ESPECIAL (CAPÍTULO TREINTA Y UNO)

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La noche caía sobre la mansión cuando finalmente visualicé las figuras de mis padres y mi hermano acercándose junto a Bael y Vala. Mi corazón se aceleró de emoción y alivio al verlos, y sin pensarlo dos veces, corrí hacia ellos, dejando atrás la confusión, la angustia y la culpa que me habían consumido.

Nos encontramos en un abrazo apretado, una amalgama de emociones contenidas. Las lágrimas brotaron de mis ojos mientras sentía el calor reconfortante de mis seres queridos abrazándome.

—¡Noa! ¡Por fin te encontramos! ¿Dónde has estado todo este tiempo? —exclamó mi madre, con voz entrecortada por la emoción y la preocupación.

Sin embargo, la alegría del reencuentro se vio ensombrecida por la incertidumbre que llenaba mi mente. No tenía respuestas claras para ellos, no recordaba nada de lo sucedido y no sabía cómo explicarlo.

—Lo siento, mamá, papá, Ansel... no puedo recordar nada. No sé qué ha pasado, solo me desperté en una cueva rodeada de flores sin tener idea de cómo llegué allí —les respondí con sinceridad, mis palabras cargadas de confusión y tristeza.

La expresión en el rostro de mis padres y mi hermano se tornó en una mezcla de alivio y preocupación. Se podía percibir el peso de las semanas de búsqueda y angustia reflejado en sus ojos.

—Noa, ¿cómo es posible que no recuerdes nada? Hemos pasado por momentos terribles buscándote y temiendo lo peor. Necesitamos saber qué ha sucedido—dijo mi padre, con voz entrecortada, luchando por contener las emociones que lo embargaban.

El silencio se apoderó de nosotros por un instante, todos tratando de comprender la situación. La incertidumbre y la angustia flotaban en el aire, pero también había un fuerte vínculo familiar que nos unía y nos daba fuerzas para enfrentar cualquier obstáculo.

Me aferré a mis padres y a mi hermano, sintiendo el calor y el amor que irradiaban.

—Lo sé, papá, mamá. No entiendo cómo sucedió ni por qué no puedo recordar, pero ya estoy aquí.

Mis padres y mi hermano asintieron con seriedad, comprendiendo la gravedad de la situación.

Mientras nos abrazábamos en aquel emotivo reencuentro familiar, mis ojos se encontraron con los de Bael. En ese instante, sentí un destello de sorpresa y anhelo en su mirada, pero también detecté su característico escepticismo ante el afecto y la vulnerabilidad.

Nos separó un instante, y pude percibir la lucha interna en su rostro. Era evidente que le costaba aceptar y mostrar abiertamente sus sentimientos, incluso cuando la preocupación y el deseo de verme eran visibles en sus ojos.

Mi corazón se apretó con esa mezcla de alegría y frustración. Aunque nuestros encuentros habían sido discretos y llenos de gestos sutiles, sabía que existía una conexión especial entre nosotros, algo que trascendía las palabras. Sin decir nada, nuestras miradas se entrelazaron en un silencio cómplice.

Deseé poder hablarle, contarle mis temores y compartir la confusión que me abrumaba, pero también comprendía que cada uno tenía su propio proceso de aceptación y apertura emocional.

[...]


Después de que todo se calmó y recibí el cariño y las charlas reconfortantes de mis padres, en medio de la noche, mi hermano, apareció en silencio en mi habitación. Siempre hemos sido cómplices y confidentes, y él parecía creer que yo le confiaría lo que le ocultaba al resto.

Se sentó a mi lado en la cama, buscando respuestas en mis ojos. Sabía que podía confiar en él, que estaría allí para escucharme y apoyarme sin juzgarme.

Redención [✓]Where stories live. Discover now