Capítulo 8 - La piedrita en el zapato

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Capítulo 8

Augusto

"LA PIEDRITA EN EL ZAPATO"

Me concentro en armar una defensa decente al indecente cliente que me asignó el bufete, a la fuerza.

Tengo el camino abonado por la zona sur, y en el otro extremo un árido terreno desértico. Paso varias horas encerrado en la oficina, luego vuelvo a casa y hago lo mismo vuelvo a encerrarme. El malnacido Sergio Blanco me llama a toda hora recordándome la fecha de la primera audiencia, donde se supone que presentare mi maravillosa defensa. Le cuento consternado que sus errores administrativos nos van a hundir hasta el fondo, y de paso le recuerdo que la documentación está en el registro principal, en manos de los auditores. Sus risitas chillonas resuenan en la línea como las incomodas burlas de los payasos de circo. Es cuando comprendo que él tiene un plan maestro perfectamente construido.

Se me despiertan los temores que nunca tuve.

En el bufete fueron todos unos escapistas de primera. Me dejaron solo con el caso. Sin otra alternativa aparente en el horizonte, Angelotti sugirió que quien quisiera trabajar conmigo lo hiciera, a manera de entrenamiento, siendo mi contraparte en el caso. Las caras constipadas, de mis supuestos compañeros de trabajo, me asquean. La vida no deja de tener un sentido irónico... la mano de Eleazar Pinzón se alza en la sala de juntas, y con ella su noble intención de hacer la dupla conmigo.

¿Eleazar Pinzón es, acaso, el único amigo real que tengo?

Probablemente...

El único problema con mi ayudante es su moral a prueba de balas, que se resiste a la constatación del hecho punible. Es, a todas luces, culpable a la décima potencia, nuestro cliente. Le cuento los hechos al buen abogado que escucha callado. Abro las carpetas y le muestro las debilidades que no he atacado por estar atado de pies y manos.

—Declina— Es su estratégica sugerencia.

— ¿Hablas de rechazar defenderlo? – Lo digo como una abominación horrible.

—Exacto. Faltan solo quince días. No tenemos por qué arruinar nuestro buen nombre con esa lacra – Eleazar está cómodo con su decisión.

Es natural, él no escuchó a su jefe decir que barrera el suelo con nuestros nombres, si no se sale con la suya. Yo no estaba ausente del todo.

Sé lo que escuché.

Esa noche estoy convencido de una cosa, Eleazar tiene razón. Es momento de perder un caso, pisar tierra, hacer lo correcto.

A la mañana siguiente, me llama el mismísimo Eleazar con la voz azorada.

— ¡Prende el televisor, coloca el noticiero! – Me olvido de todo y hago lo que me dice.

La primicia del día es el estrambótico incendio que consume al registro principal. El lugar donde las pruebas incriminatorias estaban en resguardo.

Me derrumbo sobre la cama, cayendo mi cuerpo con fuerza sobre el colchón. Sigo sentado y en shock.

"El muy cabrón de Sergio Blanco no mentía".

Tener a Sergio en frente y someterlo a que diga la verdad no está resultando. Es un actor que se entrega al papel que la vida le pone. Eleazar me mira molesto, por tener que presenciar en primera fila tamaño descaro. Yo me contengo de estamparle un puñetazo en el ojo.

¡Son las miserias de conocer la ley! ¡Los malditos derechos que lo amparan!

— ¡¿Cómo se les ocurre que yo incurra en semejante delito?!— Pronuncia con cara de horror. Mi cara es neutral, ya no sé cómo proceder con este sujeto.

—Es una coincidencia muy conveniente ese incendio— Es el turno de Eleazar— La desaparición de las pruebas le favorece – Se aproxima a Sergio y lo escruta a fondo— No se atreva a mentirnos o definitivamente lo dejamos a su suerte.

—Eso es imposible— El desgraciado me mira con un maquiavélico brillo en los ojos. Las palabras de Angelotti vuelven a repetirse en mi mente, "barrera el suelo con nuestros nombres" – Explíquelo— Me exige— Su ayudante no conoce el suelo que pisa.

Eleazar se gira con el ceño fruncido y ahora soy yo quien recibe señales de odio tangibles — ¿De qué está hablando? ¿Qué omitiste, Augusto?

No tengo otro remedio que cantar— Estamos amenazados – Deduzco en el acto— Angelotti no se negó porque también está bajo amenaza.

Las fosas nasales de Eleazar se expanden y se contraen, se parece a un Toro de Lidia— ¿Cuándo me iba a enterar?

Me callo.

Sergio comprueba exultante el roce entre su equipo de defensa.

—Si quieren me retiro para que hablen de sus cosas— Ambos le brindamos el mismo odio.

— ¿Qué nos hará si nos negamos a defenderlo? – Es una pregunta incomoda. El conocimiento no siempre nos hará libres.

—Les recomiendo continuar armando la defensa. No querrán saber de qué soy capaz – Otra amenaza decorada. Tengo el puño apretado, luchando por no liberarse en su mentón.

Se retira dejándonos solos en la sala.

Eleazar se desploma en el sillón— ¿Qué significa todo esto, Augusto?

—Veamos el problema como un bache en el camino, una piedrita en el zapato...— ¿Qué estupidez he soltado por la boca?

No es una piedra.

Es una avalancha.

                Es una avalancha

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ENTRE LA ESPADA Y LA PAREDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora