Dolor

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Nos dieron a elegir dónde y con quién dormiremos. Por obvias razones, los chicos debían ir en una habitación y piso aparte. Todas ellas eligieron sus parejas. La compañera que se vio en la obligación de compartir habitación conmigo, puso los ojos en blanco haciendo notar su disgusto. 

Cuando nos tocó subir al sexto piso, que era el piso donde quedaba la habitación donde nos estaríamos instalando, ella cogió la cama primero. Aunque la habitación era grande y la cama también, Iris se acostó como si fuera una estrella de mar, invadiendo ambos espacios. 

—Ni pienses que vas a dormir conmigo. 

—No pensaba hacerlo— me limité a responder.

Solté mi mochila sobre el tocador de caoba, dejando escapar un profundo suspiro. 

—Deja de suspirar, no voy a tenerte lástima por eso. 

Estos días prometen ser “maravillosos”, como lo han sido todos los días desde que te fuiste, Marcus. Un nudo se formó en mi garganta, pero hice todo lo posible por soportarlo y no quebrarme frente a ella. 

Mrs. Amber vino a nuestra habitación para pedirnos que bajáramos con el resto al comedor, por lo que Iris se adelantó, dejando su mochila encima de la cama. La observé por unos cortos segundos y negué con la cabeza. Lo mejor será mantener un bajo perfil, de ese modo evito que vuelvan a molestarme como lo hacen todo el tiempo. 

El comedor tenía inmensidad de platillos y asientos. Todo lucía apetecible y delicioso. Jamás había visto tanta comida junta. La mayoría estaban ya reunidos y charlando en la mesa, degustando ese manjar ya servido en sus platos. 

Comí lo suficiente hasta llenarme, pues después de lo que pasamos por llegar aquí, verdaderamente lo necesitaba. Después me arrepentí, porque tenía dolor de estómago. Soy de poco comer, pero creo que me he excedido demasiado. 

Esperé las instrucciones de la maestra y que el grupo fuera cada quien para su piso. Tenía como destino el baño, pero antes de lograr llegar a mi puerta, algo me hizo tropezar y caer de golpe en el suelo. El impacto lo recibí de nuevo en la frente, ya que por más que traté de poner las manos para apaciguar el golpe, no reaccioné a tiempo. 

Oí la risa de Paola y Eva. Ellas estaban detrás de una columna, se habían ocultado a propósito para hacerme caer. En la escuela lo hace la gran parte del tiempo. Aunque sus métodos tienden a ser cada día más crueles. 

Hace varios meses atrás perdí una muela por su culpa. Mi cabello dejó de ser lo que era, debido a las veces que me lo cortó. El primer día de escuela, sufrí una fractura en el dedo meñique de la mano por su culpa y la de sus amigas. He perdido la cuenta de las veces que he recibido golpes de ella y su grupo de bichas. Mi mamá piensa que todo me lo hago yo misma para llamar su atención, al igual que las maestras.

—¿Vas a llorar como una niñita? Tu mami no está aquí. Siento que nos vamos a divertir mucho, ¿no lo crees? 

Traté de ponerme de pie y su zapato aplastó mi mano haciéndome rechinar los dientes del dolor. 

—¿Qué esperas para levantarte? ¿Necesitas ayuda? — agarró mi oreja y la torció para obligarme a levantar. 

Escuché unos pasos acercarse y ella dejó ir mi oreja. Sus ojos brillaban mientras veían a la persona que estaba detrás de mí, quién en este momento no me importaba quién fuera, simplemente quería que ese dolor desapareciera. En ese oído podía oír como una especie de chillido bastante agudo y sentir punzadas. 

—Hola, ¿vives aquí? — con su sonrisa coqueta solo dio a entender que se trataba de un hombre, porque ya conozco esa expresión que hace. 

No me equivoqué. Cuando el dolor fue disminuyendo, más al notar que no le habían respondido la pregunta y ella estaba impaciente por recibir una respuesta, decidí voltearme. Era un hombre de cabello negro, tez blanca y ojos azabache. En sus orejas colgaban dos pendientes negros que debido al largo de su cabello lacio no pude descifrar el diseño. Tenía una pequeña cicatriz en el cuello y una cadena con una calavera negra. Sus labios y entrecejo se veían fruncidos, como si estuviera sumamente molesto. Era bastante alto y delgado. Traía un pantalón negro y la sudadera que tenía por encima era del mismo color y abierta, dejando ver la camisa blanca de botones que también se encontraba media abierta debajo. Tenía una mochila colgando de su hombro y las manos dentro de los bolsillos del pantalón. 

Nos miró a las tres como si fuéramos excremento antes de pasarnos por el lado y perderse por el pasillo. 

—¿Y ese bicho raro qué? ¿No le enseñaron a saludar? ¡Idiota! — dijo Paola para sí misma, aunque nosotras la oímos claramente. 

—Todos los que viven en esta casa son iguales. Ya viste cómo nos trató la vieja ridícula esa.

Ellas se fueron cogidas de las manos por el pasillo y pude bajar la tensión. Me encerré en el baño de la habitación y dejé que el agua se llevara esas lágrimas que brotaban de mis ojos sin cesar. Mi oreja estaba roja, tanto como mi frente, solo que el flequillo en esta ocasión me sirvió para ocultarlo.

Redención [✓]Where stories live. Discover now