Capítulo 63 - Vergüenza

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Capítulo 63

Augusto

"Vergüenza"

Me estoy transformando en aquello que odio. Empiezo a ser parte de ese selecto grupo de idiotas con poder que han perdido lo más valioso de un ser humano, su dignidad. Jodí a mi mujer y mi hijo, perdí una hija, y ahora estoy tirando por la borda el cálido afecto de Elena Chang, tras tomar posesión de su cuerpo, porque yo tenía que ser el primero, el maldito conquistador de su virginidad...Me desprecio...

Armo la maleta a toda velocidad. Me voy de la cabaña antes de lo previsto y es por una razón. Miedo. Tengo terror de encararla de nuevo. Descubrir que mi veneno hizo efecto, y de aquel amor bonito solo queden las ruinas de mi desprecio.

Lo lamento, Elena.

No estoy preparado para regresar a la nevera. Así le dicen algunos a Bogotá. Ni siquiera deseo entrar en mi hogar, vacío, triste. No quiero. Por primera vez acepto la oferta de Eddy. En su diminuta madriguera estaré bien.

Llego callado a su casa minimalista y veo la maqueta que prepara con esmero. Nunca me interesaron sus proyectos filantrópicos. Sabía que la paga era pésima, y sin embargo el mostraba entusiasmo por ganarse esas miserias. Siempre dijo que la vida se lo recompensaría. A lo mejor es cierto. Es un hombre feliz. Que mejor recompensa que llevar una vida tranquila, libre de culpas.

-¿y bien? – Me dice apenas entro.

- Y bien ¿Qué? – Le devuelvo la pelota.

-¿No vas a ir a Canadá por tu familia?

-Allá están bien, Por ahora.- Mi extraña respuesta le intriga. Eddy frunce el ceño y se rasca la cabeza. Como siempre, no sabe nada de mí.

Me desplomo en un sillón, y fijo la vista en un punto ciego del techo.

-Debo entregar las modificaciones a más tardar mañana, así que siéntete como en tu casa – Asiento a su oferta, pero permanezco una o dos horas, mirándolo trabajar.

Termina el minucioso oficio dos horas después. No se ve cansado. No hay obstinación en él. No le molesta mi escrutinio.

-Vamos a comer, Augusto – Me induce a moverme del cómodo mueble – Hoy, yo invito la pizza y las cervezas – Me anuncia – Quizás sea la única forma de sacarte del cascaron.

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Un elegido no toma cervezas, no fornica, no tiene pensamientos mundanos. Edgardo estaba llamado por el altísimo para cumplir una misión mucho más noble que hacerles casas a los niños pobres del mundo. En cambio, gracias a mí, su destino se vio truncado. No consume hostias y bebe vino de consagrar, se relame de las ganas por hacerlo, y lleva una vida similar a la de un monje tibetano. No invierte en lujos. Según sé, donara una suma alta a su fundación, de fallecer. Esos fueron los arreglos que pactó con un abogado de la firma, uno que no es su hermano. Yo sé más de él que él de mí. Irónico.

-Prueba el de anchoas – No deja que me sirva, él lo hace por mí.

Saboreo la intensidad de la sal en mi lengua, y revive el viaje, el mar, Elena dejándome ser a mis anchas sobre su cuerpo. A Edgardo la curiosidad lo mata, pero no existe confianza entre nosotros, no de la que desnuda el alma. Yo soy políticamente incorrecto, desprovisto de la moral compartida. Decirle lo que me agobia es igual que hacer acto de confesión frente a un candidato al premio Nobel de la Paz.

-¿Por qué te viniste de San Andres? – Mastica su trozo de pizza y le da un sorbo al refresco de cola – No es por el clima obviamente.

Languidezco al no encontrar un modo amable de sacarle el cuerpo al tema. Mientras mastico lentamente, busco en el archivo de las excusas inventadas la menos estúpida, una que no sea la invitación a otra.

-No tiene sentido estar en un paraíso tropical sin mi mujer y mi hijo – Digo amablemente.

-Tampoco lo tiene el viaje a Canadá- Refuta de inmediato y vuelve morder otro pedazo de pizza.

-Brenda hace bien en buscar los brazos de su madre. Yo no le caigo a mi suegra, pero eso no es motivo para separarla de sus padres en un momento como este. Canadá es perfecto por muchas razones que no entenderías, y que sinceramente no tengo ganas de explicarlas.

-Entonces quieres mi compañía pero no el apoyo moral que te brindo – Expone desilusionado – Dijiste que allá están bien. Lejos de ti, están bien – Repite con ironía - ¿Por qué tienen que estar separados para estar bien? ¿No son acaso una familia solidad que se fortalece en la adversidad? – Y de nuevo veo la inclemente duda, salpicando en sus vivaces ojos oscuros.

Eddy debió estudiar psicología. Cada vez que abre la boca me destruye.

-¡No lo somos hermanito! – Rezongo, ya cansado de aguantar – Brenda, odia lo que hago. De la noche a la mañana vio la clase de clientes que protejo y está dispuesta a todo por atrincherarse de su esposo. El mal reposa en mí – Concluyo.

-Cambia - Me recomienda. No le teme al Demonio, posiblemente porque es un hijo de Dios comprobado.

-Eso trato...

-Lo haces mal...

-Eddy, no estás en la misma posición que yo. Y gracias a Dios que no lo estas. Hagamos de cuenta que estoy de paso, recuperando el tiempo perdido y siendo un considerado hermano mayor. Tengo mucho dolor fresco, mucha pieza regada en el suelo. Dame chance.

-Y mientras tanto todo se cae a pedazos.

-Créeme, sigo de pie.

-Arrepentimiento y vergüenza. Dos palabras que desconoces – Agrega en el último mordisco. Se levanta y me dedica una mirada lastimera – Acondicioné la habitación de huéspedes para ti. Puedes instalarte. No te molestare más.

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Como casi todo, entre mi hermano y yo la conversación termina mal. Hago de cuentas que no ha pasado nada y me ajusto al dormitorio que amablemente Eddy acondicionó. Es preferible compartir el espacio con el hijo preferido de Dios que volver a mi casa a encontrarme con mis demonios.

Un crucifijo cuelga de un clavo en la pared, justo sobre la cabecera de la cama. Es un antiguo ritual de protección que Eddy trasladó a su hogar. Al igual que en otros tiempos, agarro el pequeño colgante y lo guardo en la gaveta de la cómoda que esta al lado. "Lo siento, querido Dios", pienso al instante. No analizo la abominación de mis actos y mucho menos que en los tiempos que atravieso es justo lo que necesito, el respaldo del altísimo durante el descanso nocturno.

Por la ventana se cuelan los rayos de luz que emana la luna. Es imposible luchar con mi inconsciente, y de nuevo viene a mi mente la cara de Elena. La mujer misteriosa. La mujer que ve a través de la máscara. La mujer que dejé ir después de usarla primero. Eso último me descompensa. Es tal mi grado de angustia que he olvidado por completo el miedo a ser perseguido. No obstante es el miedo el que me indujo a hacer lo que hice

-Elena – Libero en voz alta – Mi hermosa e imposible Elena – Afirmo, asumiendo que ella es mi verdadero amuleto protector – Perdóname por amarte mal...

Quizás Dios me conceda la absolución que yo mismo me he negado. Con ese pensamiento fijo, quedo dormido.


ENTRE LA ESPADA Y LA PAREDWhere stories live. Discover now