Capítulo 15 - Observador

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Capítulo 15

Augusto

"OBSERVADOR"

Cada tarde hago lo mismo. Me planto frente a la Galería y espero que salga. Una vez afuera la observo desde el vehículo, hasta que llega el transporte y se marcha. No lo arruino acercándome. No tiene sentido.

¿Qué quiero conseguir? ¿Qué me demande por acosador?

La fuerza que me impulsa a regresar cada tarde es superior a mí. Esa misma fuerza me mantiene a distancia segura y me obliga a mantenerlo en secreto. Pocas veces he sentido placer con situaciones tan efímeras. No me satisface lo onírico, tiendo a ser un hombre de acción, que requiere tocar cuando el cuerpo me lo exige.

Esta vez el cuerpo me implora distancia. Si me acerco a una flor tan delicada la marchitaría con mi tacto. Exuda sensualidad, pero en sus ojos veo el manto blanco de su virginidad.

Haber escuchado, de Eleazar, la triste historia de su vida condicionó la forma de accesar a ella. La he colocado en un pedestal y me he situado en el punto más bajo de la cadena. No le llego ni queriendo, es la verdad, así que me alivio el dolor emocional con el bálsamo de su imagen. En ese extraño itinerario transcurren los días. A veces sale temprano, otras un poco más tarde. Un viernes me encuentro a un centenar de personas bien vestidas y comprendo que hay un evento especial. Yo siempre estoy listo para la ocasión, mi ropa de diario es saco y corbata. Estoy entre bajar o no del auto, entonces leo en el enorme cartel que es en otra sala el espectáculo. Compro mi ticket en la taquilla y me siento discretamente en el rincón oscuro de una esquina. Se abre el telón, suena la música de cámara por una orquesta que toca en vivo, el escenario está ambientado en un bosque medieval. Unas niñas se paran en punta y hacen malabares con sus cuerpos bien sincronizados, la melodía es juguetona, de pronto se transforma en dramática, todo se oscurece y, bajo la luz de reflector, mágicamente aparece ella, la mujer misteriosa, con un tutu negro, el cabello completamente recogido, el rostro maquillado, acentuando sus rasgos asiáticos, danzado como la prima balerina que es, dando vueltas con su esbelta figura.

Sí antes me gustaba, ahora estoy perdido. Me quedo a ver la obra completa.

Pierdo la noción del tiempo. Es tarde. Espero a que todos se marchen de la sala y salgo de último. Ya está oscuro y no recuerdo en donde aparqué. Atravieso la plaza, que a esta hora se parece mucho al bosque macabro de la historia que acabo de ver. Todo indica que estoy solo, pero conforme avanzo escucho voces. Al sujeto no le veo la cara, la chaqueta con capucha se la cubre, además está de espalda. A la chica si la reconozco, es Elena, y está asustada. Me salgo de la calzada y uso los arboles como trinchera. Hace años que no peleo y mis visitas al gimnasio son contadas, me agrada andar en bicicleta, alzar una que otra pesa y hacer abdominales. Yo hago la guerra en el estrado, ante un juez. No estoy familiarizado con vándalos callejeros que roban a damiselas a mitad de la noche en un paraje solitario. Tengo en mi bolsillo un gas pimienta, cortesía de mi esposa, la mujer precavida.

Elena me ve al salir del césped, el factor sorpresa desaparece con el gesto de sus ojos, que, por supuesto, alertan al maleante. El chico se voltea, tiene una navaja, no es una pistola como pensaba. Ahora yo soy su objetivo, no ella. Mi mano se apresura a sacar el gas, pero el ladrón se anticipa, asestándome un golpe con la pierna en el brazo. Me caigo al suelo. Elena aprovecha el descuido del hampón y saca otro aparatico, el de ella es efectivo, emite cargas eléctricas sobre el cuerpo del enemigo. Su tronco se estremece y enseguida se desploma contra el piso, convulsionando por la repentina descarga.

— ¡Vamos!— Me anima, quitándose los tacones, dispuesta a correr.

— ¡Ya voy!— Me levanto adolorido. La tomo de la mano y juntos salimos como alma que lleva el diablo.

Llegamos al vehículo, lo rodeo y entro, pero estoy nervioso y no consigo que calce la llave en el croche. Elena esta junto a mí, seguramente igual de tensa. Me detengo unos segundos y hago unas respiraciones profundas. Esto no es una película de terror, en la cual el cadáver se levanta mil veces persiguiendo a la pareja protagónica, pero quien sabe y el maleante tiene siete vidas como el gato.

Por fin arrancamos.

El silencio es una parte fundamental de nuestra relación. Quiero decirle muchas cosas, como por ejemplo, que la vi bailar y no despegué la vista ni un segundo de ella. Esta es la oportunidad perfecta de pedirle disculpas, por ser un acosador en horario de la tarde. Estoy en ello cuando Elena emite un grito horrorizado y me señala el brazo.

— ¿Cómo te hiciste eso? – A través de la ropa una enorme mancha de sangre fresca emana. Ni me duele, es probable que la adrenalina anule el dolor. La prioridad de mi cuerpo era sobrevivir, no atender cortaditas escandalosas.

—No lo sé – Le quito importancia— Cuando llegue a casa le pongo agua oxigenada y una crema antiséptica— Me enternece su preocupación.

—Sube, yo te reviso— Ya estamos frente a su edificio. La tentación es grande.

La última vez que estuve en su casa era un hombre contenido que irrumpía la morada de una chica indiferente a lo que sentía.

Veo en los ojos de Elena mis propios sentimientos. Esta vez no sería un caballero.

—No lo hagamos más difícil. Estaré bien – Sí Eleazar me viera, estaría orgulloso de mi.

Elena esta temerosa, su piel sonrosada la embellece en exceso. Se acerca a mí y me besa la mejilla— Gracias – Dice con suavidad.

Giro el rostro y quedamos a milímetros de chocar labio con labio. Transpira un adorable perfume floral. Cierro los ojos para disfrutar del aroma, ella no se quita, de pronto estamos uniendo nuestras bocas, lentamente, solo piel...

"Podría hundir mi barco en este mar y morir feliz", el pensamiento es perturbadoramente libidinoso.

—Tengo que irme – le oigo susurrar con esfuerzo. No quiere que termine.

Yo tampoco.

—Solo un minuto— Le ruego sin despegarme de sus labios. Quiero saborearla. Afloja el cuerpo y me brinda el deleite de su boca semi abierta. Me introduzco con delicadeza y la exploro con dulzura. Todo un festín de emociones que culmina en un adiós forzado.

—En verdad... tengo que irme— Se baja con los zapatos en la mano. Yo me quedo estacionado hasta percatarme de su ingreso seguro.

Diagnostico final:

No me llamó acosador.

No me cacheteó.

No esquivó mis labios.

No cerró los suyos.

...Estoy en problemas...


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ENTRE LA ESPADA Y LA PAREDWhere stories live. Discover now