Capítulo 94 - Sin concesiones

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Capítulo 94

Augusto

"Sin concesiones"

Soy el foco de atención de mis colegas. Ricardo y Eleazar, no están hechos de piedra. Al lobo le tiembla el pulso, su piel ha perdido el color. Sí culmino la tarea obtendré su respeto eterno...y su miedo. Yace petrificado contra la pared de la sala y no muestra otra señal de vida que sus ojos desorbitados.

Armas pasan de mano en mano, unos veinte extranjeros bien fornidos. Ninguno está asustado, todos son veteranos de guerra. Puedo ver a mi solemne amigo, Eleazar, sentado en un mueble con la frente gacha y los codos apoyados en las rodillas, sus palmas unidas ¿Rezando? Quizás... Hace rato no me observa, está sumido en sus pensamientos. No es lo mismo llamar a la muerte que verla llegar. Ellos no participaran en las acciones. Son mi séquito moral.

¿Moral? Es irónico que yo invoque a una palabra que doy la espalda. Estoy destruyendo mi formación académica, los valores de mi hogar, el principio ético que rige mi profesión, y que debería detenerme de actuar como homicida inescrupuloso. Soy una vasija rota. Mis piezas están unidas, pero siempre seré un remiendo con las marcas del impacto. Puedo maquillar mis asperezas, me he vuelto un experto en ser lo que no soy. Pretenderé que este episodio no me marcara. Me mentiré. La voz de Rocco, me despierta.

-Guarde el arma con el seguro en su pantalón. Vamos saliendo... - La noticia alerta a mi equipo. Ricardo y Eleazar se desprenden de sus rincones y se me acercan, cada uno se despide a su manera.

-Aún estas a tiempo... - Dice Eleazar – No hagas algo de lo que te arrepentirás toda la vida...

-Esto lo debí hacer desde el principio – fijo mis manos sobre sus hombros, ya están cubiertas por guantes de cuero negro – Si me muero, quiero que te ocupes de velar por mi familia.

La histeria de Ricardo sale a relucir - ¡Nadie se va a morir! – Mira a los presentes y enmienda la oración – Al menos no de los nuestros...

-¡Eres un gigante cobarde! – Me río del musculoso abogado - ¡Todo va a salir bien! – Descargo mi última sonrisa. Por dentro me desarmo, ellos no lo saben, yo también tengo miedo. La muerte me sigue a donde valla, puedo ser la próxima víctima...

De la nada, hace acto de presencia Mauro Benedetti. Los soldados le abren paso.

-Esto tenía que pasar, Augusto. Recuerda, no debes dudar de ti mismo – Abandona la seriedad y juega con la situación – ¡De cualquier manera, todos en esta habitación tenemos el infierno ganado! – Ríen a coro. El único serio es Eleazar. Lo he desviado de su camino natural, tal como Edgardo. Estar cerca de mí, lo aleja del reino de los cielos.

"Dios, no me odies por ser un hijo desobediente. Y es que un hombre tiene que aceptar su destino, aunque ese destino lo condene al infierno mismo"... El vehículo llega y sin preámbulos, lo abordo.

En la hacienda abandono la moral, los principios, y mi último vestigio de cordura... El mal se apodera de mi.

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La extraña calma de la muerte se extiende en los alrededores de una casa rustica en las montañas del páramo andino. Quedo solo con Rocco y el resto se va de cacería. No se oyen gritos, ni disparos. Una batalla silenciosa, augurio de sorpresa y horror.

-Todas las armas tienen silenciador – Me muestra la suya – Todas menos la que usted tiene en el pantalón. No queremos alertar a Sergio.

Me aferro al asiento, en la seguridad del interior cálido de esta camioneta camuflada en los arbustos.

-Súbase la capucha y quítele el seguro al revolver – La logística de la emboscada me confunde un poco. Me inquieta atravesar el jardín y conseguirme a un cadáver fresco en el camino.

-¿Y si ya sabe que estamos acá? – Rocco vuelve a torcer su labio y despeja las incógnitas que vagan en mi cabeza.

-Claro que sabe que llegamos, es lo que queremos, que se cague del susto. Se lo vamos a servir en bandeja de plata. No tenga miedo, abogadito – Se adelanta, abre la puerta, baja primero y me invita a desalojar – Es su turno, sígame.

Voy detrás del sicario experto, lo sigo con mi sudadera gigante y mi aspecto de vagabundo moderno. Evito mirar la masacre de los muertos a mí alrededor. Atravesamos el corredor interno de la casa e ingresamos en la habitación donde Sergio se encuentra sometido por uno de los soldados de Mauro. Le apunta a la cabeza. Esperan por mí. Es como dijo Rocco, me lo están sirviendo en bandeja de plata.

Entre ellos se produce una rápida conversación en italiano. Sergio, desconoce a su verdugo, pero me bajo la capucha para que me vea de una vez por todas.

-¡¿Sorprendido?! – Digo.

Con sus manos en alto y su cuerpo fofo expuesto me mira anonadado. Esta de rodillas, humillado, indefenso.

-¡¡Tú!! – Exclama - ¡¿Cómo me conseguiste?! ¡¿Quién te ayudó a encontrarme?!

Me saco el revólver y lo apunto con una distancia inferior a los cinco metros. No debo acercarme demasiado si tengo los brazos extendidos. No debo fiarme de su postura. Un movimiento errado y yo seré la víctima. Las reglas son las reglas.

-Eso ya no importa, Sergio ¿Pensaste que podías joderme la vida y salir ileso? –Mi corazón late a mil, todo mi cuerpo es un caldero hirviente. Mis neuronas están activas y mis dedos están ansiosos por apretar el gatillo. Me detiene la confesión. Después de escuchar la basura que salga de su boca no habrá motivos para dejarlo libre.

¿Ahora quién es el que está entre la espada y la pared?

¿Ahora quién es el que está entre la espada y la pared?

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ENTRE LA ESPADA Y LA PAREDWhere stories live. Discover now