Capítulo 84 - El viaje

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Capítulo 84

Augusto

"El viaje"

A la comisaria llega Ricardo Arenas, el único al que llamé, por no ser pariente directo de Edgardo. En mi depresión solo puedo pensar en maldecir y vomitar. Dos actividades inútiles en tales circunstancias. La calma del lobo me reconforta, él toma el mando al comprobar que lloro desconsoladamente en un sillón de la recepción. Se ocupa de hacer una investigación, y después de definir lo que está pasando con claridad, me aborda.

-Augusto, tendrás que viajar – Me anuncia – el cuerpo se encuentra en San Antonio del Táchira, en Venezuela.

Al escuchar el sitio, empiezo a entender que esto es verdad. No existen equivocaciones al respecto. Mi hermano había alquilado una propiedad en el vecino país. Reniego con furia y me cubro el rostro con ambas manos.

-¿Qué más te dijeron? – Yo ya escuché el relato. No me concentré lo suficiente para atenderle hasta el final. Las emociones me superaron.

-Le dispararon en el pecho y la cabeza. También su acompañante murió. Ambos fallecieron por impactos de balas – Me derrumbo de nuevo y golpeo la pared con mi débil puño de abogado. Me duele, aunque no se le compara a la rabia y el dolor apresados en mi comprimido pecho.

Ricardo se levanta y me controla. No es a quien quisiera tener a mi lado. Él no es mi amigo, es mi socio en la actualidad. Mi verdadero amigo se fue lejos. Eleazar, me hubiese abrazado, luego reprendido, y quizás, después de juzgarme, hubiese atendido mis necesidades humanas. Ese era él.

-Voy a llamar a tú mujer ¿La llamo yo? – con el aparato en la mano, aguarda.

-No. Es mi deber dar la noticia – Retengo el oxígeno todo lo que puedo. Es hora de ser un hombre y asumir el lugar que me corresponde.

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Preparo una valija sencilla. Esta vez no llevo saco y corbata en la maleta. Voy a tierras calurosas a medirme con la muerte. La razón de mi viaje es un oprobio a mi familia. Somos los Corona, casta de figuras destacadas, no de caídos en batallas. Brenda me ayuda en silencio, con los ojitos verdes disminuidos de tanto llanto. Insistió en acompañarme y yo la rechacé pidiéndole que se mantuviera a resguardo de las autoridades.

-Por favor, vigila a mi madre – Le imploro – No soportaría otro golpe. Que no vea el noticiero.

-Y tu cuida del tuyo – La tristeza nos devuelve la complicidad. Me da un ligero beso en los labios y me abraza.

-Le dije que se quedara, que no hacía falta que él fuera.

-Era su hijo, no le pidas que desista.

-Temo su reacción. Sí se enfrenta al cuerpo sin vida de Edgardo, morirá.

-Tu padre es fuerte. Es un Corona de casta – La antigua Brenda renace entre mis brazos. El dolor nos une.

Salgo con la maleta y me encuentro al pequeño Braulio mirando al exterior desde la ventana de la sala. No me habla. No le habla a nadie. Es demasiado complicado explicarle que en el mundo existe la maldad.

Afuera esta mi padre, ya listo y estoico, mucho mejor preparado que yo emocionalmente.

-Aun puede cambiar de opinión – Le sugiero – No debe forzar Su corazón.

-Nunca le diga a un Corona lo que tiene que hacer – Me reprende – Prefiero morir viendo por última vez a mi hijo, que seguir viviendo como un ser insensible. Móntese en el vehículo – Me exige.

Nuestro destino es ir a Venezuela, a conocer que tanto hacia Eddy en el pueblo fronterizo de Ureña.

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ENTRE LA ESPADA Y LA PAREDWhere stories live. Discover now