Capítulo 13 - Atado

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Capítulo 13

Augusto

"ATADO"

Entro en el bufete, como siempre, con mi implacable actitud de domador de leones crujiendo en las venas. Todos me sonríen, todos me palmean, las damas me observan de reojo, los caballeros se hacen los chistosos. Conseguí otra victoria, no hay novedad en el hecho. El hombre de los milagros ha vuelto. Corrijo; nunca se fue.

Una cosa ha cambiado, ya no estoy cómodo en este lugar. Este no es el paraíso terrenal de mis logros personales. Esto es el infierno camuflado.

Vi la cara del demonio en mi antiguo mentor, Luciano Angelotti. Estoy convencido de haber sido manipulado a su antojo. Sí el viejo estaba amenazado, como yo, no hubiese participado en esa ridiculez de fiesta. Sí se hubiese solidarizado conmigo habría renunciado a su mugriento cliente, pero no lo hizo. Juntos armaron la trampa y yo me lancé a la telaraña creyéndome el maldito héroe de la película. Sí lo analizo con fría calma, entiendo porque ninguno de los otros abogados se unió a la defensa...Todos lo sabían.

Todos menos Eleazar Pinzón.

Angelotti es un zorro viejo, él sabía lo que hacía. Mira que venir a unir a la ingenua caperucita con el lobo feroz. Esa improbable dupla fue el máximo logro de su carrera. El incorruptible con la oveja negra. No está mal...nada mal.

Ahora sé en quien no debo confiar.

Miro con nostalgia mi oficina. En ella pretendía permanecer por un buen tiempo. Era el accionista más joven del bufete. Era el dueño del mundo. Mi mundo. Abro el archivador y busco la carpeta que me acredita como accionista, empiezo a leer nuevamente el documento completo, y consigo el lazo que me ata, discretamente explicado en uno de los párrafos. Instintivamente mi puño se cierra y sin querer arrugo el papel que esta entre mis manos... ¡No podía ser todo tan sencillo!

Se me ocurre que es mejor llamar al único asesor jurídico honesto que conozco. Uso él manos libres, y marco su extensión.

—Buenos días— Le oigo decir en el altoparlante de mi teléfono.

—Es Augusto. Ven a mi oficina de inmediato— Finalizo la llamada y aguardo a que llegue.

La premura de mi voz es alarmante, el joven abogado viene sin demora y pasa sin tocar. No le tengo que pedir que cierre la puerta, él sabe que no podemos fiarnos, hace lo que debe y se sienta.

Extiendo el oficio y lo agarra con cuidado, reparando en la zona arrugada. Mi gesto descompuesto anticipa el desastre.

—Lee en el sexto párrafo— Me agarro las manos con la impotencia de no tener opciones.

Eleazar se instala a procesar la información y me observa curioso— Al menos dos años debes prestar servicio a esta empresa antes de prescindir de tu título de accionista ¡Suerte con eso! — ¿A qué se refiere?

— ¡No quiero estar ni un minuto más aquí! Dime ¿Qué hago?—Mi desesperación contrasta con su tranquilidad—Toda regla tiene una excepción – Frunzo el ceño, con la vista incendiando el papelito maquiavélico – ¿Si no cumplo seré amonestado?

—Tendrás que indemnizar a la junta por los gastos ocasionados. El monto es irrisorio— Pasa de la seriedad al asombro —¿Tienes para pagar este monto?

Casi me pongo a llorar. He firmado mi sentencia de muerte – Tengo una hipoteca encima. Compré una propiedad costosa.

—Tu padre es inmensamente rico, Si te auxilia no tendrás que deshacerte de ningún bien – La opción es obvia, si eres un niño mimado inservible. Yo soy Augusto Corona, dueño de mi vida y de mis deudas.

—No tengo quince años, Eleazar. Olvídalo— Le quito el documento— Todos piensan que ser un Corona es garantía de éxito.

—Tú familia tiene propiedades, algo con que negociar. Otro en tú lugar estaría literalmente arruinado — Esta apenado conmigo, ciertamente, no me conoce. Empiezo a comprender porque me odiaba. Yo representaba todo lo que él no era, rico, sobre todo.

—Yo labro mi camino. No necesito arrastrarme. Seré libre de una forma u otra— Guardo la carpeta en mi maletín. Debo revisar algunas leyes.

En vez de irse por donde vino, titubea con una frase apresada entre sus labios. Lo observo con el ceño fruncido.

—Yo también renunciare— No me sorprende. Venir fue una odisea apenas soportable.

—Y no tienes ataduras con la firma ¡Sí que eres afortunado!— Estoy envidiando a este sujeto— ¿Qué planes tienes? ¿A dónde iras?

—Tengo deseos de estar frente a un estrado nuevamente. El derecho penalista es el camino –Sus ojos brillan— No se lo he dicho ni a mi mujer.

— ¡Suerte con eso!—Le devuelvo la frasecita.

—Ni al jefe Angelotti...

—No se opondrá. Él no sabe lo que está perdiendo— Recuerdo cuanto lo subestimábamos. Yo era uno de ellos— ¡Serás un excelente abogado penalista!

—Gracias— Se acerca y me da un abrazo sincero.

— ¡Ya, vete! ¡Esto se está poniendo muy gay!— Nos reímos de la mala broma y de pronto quedo nuevamente solo.

No debo enfrentar al enemigo sin estudiar el panorama. Me pongo en acción. Tengo mucho que leer...

Al finalizar la jornada tengo la vista cansada. No salí de la oficina en todo el día, no acepté visitas y cancelé la reunión de la tarde con el nuevo cliente. Estoy pensando en el valor de mis activos y como voy a sobrevivir sin mi maravilloso auto. Las acciones en el club no me importan, y esas dos motocicletas caprichosas que estorban en la cochera por fin tendrán utilidad real.

Hago una pausa...

Mi esposa está embarazada y feliz. Si le digo que estoy a punto de deshacerme de nuestros preciados objetos por librarme de dos psicópatas ¿Cómo lo asumirá? El médico fue incisivo en ese asunto. No debo preocuparla, su frágil cuerpo es una bomba de tiempo sin cronometro.

Debería aguantar al menos los tres meses de embarazo que faltan. Empieza a dolerme la cabeza de solo pensarlo.

Atravieso la ciudad escuchando música suave. Estoy manejando hacia un sitio recurrente. Detengo el auto frente a la Galería de Arte. Apago el motor y me quedo allí, en el asiento del conductor, esperando a que la mujer misteriosa salga.

No la molestare. Con verla me conformo...


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ENTRE LA ESPADA Y LA PAREDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora