Tú...

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El armario se abrió y de el salió la toalla flotando hasta llegar a mí. Me cubrí con ella por el frío y para que no viese más tiempo las marcas en mi cuerpo, aunque ya debía haberlo visto todo. Después de todo, las del rostro no podré ocultarlas.

—Gracias.

Permaneció en el mismo sitio, observándome en silencio.

—Ya no sé lo que es real o lo que no es, pero sea lo que sea esto, me hace sentir bien volver a verte. Creí que no te volvería a ver nunca más. La realidad apesta. Es una completa mierda.

Caminé hacia la cama y me senté en el borde.

—Lo siento. Probablemente no viniste a escuchar mis quejas—suspiré, dejándome caer sobre la cama—. ¿Has venido por lo mismo de la otra noche?

Sus pasos sordos llegaron hasta al frente de la cama. ¿Será eso lo que busca? ¿Por qué podría siquiera pensar que alguien desearía ayudarme u oírme? Todos siempre buscan algo a cambio. ¿Por qué él sería la excepción?

—Supongo que eso es un sí—sonreí—. Está bien.

He confundido las cosas. Pensé que su buena acción era porque, tal vez en el fondo, le importaba y por eso estaba aquí ahora.

—Lo he comprendido— solté el amarre que le hice a la toalla, mostrándole lo que tanto buscaba—. Entonces, así sea por unos momentos, hazme olvidar todo como aquella noche.

Varios objetos cayeron al suelo, provocando un estruendo. El espejo de la mesa se quebró, como si algo lo hubiera impactado de lleno y la ventana se abrió de par en par.

—¿Qué haces? No puedes hacer ruido.

Oí el sonido de la puerta, como si estuvieran tratando de abrirla y me puse de pie, volviendo a cubrirme con la toalla. Mi madre entró a la habitación, encendiendo la luz y con un cinturón enroscado en la mano. Se veía sumamente enfadada.

—¿De qué se trata todo esto? ¿Ahora también estás destruyendo la habitación para demostrar tu desacuerdo con el castigo?

¿Dónde está? ¿Dónde está él? ¿Por qué hizo eso?

—Yo no…

—¿No qué? — me fulminó con la mirada.

—Yo no lo hice.

—¿No lo hiciste? Entonces, ¿quién lo hizo? ¡Recoge todo en este maldito momento, Stacy! —ordenó.

—No. No voy a recogerlo.

Estaba mirando a todas partes, con la esperanza de verlo, pero tal parece que se había marchado luego de provocar esta situación. ¿Por qué? ¿Por qué lo hizo?

—¿Todavía te quedan ganas de seguir contestándome?

Por estar mirando a todas partes, recibí el impacto del cinturón de cuero en la mejilla. Una parte logró alcanzar mi oreja y el ardor que recorrió esa zona fue indescriptible e intolerable. Me arrancó un grito.

—¡Tú, quién seas, si estás ahí, sácame de aquí, por favor! — le imploré en llanto.

Hubo un corto circuito y la energía eléctrica se fue en toda la casa. No lograba reponerme del todo de ese golpe, cuando la puerta de la habitación se cerró, igual que la ventana, pero con el seguro. Se oía un crujido en las paredes, como si algo filoso estuviera arañándolas.

El cuerpo de mi madre fue lanzado con aspereza contra la pared. El impacto lo recibió en la cabeza y dejó escapar un fuerte quejido. Aunque estaba gritando de dolor, su cuerpo volvió a levantarse, era como si ella misma estuviera golpeando su frente contra la pared a propósito.

No me atrevía a acercarme ni un poco a ella. Parecía que hubiese pérdido la razón. No solo se golpeó contra la pared repetidamente, si no que se dio varias cachetadas así misma una detrás de la otra y luego tiraba de su cabello quedándose con mechones grandes en su mano, pese a los gritos y el llanto.

—He sido una mala madre y este es mi castigo— lágrimas de sangre se deslizaban desde la herida de su frente, cayendo en ambos ojos y descendiendo hacia su barbilla.

Mi cuerpo se quedó paralizado con lo que estaba contemplando. El cinturón se desligó de su mano y con la ayuda de la otra, lo amarró en su cuello, apretándolo con fuerza. Fue ahí cuando lo vi a él, al otro lado de la habitación, en una esquina.

—Tú… — algunos vagos recuerdos invadieron mi mente en ese momento, por el grado de familiaridad y similitud.

Aunque los recuerdos no eran claros, reconocí en esa visión esos ojos azabaches y cabello negro como la noche misma.

«Fuiste tú, ¿cierto? ¿T-tú la mataste?», fue la pregunta que le hice y que se repetía en mi cabeza, a la cual no obtuve una respuesta concreta.

Observé con desconcierto esa sombra y el nombre salió de mi boca de forma natural.

—Ansel, ¿eres tú?

Redención [✓]Where stories live. Discover now