Versos

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Sus palabras antes de aquel abrazo se cruzaron por mi mente. Fueron tan bonitas y sinceras. Justo todo lo que recordaba de él. Siempre ha sido así. 

No volveré a cometer una locura. Por más difíciles que sean las pruebas a las que deba enfrentarme, no voy a rendirme. Ya experimenté lo que era haberlo perdido una vez y fue la peor experiencia de todas. No puedo hacerle pasar por esto. No sería justo. No se lo merece. 

Él ha sido la única persona amable, buena y dulce conmigo. El único que está conmigo por quién soy y sin pedir nada a cambio.

Karol y yo estuvimos compartiendo y poniéndonos al día en todo. Nos sentíamos en la libertad de hacer y hablar sobre lo que fuera. Nunca había experimentado lo que era tener una amiga con quién hablar sobre distintos temas y cosas de chicas. Me hubiese gustado que el día no se acabara tan pronto. 

Cuando Louis llegó, vino en compañía de ese sujeto. Ella se fue sobre él y la observé curiosa. Está actuando extraño. Pareciera que lo hubiese extrañado. Aunque dijo que ese no era el caso, su actitud la delata. No soy quién para juzgarla. Ojalá se pudiera repetir esto. Me gustó mucho compartir con ella. 

Fui a darme un baño mientras Louis hacía lo mismo para partir de la casa. Caminamos por el pueblo, viendo con más detenimiento los alrededores. Las fogatas que alumbraban parte de las casas y el camino. Todavía a esta hora había movimiento de algunas personas. 

Es la primera vez que lo veo vestido en ropa formal con su verdadera apariencia. Luce distinto. Está bien perfumado y, aunque no tiene la coleta, su cabello húmedo lo peinó hacia atrás. Traía una mochila en su hombro, cuyo contenido no supe qué era hasta que llegamos a un lugar bastante solitario, entre árboles y arbustos, donde solo había una apertura entre ellos donde la luz de la luna se colaba. Era un lugar bastante íntimo y bonito. 

De la mochila sacó una sábana y la colocó en el suelo, dejando sobre ella un libro de poemas y una manta más pequeña, la cual enrolló para crear como una almohada. 

—Acuéstate si quieres. 

—Este lugar es muy hermoso. 

—Sí. Me gusta venir a menudo para leerles. 

—¿Leerles? ¿A quiénes?

Observé maravillada y perpleja la cantidad de pequeñas mariposas amarillas y brillantes que salieron de entre los arbustos, alumbrando aún más nuestro alrededor. Parecía como un sueño, algo mágico y fantástico.

Estábamos rodeados. Ellas se paseaban por mis brazos y se aglomeraban en la palma de mi mano. Me hacían cosquillas con sus pequeñas patitas. No podía dejar de contemplar la manera en que agitaban sus resplandecientes alas.

—Son tan hermosas — sonreí maravillada. 

—Igual a ti. 

—¿Así que les gusta que les leas? — oculté mi rubor mirando hacia otro lado. 

—Sí. 

—Yo también quiero que me leas. ¿Puedo?

—Claro — sonrió. 

Con sumo cuidado me acosté, esperando atenta y pacientemente que comenzara. Sus ojos claros me observaron por arriba del libro y luego bajó la mirada a la página. 

Su timbre de voz era tan apacible, suave y dulce, que me mantenía atenta a cada palabra que pronunciaba:

Aquella cita prometía. Ella estaba allí, mayúscula, con evidentes signos de deseo mezclados con dudas e impaciencia.

El preámbulo fue un beso rojo que puso título al encuentro.

Tímidamente empezó a deslizarse sobre él, dejando suaves trazos que rompían la blancura de su cuerpo. “¿Me amas?”, preguntó. 

Su amante, notando el titubeo, desnudó en primer lugar sus dudas. “Con locura”, respondió, haciendo que los interrogantes se desvanecieran por la sábana de papel.

Ella, preñada de un poema que necesitaba ver nacer, soltó la cadena que rodeaba su pudor, desprendió comas, puntos, gritos de exclamación… mezclados con palabras  que se iban tatuando sobre él. 

Ahora se retorcía convirtiendo los trazos en frenéticos garabatos que arañaban aquel cuerpo sin orden ni control. Se produjo una orgía de signos, besos, versos… imposible ya de controlar.

Él, más maduro y sereno, utilizó el paréntesis que recogía su melena para reponer fuerzas. Sonriendo, pidió calma y buena letra mientras ella estirando el brazo, recuperó energía en el tintero para escribir el párrafo final.

Por fin la pluma, exhausta, quedó tendida sobre el papel.

Acababa de nacer el más bello poema nunca escrito, beso a beso, verso a verso, beso a verso…

—Qué bellas palabras y qué linda voz. Le pones un sentimiento a cada palabra que pronuncias. ¿Puedes leerme otro? 

Era una sensación muy cálida que recorría ligeramente mi pecho. Las mariposas se han infiltrado en mi barriga. 

De corazón lo necesitaba. No podía dejar de mirar la manera en que sus pestañas largas y sus labios se movían al compás de cada verso. 

Redención [✓]Where stories live. Discover now