Capítulo 23 - Inevitable

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Capítulo 23

Augusto

"INEVITABLE"

Al salir de la notaria, con el documento de propiedad del vehículo de Elena en mis manos, me siento poderoso. Tengo una excusa nueva para acercarme sin ser tildado de acosador.

Veo la hora en mi reloj, y tengo el tiempo justo. El horario de visitas en la cárcel no se ajustara a mis necesidades, yo debo amoldarme a las de mi cliente. Pero, contrario a toda lógica, voy a presionarme con tal de estar, aunque sea, veinte minutos con Elena.

Retiró el automóvil del concesionario y manejo en dirección al conservatorio, donde mi bella bailarina dicta las clases de danza a un grupito de niñas con tutu. Me apoyo con la espalda recostada en el Volkswagen blanco, mis brazos cruzados sobre mi pecho, mis piernas cruzadas. Estoy listo para entregarle su auto en persona.

Esta clase de papelones no las hago desde que estaba de novio con Brenda...

A lo lejos, la mujer más bella del continente asiático sale por la puerta con un discreto atuendo color crema, con el cabello suelto, zapatillas planas y una dulzura que sale a flote entre ese ramillete de niñas.

No puedo evitarlo, ella me hace sonreír.

En cuanto ella me ve se ruboriza...Eso también es inevitable...

Baja contemplando la blancura de su nueva máquina. La admira ¿O será a mí?

-¿Te gusta?- No específico, quisiera que el sí se refiriera a mí.

-Me encanta- Asumo que habla del auto, no de mí.

Le entrego las llaves en sus manos y le doy la carpeta con el título de propiedad.

-¿Quieres dar un paseo? – Aprieto los labios, estoy por decirle que sí.

-Tengo una cita con un cliente. Lo dejaremos pendiente- Ella ve en varias direcciones.

-¿Y tú auto?- Obvio que lo dejé.

-Lo busco luego en el concesionario. Debo llegar a la cita puntual.

-Si gustas te llevo – Y menea las llaves en sus delicadas manos.

No es propio aceptar un aventón a la cárcel. No estoy tan loco.

-Me iré en taxi, créeme, no es un sitio bonito a donde voy- No me resisto y le doy un beso corto de despedida... pero en los labios.

Es rápido, pero no lo suficiente para que Elena no lo note.

Veo un taxi a corta distancia, entonces estiro la mano, se detiene y me monto.

Desde la ventanilla la observo y veo que tiene los ojitos cerrados...

Yo sé que le gustó.

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El idilio de los últimos minutos se pierde al bajarme frente a la correccional de menores. Porque mi nuevo cliente no tiene ni la mayoría de edad y ya está metido en líos de gente grande.

El expediente que leí, a vuelo de pájaros, devela a un futuro narcotraficante. Le consiguieron una cantidad considerable, en la cajuela del auto, de cocaína. La redada no fue por esa causa, en realidad hubo un altercado entre los padres y el jovencito de diecisiete años, que ahora espera un juicio por homicidio y posesión de sustancias ilícitas. Al parecer entre su padrastro y él las cosas no iban bien, y en la última discusión los ánimos se caldearon a un punto de no retorno.

¿Cómo llegó este cliente a mis manos? Me lo asignó Angelotti en persona.

Mi asesoría es cara, imagínense mi defensa.

Si el joven vivía en un barrio humilde ¿Cómo puede darse el lujo de contratar mis servicios?

Otra turbia trampa de mi equipo de trabajo, supongo. Otro hijo de la mafia, con un padrino millonario cuidando sus intereses... una teoría interesante.

En la habitación, sin ventanas, solo hay una mesa y dos sillas. El jovencito llega con los puños unidos por el metal de las esposas. Tiene la piel blanca y la melena oscura, en sus rasgos existe una incómoda familiaridad que me recuerda a alguien, aunque aún no descifro exactamente a quien. Tiene los genes finos y eso me confunde.

La pobreza tiende a notarse a varios kilómetros de distancia...

Se sienta con las piernas separadas y la derrota pintada en toda su faz. Leo culpable. Leo alevosía, y el dolo en toda su extensa gama.

-Te llamas... Aquiles Sanabria- Hago una pausa con la carpeta abierta, leyendo que tiene un solo apellido, que hubo un padre ausente, y una madre que buscó a un sustituto varias veces.

El muchacho asiente, no me mira, me atraviesa, busca un punto focal en la pared.

-Tú madre es Zoraida Sanabria, no tienes padre registrado en tus documentos de identificación, y vivieron con el occiso por año y medio- No es un interrogatorio, le hago saber que conozco un poco de su historia, y que a partir de cierto periodo de tiempo deberá contarme aquello que no está escrito. Sin embargo el joven luce agotado y me atrevo a decir que se entregara sin dar pelea.

-Nunca debimos aceptar su propuesta- Es lo primero que le escucho decir- Ese bastardo merecía morir. Lástima que esa tarea me tocó a mí.

Esa clase de comentarios abre un caso. Acepta la culpa, eso es malo.

-Fue un accidente. Comenzó como una pelea familiar...- Me interrumpe.

-¡Él no era familia mía! – Establece las diferencias irreconciliables. El muchacho no está arrepentido de haberlo matado, lamenta haber sido atrapado.

-Pero, vivían bajo un mismo techo, se asume como un grupo familiar – Le explico manteniendo la calma- Debes permitirme armar el orden de los hechos y saber el numen del conflicto – Aquiles frunce el ceño y advierto que no entendió lo último que dije.

-Que te motivó a cometer el delito- Uso términos simples y amplia los ojos.

-Ese cabrón no estaba conforme con pegarle a mi madre, también la robó – apoya sus puños anudados sobre la mesa y cambia de indiferente a colérico.

-¿Cuánto le robó? Porque unos cuantos billetes no son causal de asesinato.

-Todo lo que obtuve de la mercancía- Está refiriéndose a la cocaína, posiblemente a otra que vendió, porque la del auto estaba en proceso de compra- venta.

-Si sales ileso de las acusaciones por asesinato, no tendrás la misma suerte si admites que traficas droga – No me está gustando que este adolescente se regodee de su oficio, sin pena alguna.

-Todo es culpa de mi madre. No debió decirme quien era mi padre- Esa fea sensación estomacal me ataca. Esos rasgos toman forma.

-¿Quién es tú padre? – Le pregunto acortando la distancia. Un pálpito me anuncia el desastre.

-¿No se lo dijeron? – Pone cara de fastidio. Yo niego con la cabeza- Soy el hijo oculto de Sergio Blanco...

ENTRE LA ESPADA Y LA PAREDМесто, где живут истории. Откройте их для себя