Capítulo 46 - Inesperado

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Capítulo 46

Augusto Corona

"INESPERADO"

Una noche antes del juicio...

Mi cliente obedeció las reglas. En apariencia, el niño se portó bien. Pese a su cara lánguida y derrotada actuó conforme a mis sugerencias, y eso me tranquiliza en el ámbito profesional. En cuanto al lado romántico me encuentro en una encrucijada, y es que presiento que lo único que me une a Brenda son los niños. Ella, dispone de tiempo para mi Amada, le escucha los gritos a Braulio, y a mí...bueno, a mí me ignora.

Como no tengo tiempo para inventarme una cenita romanticona, o sacarlos de viaje, en plan familia feliz, obtengo malas caras.

A su táctica de reconquista le tengo una frasecita... ¡Que se joda!

Desde que Sergio Blanco entró en mi vida es fácil perder el norte y saltarme los buenos modales. Las malas palabras están en la punta de mi lengua, prestas a salir eficaces, adornando la mala fama que he ganado con mi esposa. Ella no me entiende. Sinceramente me abstengo de ponerla al día con las amenazas del político corrupto. Prefiero que se desquite conmigo y siga aplicándome la ley del hielo a que, de repente, se siembre la semilla de la duda, activando a la detective que vive en el interior de toda mujer.

¿Para qué alardeo de lo que no tengo?

Elena se quitó al molesto abogado empalagoso. No se dignó en llamarme para decirme que Ricardo Arenas la iba a representar. Yo la estaba salvando del lobo feroz cuando fue ella quien me tiró a la jauría con su fría indiferencia. Pero ya de eso ha pasado un tiempo prudencial. Tiempo que he usado en atender mi carrera.

La habitación de invitados esta acondicionada, tengo un enorme televisor a mi disposición y baño privado. La cama individual es cálida gracias a las frazadas que arrastré de lecho conyugal. Esta noche pienso descansar como nunca.

Mañana es el gran juicio de Aquiles Sanabria.

Mañana se decide mi futuro.

Pero es una llamada telefónica la que lo cambia todo. A la una de la madrugada soy contactado por mi jefe, Luciano Angelotti.

-Augusto... disculpa que te llame a esta hora... - Inicia sin parsimonia.

Tardo unos segundos en despabilarme. Entre las sombras atiendo -¿Qué...sucede? No se preocupe por lo tarde y dígame ¿Ocurre algo malo?

-Tu cliente...

-¿Qué le pasó a mi cliente?...

-Aquiles Sanabria...se quitó la vida, esta noche, en la cárcel... - Angelotti me lanza una curva que no logro batear. Pierdo el poco sueño que me quedaba.

-¡¡¡QUE!!!...¡¡¡CARAJOS!!!...¡¡¡No puede ser verdad!!! – Por un momento me olvido de la llamada, dejo en el vacío a mi jefe.

-¡Augusto! ¿Sigues allí?...- Le escucho a lo lejos y vuelvo a colocar el aparato en mi oído.

-¡Sergio Blanco, nos matara! ¿Ya se enteró?

-Uno de sus hombres nos dio la primicia. Tiene gente en la cárcel, de infiltrados. Tenemos que vernos.- Sí Luciano Angelotti está asustado... ¿Que quedara para mí?

-Es tarde...Aquiles me hizo creer que todo estaba bien. Me engañó...- Y por dentro me lo repito. Me engañó. El adolescente problemático me engañó.

-Nos engañó a todos, Augusto. El problema será convencer a su padre de nuestra inocencia – El giro de la conversación me trastorna.

-¿¿¿NUESTRA INOCENCIA???- Grito.

-Sí, o debería decir de la tuya, porque fuiste el único que trató con el muchacho todo este tiempo...

-¡Yo no tengo la culpa de lo que hizo Aquiles! ¡Era su abogado, no su siquiatra!... ¡Ustedes no me van a joder de nuevo!...

-Augusto, yo no te considero una amenaza – Me explica – Ambos sabemos que la mente de Sergio Blanco está en otro nivel. Para él, todo aquello que no salga según sus predicciones es un sabotaje a sus proyectos. Quiero protegerte...

Mis manos comienzan a temblar. La muerte es parte de la vida, a todos nos llega la hora, y si es mi destino morir pues que así sea. No es por mí que estoy asustado.

-Si quiere verme tendrá que venir. No dejare a Brenda sola con los niños.

-Entonces, no te muevas. Voy para tú casa. – Fin de la llamada.

Me levanto agitado. La cobija cae al suelo. Salgo del cuarto sin ponerme las sandalias siquiera. Toco la puerta cerrada de la habitación de Brenda. Ella abre eufórica.

-¡¿Qué te ocurre, Augusto?! ¡¿No ves que despiertas a los niños?!- En lo que entro al cuarto me dirijo al closet, y empiezo a sacar ropa de los ganchos como si la policía viniera por mí.

No es mi ropa la que saco. Es la de Brenda.

-Mañana no habrá juicio- Trabajo en automático. Ni me preocupo en ver su cara de preocupación. – Mi cliente se mató...

-¡¡ ¿QUEEE?!! – Brenda atrapa mis manos entre las suyas y retira la prenda de un zarpazo, arrojándola al suelo.- ¡¡PARA!!... –Ahora los dos hablamos alto y la bebe llora, el pequeño Braulio entra en la habitación y nos mira aterrado.

No puedo decirle el problema en el que estoy con la niña llorando entre sus brazos y el pequeño Braulio mirándonos fijamente.

-No continúes sacando mi ropa del closet sin darme una razón lógica de tu comportamiento – Mi esposa se avoca a controlar el llanto de Amada, y se lleva consigo a Braulio.- Vamos a tu habitación, hijo, así tú padre se calma.

Yo me siento en un costado de la cama, sudoroso y obstinado. Tengo que centrarme, no resolveré este asunto escapando a media noche. Yo no hice nada que me condene al miedo. En cuestión de minutos llegara a mi casa Luciano Angelotti, y no debo lucir como un demente psicótico.

Cinco minutos después, entra Brenda, se planta frente a mí, y comienza el interrogatorio.

-Ahora, tú me contaras que es lo que tanto te perturba. ¿Por qué la muerte de tú cliente hace que armes maleta en la madrugada?

-No sé si tengo suficiente tiempo de contarte toda la historia. Mi jefe está por llegar...

-Resúmela. Yo no iré a ninguna parte.- Mi dulce Brenda esta petrificada. El tiempo es oro.

-Aquiles Sanabria era hijo del senador corrupto que defendí meses antes. Esa información es confidencial. No lo sabe la policía, no lo sabe la prensa, y nunca lo sabrán. Mi tarea era librarlo de la cárcel sin implicarlo con su padre.

-¿Por qué? – Esta mujer es otra. Brenda, es inconmovible.

-Porque su padre está liderando una red de narcotráfico en el país, y su hijo bastardo trabajaba para él, distribuyendo drogas en el barrio.

Estoy roto. Me he quebrado a los ojos de mi esposa. Sí alguna vez fui su ídolo, ya es cosa del pasado.

-Aquiles murió. Ya no hay juicio. Él mismo se encargó de la condena ¿Por qué sigues asustado? – Su razonamiento es frio. No veo humanidad en la pregunta de Brenda. La muerte de Aquiles le resulta indiferente, para ella, el siempre debió morir, su delito no era compatible con otro veredicto.

-Fui el único que tuvo contacto con él en los últimos días...

-Estaba en una cárcel, lidiaba con otros presos. ¿No se te ocurre que sus compañeros de celda tuvieran algo que ver?

-Me faltan detalles de su muerte, pero su padre es un miserable que sospecha de todo el mundo. Desde que estoy en el caso he recibido múltiples amenazas.- La miro con el amor de un hombre asustado – Temo por ti y los niños.

En respuesta, me da una bofetada.

-Esto es por exponer a tu familia. – No le respondo. Estoy impresionado, incrédulo.- Ahora, arréglate. Tú jefe está por llegar.

ENTRE LA ESPADA Y LA PAREDWhere stories live. Discover now