Capitulo 105 - Ese nombre

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Capítulo 105

Augusto

“Ese nombre”

                Aún recuerdo las palabras de Brenda posterior al encuentro íntimo… “Sí tienes que matar para protegernos, hazlo”… No solo lo dijo con propiedad, no hubo atisbos de duda o miedo, era como ver la escena de una pareja inescrupulosa copulando.

Me provocó fumar un cigarrillo en virtud de lo relajado que me sentía, pero no confio en nadie, incluso en mi esposa. Ella es el cáliz, pero también es el veneno. Nadie que aprueba el asesinato es de fiar. Eso lo aprendí en el ejercicio del Derecho Penal. Y siendo un abogado que defiende al malo de la película, conozco las características de aquellos que no nos convienen.

Ahora mismo estoy rodeado de gente inconveniente. La gente buena está bajo la tumba, o demasiado lejos para afectarme.

Sí tengo que enumerarlos, no son muchos. Mi hijo, mis padres y Eleazar Pinzón.

—Coordina el viaje a Roma — Me dijo mi esposa, justo en el momento en que el sueño se apoderó de sus parpados cansados.

                No era una sorpresa, tarde o temprano tenía que ocurrir.

                Ahora juego con el aparato telefónico, dudoso de ese encuentro forzado y riesgoso, tratando de explicarle a Mauro Benedetti que existe un peligro mayor a ser descubiertos por las autoridades, y su nombre es Brenda.

—No te preocupes, Augusto, todas las mujeres son iguales. Ya verás cómo recupera la confianza en ti. Solo te pido que me des una semana. Ciertos asuntos me tienen ocupado.

—De acuerdo, iremos a Roma entonces. Aprovechare la contingencia para conocer Italia.

—Es una excelente idea. Le diré a Rocco que coordine el traslado de sus pertenencias a una propiedad que tengo reservada para esta ocasión.

—Podemos quedarnos en un hotel, no es problema pagarlo —Le comunico con cautela.

—Mi gente no se queda en hoteles, Augusto. Yo me encargo de la logística — El jilguero de atenciones me hace sentir como un bastardo. El italiano me agasaja y yo busco puntos débiles.

                Soy una mierda.

                Por suerte, a mi mente viene el recuerdo constante de tres personas que no se parecen a mí. Tres personas que fallecieron siendo inocentes. Edgardo lo habría aprobado, es en nombre de una noble causa que lo hago.

—Gracias por los detalles —Agrego humildemente. Me trago el comentario adicional de “gracias por hacer la convención de mafiosos en Caprí, y sacarme de la cama en la madrugada para reunirme con ellos”.

                Al terminar la conversación, otro instante arrebatador de  mi mujer acapara mi atención. Sus palabras no se salen de mi cabeza.

                “Sí tú tuviste algo que ver con la muerte de Sergio Blanco, nunca te juzgaría”… Ella me aceptaría siendo el asesino que soy, reconozco emocionado.

                Ahora, mi trabajo es descubrir quién es Carlos Ignacio Restrepo, y que relación amistosa guarda con Mauro Benedetti.

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                Los días transcurren y pronto me encuentro sentado en la larga y enorme mesa de Mauro Benedetti, en su fortín personal.  De nuevo soy atendido como un rey por la servidumbre de su casa, y mi mujer no es menos adorada. 

                Casi me voy de boca contra la mesa al descubrir el lugar que Mauro le dio al cuadro de Elena Chang, en la estancia principal, a la vista de cualquiera que entre a su casa y se siente a conversar con él en la enorme sala. Sus muebles blancos no desentonan. Todo tiene una acertada armonía, y de hecho, esa magnética aura se apodera de mí, como si Elena estuviera junto a nosotros en ese instante. Mauro me observa con un brillo especial y me ayuda a reponerme.

— ¡Es impresionante, lo sé! —Dice con cierta magistral naturalidad — En cuanto vi ese cuadro, también tuve sentimientos ambiguos. Es poderoso, grotesco y triste, pero al mismo tiempo tiene temple.

                Las mujeres asienten, a ninguna le sorprende la opinión. Y nadie, además de Mauro y yo, conoce el origen y significado de esa obra.

                Siento que Mauro me agarró de las pelotas, y me las retuerce bajo la mesa. Estoy preso de muchas maneras, con los grilletes invisibles arrastrados por mis pies. Sabe mucho de mí. Demasiado.

En cada frase una doble intención se asoma, cada palabra está dedicada a mi subliminalmente. El italiano inteligente me demuestra la fuerza que representa el conocimiento profundo de sus allegados. Eso de la investigación no es un juego de niños. Conoce a cada uno de nosotros, está en control. Sin embargo yo le sé sus secretos también. Esos viajes a Venezuela que no son puro negocio, ese romance callado con la mujer casada, ese amor imposible que lo amarra a Suramérica. Todos tenemos un Talón de Aquiles,  y Mauro Benedetti no es la excepción.

De nuevo no está su hijo. El jovencito estudia en Norteamérica, en un reconocido internado, lejos del peligro.

—Algunos desaprueban mi forma de criar a nuestro hijo, un amor distante —Dice el magante, al tiempo que traduce para que su esposa entienda. Le sonríe y le sostiene la mano. Es todo un espectáculo digno de verse — Yo le estoy enseñando las bases para que sea un hombre independiente, capaz de mantener el legado de la familia Benedetti, le transmito mis conocimientos y le hablo con claridad de lo que sucederá el día que yo falte.

                “Lo que sucederá”, casi temo preguntar a que se enfrentara el muchacho. Yo sé lo que sucederá con el mío, será mi enemigo, se meterá en todo y me obligara a crear la misma distancia que existe entre Benedetti y su hijo. No puedo contarle lo que hice para salvar a la familia ni mucho menos involucrarlo en los negocios de la mafia, que es lo que asumo será el destino del joven Marco.

                ¿Esto es lo que quiero para el resto de mis días? ¿Seré el sirviente de un amable Capo Italiano? ¿Tener a un hijo condenado?

 

ENTRE LA ESPADA Y LA PAREDWhere stories live. Discover now