Capítulo 21.

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Me quedé callada.

Nunca me había preocupado eso de besar a alguien porque, sinceramente, no me importaba lo más mínimo. Siempre había pensado que no necesitaba un chico para ser feliz. Pero Calum había llegado, rompiendo los esquemas y había cambiado absolutamente todo en tan poco tiempo.

No dije nada porque no vi ningún inconveniente en lo que él proponía. Mi estómago dio un vuelco y mi corazón palpitó aún más rápido que las otras veces. Mi subconsciente susurraba ''no seas ingenua'', pero los latidos de mi corazón eran tan fuertes que apenas podía escuchar lo que la cabeza me decía. En ese momento, estaba segura de que quería que Calum fuera mi primer beso. Ese momento, ese lugar, esa persona y a esa misma hora.

Estábamos tumbados en un césped irregular, en mitad de ninguna parte, con los búhos cantando y la luna alumbrándonos como si fuera un foco y nosotros estuviéramos representando alguna de las obras de William Shakespeare. Los caballos se encontraban colina abajo, interactuando entre ellos, mordisqueando las plantas y esperando a que volviéramos para cabalgar hasta el campamento. Un poco de aire se empezaba a levantar y aún así el ambiente se sentía más caliente que nunca. Las estrellas eran como pequeños diamantes cosidos a un vestido azul marino que formaba parte de la colección de invierno de este año. Todo era diferente a como yo había, en el pasado, imaginado la escena de mi primer beso. Sobre todo porque desde un principio, me lo había imaginado con Bratt, delante de todo el mundo en el instituto.

Pero entonces supe que no quería eso.

No quería que mi primer beso fuera en la cafetería del instituto, repleta de gente a quien no conocía observando cada movimiento, con ese peculiar olor a albóndigas en su salsa misteriosa entrando por mis fosas nasales y ruidos de bandejas metálicas chocando contra las papeleras. Quería que fuera en nuestra colina secreta del monte Breinware, con el exquisito olor a hierba húmeda inundando cada milímetro del aire que corría en los pocos milímetros que había entre él y yo, y con nada ni nadie, excepto las estrellas que iluminaban el cielo oscuro, siendo testigo de nuestras acciones.

No quería que mi primer beso fuera con Bratt, el musculoso titular del equipo de baloncesto del instituto, castaño y de ojos azules verdosos que tenía a todas las chicas, tanto de mi curso como de cursos superiores e inferiores, locas. Quería que fuera con Calum, el chico que había venido nuevo desde Sydney, Australia, aquel que conseguía irritarme con tan sólo pronunciar una palabra, el de ojos y cabello negros como la noche. El chico con miedo a las alturas, las agujas y los cambios.

Poco a poco, notaba cómo su cuerpo se acercaba al mío y podía sentir su respiración alterándose, cosa que me mortificó: Al menos tenía la certeza de que él estaba en el mismo estado en el que yo me encontraba.

Nuestras respiraciones se juntaron en el miserable espacio que quedaba entre sus labios y los míos mientras yo deseaba que desapareciera de una vez, esperando que Calum acabara con ese juego que tanto le divertía de sacarme de quicio y llevarme hasta el extremo para conseguir escuchar las palabras que él quería que dijera. Pero no iba a hablar, simplemente porque estaba segura de que, si lo intentaba, no habría palabra entendible que saliera de mi boca en aquellos precisos momentos. Todo estaba nublado dentro de mi cabeza, y nada era claro excepto una palabra. Un sustantivo propio que se repetía en mi cabeza una y otra vez:

Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum. Calum.

Let's be Unpredictable.Where stories live. Discover now