ESPECIAL (CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE)

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Azai

—¿Tú crees que mi hermana realmente estuvo aquí? —le pregunté a Vala, mirándola directamente a los ojos en busca de una respuesta.

—Según lo que me dijo, sí. Quiero creer que se estaba viendo con alguno de ellos.

—¿Alguno de ellos? ¿De quiénes hablas?

—Sabes muy bien de quiénes hablo. Esta cueva de aguas termales desemboca en el territorio de los cazadores, incluyendo el grotto y la caverna subterránea.

—Ah, claro, la caverna.

Me arrepentí de haberme dejado llevar por la conversación y de haberme delatado sobre el encuentro que tuve con Iria en la caverna. Era evidente que mi comentario no pasaría desapercibido por ella.

—¿Es ahí donde te encontraste con ella esa noche que te sorprendí usando tus poderes?

Sentí un nudo en el estómago mientras me preparaba para responder su pregunta.

—No. Fue en la primera ocasión—le confesé, sintiendo cómo la incomodidad se apoderaba de mí.

Ella no pareció inmutarse y continuó su interrogatorio con una determinación que me desconcertaba.

—Entonces, ¿hasta qué punto llegaron? —su tono era directo y sin rodeos.

—A ninguno, en realidad.

—La viste desnuda, ¿no es así?

Tragué saliva, buscando las palabras adecuadas para responderle.

—Vala, siento que este tema es demasiado incómodo para los dos.

Me miró fijamente, y sus ojos parecían penetrar en lo más profundo de mi ser.

—No lo es para mí. Resultaría incómodo si dudara de mí misma o de mis atributos—no se amilanó, su respuesta fue firme y llena de confianza.

Su confianza y seguridad en sí misma me dejaron sin palabras. Me di cuenta de que estaba hablando con una mujer fuerte y segura de sí misma, alguien que no temía enfrentar la realidad y abordar los temas difíciles. Aunque la conversación se tornaba incómoda, admiraba su valentía al afrontar las situaciones de frente.

Vala giró lentamente sobre sus talones, dándome la espalda mientras se dirigía hacia las cristalinas aguas termales que nos rodeaban. Cada uno de sus movimientos era un delicado baile que capturaba mi atención y desataba emociones encontradas en lo más profundo de mi ser. Un escalofrío recorrió mi columna vertebral cuando vi cómo, con gracia y naturalidad, comenzó a desprenderse de su ropa, dejando al descubierto la belleza de su figura.

—Vala, ¿q-qué estás haciendo?

Mis ojos se encontraron con cada curva que se revelaba ante mí. Sus hombros suaves y ligeramente inclinados, delineados por el roce del cabello mojado. Su espalda esbelta, adornada con una delicada y sutil columna vertebral, una obra de arte esculpida por la misma naturaleza.

Siguiendo el suave contorno de su cintura, mis ojos se posaron en sus caderas, curvas sinuosas que invitaban a ser acariciadas por la marea de mis dedos. Eran redondeadas y tentadoras, evocaban un deseo primitivo dentro de mí. Eran el lienzo sobre el cual se dibujaban las líneas de su feminidad, una invitación silenciosa a la pasión y la lujuria. Con cada paso que daba hacia el agua, las curvas de sus caderas se balanceaban suavemente, como una danza hechizante que atrapaba mi atención y desataba una tormenta de emociones en mi interior.

La suavidad de sus muslos, delicadamente contorneados, era un tributo a la elegancia y la sensualidad femenina. Cada trazo de su piel parecía susurrar secretos antiguos, mientras mis ojos recorrían su suave textura y se perdían en la sinfonía de sus formas. Eran como columnas de mármol, sosteniendo la belleza de su ser y otorgándole una fortaleza suave y cautivadora.

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