicé el oído.

Silencio.

Me escondí tras la pared del baño, justo al lado de la percha en la que había algunas toallas colgadas, junto con mi albornoz. Esperé ahí callada, inmóvil, con el corazón latiéndome a mil pulsaciones por milisegundo.

Sentí una corriente fría en la nuca, como un soplido leve que hizo que mi piel se erizara y saliese corriendo del cuarto de baño. Corrí por la madera del suelo, miré en todas las direcciones. De repente mi habitación parecía mucho más pequeña.

El sonido de un zumbido leve fue incrementando hasta taladrar mis oídos. Di vueltas sobre mí misma, intentando no pestañear y deseando poder observar la habitación entera a la vez. Sonaba como avispas. Sentí pinchazos en la planta de mis pies y mi respiración acelerándose cada vez más.

Escuché pisadas, volví a ver una sombra fugaz a mi derecha. Mantuve los ojos totalmente abiertos… Nada. Fruncí el ceño y sentí mi labio inferior temblar mientras empezaba a retroceder hasta chocar contra la pared. Entonces me quedé quieta.

Notaba movimiento en la habitación, pero no había nada. No había nadie. Y el zumbido seguía, aunque un sonido parecido al de pequeños cristales chocando contra el suelo le acompañaba desde hacía unos instantes. Y la habitación era más pequeña. Más y más pequeña.

Un susurro.

Lo había escuchado, y sabía que no me lo había imaginado. Y otra vez… Sombras, sombras, sombras. Y me sentía como si estuviesen envolviéndome y quitándome el aire cada vez de una forma más efectiva.

Risas.

Murmullos.

Sombras.

Mi cabeza daba vueltas, y vueltas, y vueltas, hasta que cerraba los ojos con fuerza e intentaba imaginarme que nada estaba pasando y que podía transportarme a cualquier otro sitio. Inventarme otra persona y convertirme en ella. Seleccionar recuerdos de mi cabeza que deseaba borrar y eliminarlos todos de golpe, sin más.

Una voz, la misma que había estado susurrando, sonó esta vez alta y clara.

-Tú deberías estar muerta, no yo.

Me incorporé rápidamente en la cama y sentí la garganta como si hubiesen hecho de ella jirones, los ojos humedecidos y mi respiración alterada. Intenté ubicarme de nuevo y tranquilizarme. Me costó, aunque acabé consiguiéndolo.

Eran las diez y veinte de la mañana y el sol entraba por la ventana. Esta vez no había oscuridad, ni avispas, ni sombras, ni murmullos… Ni May Belle.

Tú deberías estar muerta, no yo.

Suspiré.

Sabía que lo mejor era que me levantara e hiciese algo, pero no me veía con ánimos ni fuerzas para moverme siquiera de la cama, así que me quedé ahí, pensando en el instituto y en lo que todo el mundo estaría diciendo sobre May Belle, sobre su asiento vacío y el titular del periódico local.

Let's be Unpredictable.Where stories live. Discover now