Capítulo 83 - El golpe

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Capítulo 83

Augusto

"El golpe"

Brenda se refugia con Braulio en una propiedad en las afueras de la ciudad, mis padres la acompañan. Yo he abandonado el oficio de conducir y de usar vehículos relacionados con la empresa. Estoy tapando todos los huecos. Uno de mis grandes temores es la asociación indebida, Mauro me lo advirtió, siempre que su nombre no salga a relucir todo estará bien. Esto no se lo he dicho a Ricardo. La bola crece y los problemas se expanden ¿Cómo pretendo tenerlo de mano derecha si soy incapaz de contarle que tenemos un accionista entre las sombras?

Encuentro el momento idóneo para hablar después de una reunión que se extiende por horas. Todos se marchan y yo le hago señas al musculoso abogado, aminorando su entusiasmo por irse. Esperamos a estar verdaderamente solos y por fin le cuento la otra parte de la historia.

-Puedo con lo que sea – Proclama el animal salvaje, en su estado de reposo – Trabajar contigo es hacer un curso intensivo de mil tareas a la vez. Es un currículo bastante amplio el que consigo en el cargo que estoy ocupando.

-No tengo nada que objetar de tu desempeño, Ricardo. Eres del tamaño del compromiso que se te impone.

-Entonces ¿Cuál es el problema? – Indaga con el gesto consternado.

-Debí contarte la historia completa del éxito que obtuvimos desde el principio – Enarca las cejas y muestra el recelo producto de mi odiosa declaración.

-Triunfamos porque eres el "Señor de los Milagros", el que todo lo puede y todo lo consigue, eso me dijiste aquel día, con las nuevas pruebas en la mano.

-¿No te dio curiosidad saber cómo las obtuve? Nadie logra la hazaña de la noche a la mañana. Detrás de una enorme maquinaria hay un grupo igualmente enorme trabajando.

-Sospechaba, era natural, no te voy a mentir. Observo los acontecimientos y creo mis conclusiones. Omití por decisión y voluntad.

-Y por decisión y voluntad yo te voy a contar quien es la equis en esta ecuación – Tengo miedo de abrir la boca, no estoy confiando mis secretos al buena gente de Eleazar Pinzón, estoy en frente de un lobo. Uno malo, aunque no lo parezca.

Se acomoda en el sillón y opta por una posición más cómoda – Estoy aquí, te escucho...

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Sobra decir que Ricardo se alarmó un poco de nuestra inesperada conexión con el narcotráfico italiano. Este detalle nos transforma en delincuentes de cuello blanco. Otra forma sutil de degradar nuestro éxito. Basándonos en la ley de legitimación de capitales, estamos incurriendo en crímenes graves, solo por recibir fondos provenientes de movimientos ilícitos.

No sé porque, apenas lo conozco, pero confío en Mauro Benedetti ciegamente. Una parte de mi lo seguirá hasta el final de los tiempos. La otra está bastante escéptica. Convencer a Ricardo de ser mi cómplice, nos unirá de por vida.

Ahora, tres semanas después de haber recibido la noticia de la fuga de Sergio Blanco, en vez de ir a mi hogar, me dirijo a un apartamento alquilado en una zona de clase alta. El taxista me ignora, y lo agradezco. No tengo ganas de hablar. Ese mismo silencio aterrador es el que se corta al escuchar el repique de mi teléfono, con un número desconocido en la pantalla.

-¿Es usted Augusto Corona? – Trago seco y respondo que sí – Necesitamos que pase por la comisaría.

-¿Qué está pasando? ¿Atraparon a Sergio Blanco?

-No tiene que ver con Sergio Blanco.

-Si no tiene relación con Sergio Blanco ¿Por qué debo ir?

-Hubo un asesinato. Se presume que la identidad de una de las víctimas es la de su hermano Edgardo Corona. Deberá ir al lugar del siniestro a reconocer el cuerpo.

Todo ruido desaparece. El mundo se detiene, y de pronto estoy solo con mi conciencia. El golpe de la noticia me obliga a reaccionar enérgicamente, lanzando el aparato al costado del asiento y grito como nunca por la impotencia da hallarme en esta situación...

 El golpe de la noticia me obliga a reaccionar enérgicamente, lanzando el aparato al costado del asiento y grito como nunca por la impotencia da hallarme en esta situación

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