Insignificante

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Cuando Iris regresó al cuarto, volvió a recalcar que no me atreviera a acostarme en la cama, que no quería contagiarse de nada. Improvisé una cama con la ropa que traje y la toalla con la que me sequé la usé para cubrirme. No sé si es porque ha caído la noche, pero está haciendo mucho frío.

Aproveché la oportunidad y le envié un mensaje a mi mamá diciéndole que había llegado y que todo estaba bien. Ella me había pedido que lo hiciera según llegara, pero después de todo lo que ha pasado, simplemente lo olvidé.

Era incómodo estar tendida en el suelo. No creo que pueda dormir. La tela gruesa de los pantalones hace que me duela la espalda. Además de que, el material de las blusas y los encajes, hace que sienta picor.

Cerré los ojos, pensando en la última vez que Marcus y yo nos vimos. Me he transportado a ese último abrazo, el mismo que me brindaba paz, felicidad y despertaba en mí tanto. Quisiera regresar a ese momento, no dejarlo ir y abrazarlo por más tiempo.

¿Por qué la vida es tan injusta? ¿Por qué se lleva a la única persona que me quiso de verdad? ¿Es que acaso estar sola es lo que merezco?

No tengo recolección de cuánto tiempo estuve con los ojos cerrados, solo sé que cuando volví a abrirlos, es como si la toalla hubiera estado alrededor de mi cuerpo y de repente se hubiera desvanecido en el aire.

La habitación estaba oscura, pero la frialdad que había era extrema. Mi cuerpo temblaba de frío. La luz tenue de la luna se veía reflejada únicamente en la esquina de la habitación, justamente donde se encontraba la ventana.

Me levanté de prisa al verla entreabierta. Las cortinas se movían, se habían soltado, supuse que por la brisa. Iris no se encontraba en la cama y eso fue lo más extraño de todo. No se supone que ella esté paseando por la casa a estas horas. La propietaria lo dijo claramente.

El chirrido de la ventana al abrirse de nuevo detrás de mí me hizo saltar del susto. Estas casas antiguas me dan miedo. La cerré rápidamente, con el estricto plan de acostarme y seguir tratando de dormir, pero hubo un extraño sonido proveniente del armario de caoba que había en el centro de la habitación.

No puedo mentir. Me estremeció en un mal sentido. Esta casa se nota que es muy antigua, pero una infestación de ratas o alguna plaga no creo que tenga… ¿o sí?

El sonido volvió a oírse, aunque esta vez parecía como un rasguño. ¿Podría ser un gato? Le tengo miedo a los gatos.

No me atrevía a abrir la puerta del armario. Necesitaba luz y como no sé dónde está el interruptor, tomé mi teléfono y encendí la linterna. Enfoqué hacia el armario mientras me acercaba sin perderlo de vista. El sonido había dejado de oírse, pero sabía que la curiosidad no iba a permitir que pudiera conciliar el sueño y menos estando sola en la habitación.

Cuando mi mano estaba a solo unos centímetros de la manija del armario, este se abrió de golpe y caí sentada en el suelo del susto que eso me provocó. Me había orinado encima sin haber tenido posibilidades de retenerlo. A pesar de haber visto a Iris saliendo del armario y al grupo de bichas de Paola salir del baño, me costó reponerme, reincorporarme y taparme.

Las risas de todas ellas no tardaron en escucharse, pero todavía me encontraba en un estado catatonico. Todas me rodearon mientras encendían la luz de la habitación. No desaprovecharon la oportunidad para grabarme ahí en el suelo, debajo del charco de orina y con la cabeza recostada sobre mis rodillas. Ninguna se inmutó a ayudarme. Aunque no es que haya esperado algo así por parte de ellas.

—Mira nada más. Con dieciséis años y aún no sabe que las necesidades se hacen en el retrete. Tu nuevo apodo será Stacy la meona.

Me sentía avergonzada, humillada, abatida. Las lágrimas no pude retenerlas tampoco. Les estaba sirviendo como payaso de circo. Mis desdichas, mis desgracias, los momentos de debilidad y vergüenza, para ellas es sinónimo de entretenimiento.

¿Cuándo acabará esto? ¿Cuándo podré reunirme contigo, Marcus? Por favor, llévame a dónde estás.

Como si la humillación no hubiese sido suficiente, entre dos de ellas me tumbaron por completo en el suelo. Mientras una me sujetaba con fuerza las manos sobre mi cabeza, la otra me tapaba la boca con una prenda de mi ropa. El miedo invadía cada parte de mi ser. Desconocía hasta dónde iban a llegar esta vez, solo haciendo retrospectiva de las atrocidades que ya me han hecho, no podía esperar nada bueno de esto.

Destruyeron la ropa que llevaba puesta, dejándome desnuda frente a ellas y las cámaras. Mi cuerpo estaba siendo grabado sin saber con qué intención o propósito. Hacía mucho frío y no podía casi respirar por la presión que ejercía Eva con esa prenda en mi boca.

Entre otras dos abrieron mis piernas de par en par, mientras que Paola situaba su pie a la altura de mi vientre. Aunque tenía medias, eso no iba a hacer que cuando la dejara caer no doliera, todo lo contrario. El dolor que sentí en la parte baja de mi abdomen fue indescriptible. Me ahogaba con mi propia saliva, más con ese nudo que no desaparecía un instante, al no poder descargar mi dolor a toda boca. Como si poder gritar, fuera a minimizar el dolor y esas punzadas tan fuertes.

Podía grabar su maliciosa y satisfactoria expresión y sonrisa. Esto le llenaba más que cualquier otra cosa, al igual que a todas ellas.

Su pie frotó mi parte íntima con rudeza y mordí la camisa que tapaba mi boca. Dolía demasiado. Creí que arrancaría mi campanita.

Cerré los ojos esperando a que todo pasara, a que fuera una pesadilla más de las tantas que me atormentan cada noche. Le rogaba a Dios que terminara con mi sufrimiento, pero él nunca me escucha. Tal vez porque para él soy igual de insignificante.

Redención [✓]Where stories live. Discover now