Dulce

3.2K 323 9
                                    

Llegué al ascensor y presioné el botón varias veces seguidas. Me sentía incómoda, porque Paola había echado a un lado mi ropa interior y mi entrepierna se percibía húmeda por mi período. 

Según llegué al primer piso, salí disparada hacia la puerta de la entrada. Todo estaba tan solitario y silencioso, lo que lo hacía más aterrador. 

No tenía planes de ir con mis maestras, ni siquiera sé en qué piso o habitación se están hospedando. Además, ellas no me ayudarán.

Mi objetivo era irme de aquí a como dé lugar, por lo que corrí descalza, como si no hubiera un mañana, hacia el portón, pero cuando estaba a punto de llegar, una sombra se cruzó en mi camino, haciéndome caer no solo de la impresión, sino por lo rápida que venía. Esa sombra se desvaneció en el aire, en el momento que oí unos pasos detrás de mí. 

Aguanté la respiración unos segundos, mientras giraba la cabeza lentamente, pensando que me encontraría con un monstruo o algo que se asemeje, pero era Ansel. Toda su ropa era negra, desde la camisa y la capa que traía puesta, hasta sus pantalones y botas. 

—Otra vez tú… — dijo con fastidio—. Regla número uno: el recorrido por la casa es hasta las ocho. Salir de la habitación en horas de la noche está prohibido. Más claro imposible. 

—Yo… quiero irme de aquí. 

Me levanté con intenciones de seguir corriendo, pero sentí mi cuerpo extremadamente pesado. No podía moverlo, por más que quería. 

—Es de mala educación darle la espalda a quien te está hablando. 

Mi cuerpo se giró hacia él, pero no fue una acción propia. 

—Ven, gatita. 

Su dedo índice me hizo seña para que fuera hacia él y fue como si hubiese tirado de un hilo que estuviera amarrado a mi cuerpo, pues cuando caí en tiempo, ya me encontraba frente al suyo. Su perfume era un mezcla embriagante y dulce. Fue ahí, cuando estaba así de cerca, que pude ver la sortija de una garra negra que tenía puesta en su pulgar. Automáticamente recordé lo que sucedió en la habitación y tuve un ligero escalofrío. ¿Acaso él fue el causante? Eso no puede ser posible. Debo estar soñando. 

—Dejamos algo pendiente en la mañana. 

Levantó mi cuerpo y no pude hacer nada para evitarlo. Estaba rígida, sin control de mis propias acciones o movimientos. Se adentró al bosque conmigo en los brazos. No tengo idea de a dónde se dirigía, solo sé que en todo momento observaba mi bata, como si algo en ella le interesara.  

—¿A dónde me llevas? — pregunté casi en un susurro.

—Esos ojos han visto algo que no debieron ver. 

—Yo… solo quiero irme de aquí. No diré absolutamente nada, pero déjame ir, por favor.

Me miró incrédulo, antes de detenerse frente al árbol en que lo encontré en la mañana y de un simple salto, quedó de pie sobre la rama. Tenía miedo de que me dejara caer desde esa altura, hasta cerré los ojos, pero sentí cuando me sentó gentilmente sobre la misma rama. Volví a abrir los ojos, captando el momento en que se sentó al lado mío. Todavía no podía moverme.

—Aquí nadie nos va a interrumpir. 

—Fuiste tú, ¿cierto? T-tú la mataste… 

—No sé de qué hablas— entrecerró los ojos de manera sospechosa. 

—¿Qué eres? — cuestioné, sabiendo que probablemente no recibiría una respuesta, aunque no sé si estaba preparada para recibir una, estando tan indefensa. 

—¿Por qué le temes tanto a la muerte? ¿No eres la misma que hoy me pidió que le concediera ese deseo? He venido a cumplirlo— su mano se aferró a mi cuello y, aunque no ejercía fuerza alguna, percibí la frialdad, no solo de su mano, sino también la del filo de la garra. 

Una lágrima se deslizó por mi mejilla, la cual él contempló con detenimiento.

—Tan miserable— relamió sus labios, ensanchando una ladeada sonrisa—, pero sorpresivamente dulce. 

Redención [✓]Where stories live. Discover now