Alas

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No quería levantarme del suelo, a pesar de ver el sol asomarse por la ventana y de que ellas ya se habían ido. Había llorado tanto durante la noche que ya las lágrimas no salían. Mi pecho, tanto como mi garganta, abdomen e intimidad dolían. Iris no se quedó en la habitación, se fue con las demás. Aunque la cama estaba desocupada, simplemente no quise acostarme ahí y recibir otra “lección”, como le llaman ellas.

Observé mi cuerpo frente al espejo del baño. El cabello cubrió la mitad de mi rostro. La parte baja de mi abdomen tenía un moretón bastante marcado. Pude percatarme de que una lágrima de sangre descendió ligeramente por mi entrepierna. Por el dolor agudo y la fecha, pude intuir que no solo podía deberse a lo que pasó, asumí que debía tratarse del periodo. Vino en el peor de los momentos, para que el dolor fuera más insoportable.

Quisiera huir. No debí haber venido. ¿Por qué todo me sale tan mal? ¿Qué tanto hice en esta vida o en mis pasadas vidas, para merecer todo esto?

Por fortuna, encontré toallas sanitarias en la mochila, por lo que no tendré que pedir prestadas o usar excesivamente el papel higiénico. El único problema es que no tengo pastillas, deberé soportar este maldito dolor.

Bajé en el ascensor, pegada a la pared y con la mano en mi vientre. Caminaba con dificultad debido a esas punzadas. Ya todos se encontraban en la mesa comiendo el desayuno. Para ser honesta, ni siquiera sentía apetito, pero sé que debía bajar antes de que fueran a buscarme y me llamaran la atención.

Durante el desayuno, la Sra. Khali se detuvo frente a la mesa, en compañía de los dos hombres que vi ayer. Ese tal Azazel con el que me topé en aquel pasillo de los cuadros y el otro que tiene una expresión bastante seria, cuyo nombre aún desconocía.

—Ellos son mis hijos; Ansel y Azazel. Ellos les llevarán a conocer los alrededores. Todavía tienen mucho que explorar. Espero que hayan descansado lo suficiente, porque necesitarán energías.

Entre todos los que allí estaban, ese tal Ansel cruzó la mirada conmigo. Al menos eso fue lo que sentí. Esa mirada tan cortante y fría, hace que sientas miles de dagas atravesándote. No se ve muy a gusto al respecto. Mientras que su hermano es más carismático y sonriente.

No quería caminar, pero tuve que venir en el grupo y como siempre, al final. No podía apreciar todo lo que nos mostraban, porque el dolor era inaguantable. Presionaba discretamente mi abdomen, esperando que ellas no pudieran darse cuenta del estado tan deplorable en que me encontraba.

Me sentía débil, cansada, adolorida, con náuseas y dolor de cabeza. Iba a los pasos de una tortuga. Algo brilló entre los arbustos, atrayendo mi atención de inmediato. La curiosidad que me generó fue tanta que, sin pensarlo dos veces me desvié del camino en dirección contraria. Necesitaba matar la curiosidad sobre qué era eso que brillaba con tanta fuerza y se mantenía flotando.

A medida que lo alcanzaba, más lejos de alcanzar lo sentía. El color cambió a un tono amarillo intenso. Era como una mariposa, pero jamás había visto una igual. Su belleza singular me atrajo como un imán.

—¿Se te perdió algo? — oí la voz de un hombre detrás de mí y quedé petrificada.

Me volteé lentamente encontrándome con Ansel. Su mirada era bastante aterradora.

—Dieron unas instrucciones específicas, y es que no puedes alejarte del resto del grupo.

—Lo siento. No sé cómo he llegado aquí.

—Regresa con los demás — demandó en un tono firme.

Tiene una voz muy varonil.

—Inmediatamente.

Me reuní con el grupo. Nadie más se había dado cuenta de mi ausencia, tampoco de mi regreso. Es una lástima que no haya podido alcanzar esa mariposa, si es que eso era. Siento tanta envidia de ella. Me gustaría tener alas para volar lejos de aquí y experimentar lo que es la verdadera libertad y tal vez llegar a dónde estás, Marcus.

Redención [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora