Capítulo 100 - La casa de Dios

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Capítulo 100

Augusto

"La casa de Dios"

En el patio juegan varios niños de diferentes edades. El lugar es tranquilo y acogedor. La monjita que me invitó a pasar se fue misteriosamente a buscar a un superior. Mi vista se pasea de una esquina a la otra, entre el pequeño jardín de flores a los infantes que gritan sonrientes, concentrados en su propio mundo.

Aquí adentro no hay calor. La frescura de la brisa corriendo en el pasillo me regula la temperatura corporal. Luego de unos minutos, lo veo venir con su larga sotana hacia mí. El sacerdote se me presenta y juntos vamos a su despacho. Su nombre es Andres.

— ¿Me puede contar esa historia otra vez? — Solicita el joven siervo de Dios, apenas tendrá unos treinta años — Puedo correr la voz y comentarlo a otras congregaciones de la zona.

Me siento cansado de repetir el mismo cuento una y otra vez, se me seca la boca. "Vamos, Augusto, el cura te quiere ayudar", me digo mentalmente.

—Se trata de un infante, de unos tres meses de nacido. No sé si es una hembra o un varón, sin embargo es posible que tenga rasgos asiáticos...

— ¿Y porque presume que está en San Cristóbal? Me dijo que todo ocurrió en Ureña — el padre Andres comienza a hacer unas anotaciones y transforma mi investigación en un interrogatorio dirigido por él.

—Ya investigamos en Cúcuta, incluso en Pamplona y alrededores, en Colombia no está. El pueblo de Ureña es pequeño, y San Antonio fue fácil. Le digo que en ninguno de los sitios visitados tienen conocimiento de un bebe abandonado.

—Entonces, es probable que alguien se halla quedado con la criatura. Piénselo — Suelta el bolígrafo y se torna profundo. Medita la información y saca sus conclusiones — ¿Por qué le querían hacer daño a su hermano?

—Por la droga — Le estoy mintiendo al clero. Y vilmente empiezo a creerme las mentiras que invento.

—Leí en un artículo que su hermano fue seminarista, eso no contrasta con un fabricante de psicotrópicos. Sinceramente hay muchas piezas que no encajan en su historia. Le confieso que estoy bastante documentado. La tragedia de Ureña fue muy comentada en la comunidad cristiana.

Vine por lana y salí trasquilado. Ahora el padre Andres, me cuestiona. No tengo que dar explicaciones a un sujeto que no me va a brindar ningún tipo de colaboración. Por la forma de hablar, no confía en mí.

— ¿Me va a ayudar o no? —Inquiero, evidentemente molesto.

—Sí sé algo, le llamaré— En realidad, yo tampoco confío en él — Déjeme sus datos, Don Augusto. Veré que puedo hacer...

Algo me dice que no debería marcharme sin revisar el lugar, quisiera ver a todos los bebes recién nacidos y contemplar uno por uno. Para mi desgracia, el padre Andres es receloso y parco. No me da opciones y me escolta hasta la puerta. 

 

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