Capítulo 39- El error

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Capítulo 39

Augusto

"EL ERROR"

Despierto desorientado, sin reconocer el lugar donde me encuentro, pero con la adorable compañía de Elena entre mis brazos. Su fragancia está adherida a mi cuerpo, su calor es parte del mío. Tengo la impetuosa necesidad de adueñarme de su ser, de transformarnos en uno.

Debimos dormir más de la cuenta, porque al levantarme voy directo al balcón, donde compruebo que ya es de noche, bastante tarde. En la sala está la maleta sin desarmar de Elena. Y sobre la mesa mi teléfono móvil, con mi chaqueta. Al revisar los mensajes veo la infinidad de llamadas recibidas, todas de Brenda, intentando dar con mi paradero.

Le repico varias veces, organizando la mentira que diré, que justifique la ausencia, y de paso el golpe. Después de intentarlo unas diez veces desisto por no concretar el contacto.

-Debo irme – Le comunico a Elena, que ya se levantó y prepara algo de comer en la cocina.

-Entiendo – No se molesta. Es increíble.

-No te pregunté cómo te fue en tu viaje – Reconozco apenado.

-Ya tendremos tiempo de hablar con calma, ahora debes marcharte- Deja los vegetales a un lado y me guía a la puerta.

La envuelvo entre mis brazos nuevamente. Esto no es sexo, es otra cosa. Junto a ella soy yo mismo.

Acabó de pasar la tarde simplemente durmiendo a su lado, y estoy que brinco de la felicidad, pero mi alegría durara muy poco...

Mientras manejo, camino a casa, recibo la llamada de Eddy. En su voz hay tintes de regaño enmascarados. Me pide que valla a la clínica donde establecimos diera luz Brenda. Todo indica que comenzó el trabajo de parto, con la tensión sumamente elevada, generando una condición llamada preeclampsia. Según él, una llamada la alteró, y al no saber dónde me encontraba el nerviosismo hizo de su cuerpo el lugar predilecto de las afecciones mortales.

Una llamada.

Por una llamada fue que recibí un puñetazo en el ojo izquierdo.

Las amenazas constantes, del mafioso Sergio Blanco, suelen traducirse en mensajes telefónicos, de voces alteradas. "No querrán saber de lo que soy capaz", esa frasecita se repite una y otra vez en mi cabeza, hasta acorralarme en un rincón del subconsciente.

Yo tampoco sé de lo que soy capaz por defender a mi familia. Sin embargo, Sergio está forzando este juego macabro a nuevas alturas. Él está seguro que presionándome conseguirá resultados óptimos de su abogado favorito, y lo que está logrando es un descomunal odio.

Mi error, ha sido considerarlo otro cliente con aires de suficiencia, que asiste al abogado infalible.

Mi error, es creerme inmune al fracaso, dando por sentado que las estrategias evasivas del corrupto, harán meya en la fiscalía.

Pinzón, está deseoso de probar las mieles del éxito, y mi equipo de matones, al servicio de la droga, no se lo permite.

Necesito que Sergio Blanco cometa un error...

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El deprimente rostro barbudo de Edgardo Corona me sentencia desde el área de espera, en la unidad de cuidados intensivos de la clínica, con el sequito magistral de mis padres a su lado. Todos con la misma interrogante en su cabeza ¿Dónde, carajos, estaba yo?

La hinchazón de mi ojo izquierdo acapara su atención, recordándome el aspecto famélico de mi cara, tras la golpiza con Eleazar Pinzón. Inconscientemente, es el menor de los problemas. Lo difícil es explicar el sutil olor a perfume de mujer impregnado en mi camisa.

-Debió darse un baño primero – Me susurra papa, al sentarse junto a mí – Uno no regresa a su casa oliendo a engaño – Aprieto los ojos, y presiono mis labios. No tengo una defensa que desmienta ese alegato.

-Papa... - ¿Qué voy a decir? ¿Tienes razón? ¿Lo siento? – yo...

-Cállese, Augusto. De gracias a Dios, que soy yo el que se sentó a su lado.

-Todo tiene una explicación...

-No está en un litigio, hijo. No se le miente a un padre. Por suerte, Edgardo está concentrado en mantener calmada a su madre. Vaya a cambiarse. Yo le diré que está revisándose el ojo morado.

-Gracias, papa.

-No me dé las gracias. Ruegue a Dios que todo esto no sea más que un susto.

Mi padre siempre me ha salvado. Su virilidad esta resguardada en mi capacidad de darle el primer nieto varón, cosa que no ha hecho su adorado Edgardo. Yo represento sus logros, y mi hermano sus aspiraciones filantrópicas. En uno está el poder, en el otro la sabiduría.

El me ayudó a sabotearle la carrera eclesiástica a Eddy. Sin mí, su hijo menor seria el sacerdote amigable de una iglesia, en lo profundo de una reserva indígena. Juntos, cambiamos el rumbo de la historia, pero a veces pienso que la vida nos devolverá el golpe, por arrebatarle un pastor, a la comunidad cristiana.

Nuestro gran error...hasta ahora...


ENTRE LA ESPADA Y LA PAREDWhere stories live. Discover now