Capítulo 44 - Un paso atrás

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Capítulo 44

Elena

"UN PASO ATRÁS"

Me carcome la culpa de lo acontecido en el nacimiento de la hija de Augusto Corona. Faltó a su esposa por estar a mi lado. Por desearme a mí, en vez de a su familia.

La redención del hecho es alejarme del peligro que conlleva una relación de cualquier tipo con el hombre que despierta mi hambre dormida. Hacer de cuenta que lo que siento es un capricho y que la distancia se encargara de aminorar la atracción que no puedo explicar con palabras.

En vez de justificar mi plan de acción, recurro a una retracción preventiva, retirándome discretamente del frente de batalla, con esto me refiero a un cambio de asesor legal, si es preciso de bufete. Evitar que Augusto note mi ausencia, y por fin se concentre en las cosas que son realmente importantes en su entorno. Porque estoy vaticinando lo impensable de continuar tensando la cuerda.

Con él estoy desarmada, y en él vaivén de emociones puedo caer de mi pedestal. No se trata de sexo. Ni siquiera de amor deliberado y vulgar. Somos imanes. Augusto es mi opuesto. Toda frivolidad. Todo el ego en un ser. ¿Entonces porque me conforta su cercanía? ¿Por qué no repelo el pecado que exhala en cada respiración? Mucho me temo que es, mi mal llamada, alma gemela. Un alma oscura en todo caso.

El famoso lobo feroz del que debo huir por sanidad general.

Eso no evita que me preocupe. Augusto, me importa sinceramente. Cuando sufre, yo lo hago. Cuando cae, siento el golpe...

¿Será capaz de sentirme al mismo grado? ¿Seré parte de sus afectos o soy la presa a cazar?

La solicitud toma al descuido a la máxima autoridad del bufete, Luciano Angelotti - ¿Qué estamos haciendo mal? – Inquiere con cara de preocupación real, cruzando sus brazos frente a mí, sentado en su trono.

-No es por el servicio. Me siento conforme con la atención- Presto cuidado en la forma de saldar las cuentas, sin afectar a mi asesor – Y por no representar una carga adicional, a su ya abultada agenda, prescindo del Dr. Augusto Corona. No es un secreto que él maneja casos que van a la suprema corte.

-Mi querida Elena, debo ponerlo al tanto de su decisión. Augusto, es metódico y obstinado. No le caerá en gracia que renuncie a su asesoría, evitando dar la cara – Es justo lo que intento evitar. Confrontarlo.

-Al contrario, mantengamos el acuerdo entre nosotros, y hagamos cero aspavientos del cambio- Insisto.

-Ricardo Arenas está disponible – Propone Angelotti, con la firme convicción de no perder a un cliente – Su porte de chico malo y musculoso tiende a crear una imagen predeterminada. No sé inquiete, ni se invente una novela. Ricardo es un hombre casado, perfectamente respetuoso de una dama como usted. Es galán con quien se deja convencer, y ese no es el caso – Me sonríe – Es cierto que Augusto tiene complicaciones y obligaciones impostergables. Primero el caso de Aquiles Sanabria, luego el parto de su esposa, una mujer débil de cuerpo. Pruebe trabajar con Ricardo un mes, ya vera que es efectivo, y sobre todo, sencillo de sobrellevar.

-Augusto es de fácil trato, Dr. Angelotti- Prevengo con gesto serio.

-No digo lo contrario, Srta. Chang. Entre ustedes fluye una energía perceptible – Su sagacidad trasciende a la simple oración – Hace bien en crear distancia.

La química es descubierta por su majestad. Sin otra cosa que alegar accedo al trato y me marcho antes de coincidir con Augusto.

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Una pasiva tristeza me inunda el alma. Soy traicionera al hombre que amo, y a mí misma. Contengo el aliento varias veces al día, postergando las ganas de llorar represadas. Damián se hace el sueco por un ratico. No le gusta hablar de problemas mientras almuerza. Arruina su digestión. El restaurante es una expresión extrema de la cultura local, lo que me transporta al folclórico paladar de Augusto. Sin duda estaría feliz frente a esta extraña sopa.

-Come, amiga – me incita, Damián – Te ves desencajada. En Colombia, es menester ganar unos kilitos extra. A ningún hombre le gusta una mujer forrada en huesos, y menos en un país que se jacta de exportar traseros de primera, libres de operaciones. – Acentúa.

-Soy bailarina, Damián. Estoy en régimen todo el año – levanto la cucharilla de la sopa, con una gruesa capa de grasa, signo de haberse enfriado.

-Entonces pide una de esas ensaladas verdes que tanto disfrutas, pero come ¡Por el amor a Dios! – Exclama desesperado. Ya harto de mi hermetismo, suelta el cubierto y se limpia la boca con la servilleta. Le he quitado el hambre – Puedo ser una brujita malvada, mi bella flor asiática, pero jamás indiferente a tu dolor – Me extiende la mano y aferra su muñeca a la mía -¿Qué te perturba? ¿Es ese demonio de traje y corbata llamado Augusto Corona? No me lo dirás, lo veo en tus ojos.

-¿Por qué habría de afectarme mi abogado? – Miento descaradamente.

-Porque desde el primer encuentro te afectó. Cuando lo nombro se te acelera el pulso, si el sujeto está en televisión detienes todo lo demás y te instalas a admirarlo.

-¡¿Admirarlo?! – Reniego asombrada.

-Sí, querida mía, admirarlo – Se afinca. Lo subraya – El ángel esta embobado con el demonio, supongo que te hacía falta una dosis de rudeza, pero...Augusto Corona, es el abogado del mal. Es famoso por defender lo indefendible, y ganarle a todos los fiscales de la nación. Cuando muera, si es que muere, se ira directo al hoyo, sin derecho a juicio.

Su sentencia, cruda, desprovista de un filtro, me ataca indirectamente. Me cansa fingir que no es verdad. Comportarme como otro transeúnte curioso que goza del chisme televisado, apretar los labios para no mandar a callar a quien ose ofender. Deberían criticarse primero.

Me duele porque me gusta Augusto. Punto.

-Cambié de abogado – Como no puedo parcializarme, huyo por la tangente.

Dimían, se espabila. Le estallan las pupilas de la emoción – Excelente decisión – Sus labios se expanden de tal forma que se me asemeja al guasón de la película – Tú norte debe ser el papacito de barba que te está ayudando a recaudar fondos. A él si le doy el visto bueno.

¿Mi norte?... ¿Y qué hago con lo que siento?

ENTRE LA ESPADA Y LA PAREDWhere stories live. Discover now