Solución

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El calor era sofocante, sobre todo, sentir las lágrimas de sudor recorrer mi cuerpo. Pensé que ahí me dejaría por largas horas, pero volvió a abrir las puertas, haciendo que, tras el desespero de salir, terminara golpeándolo en la cara a él.

Me dejé caer en la cama, tratando de coger algo de aire. La caoba del armario se sentía áspera, pero bajo la adrenalina y la desesperación de salir de ahí, no había sentido siquiera el ardor de las raspaduras en el dorso de mi mano. Pude darme cuenta de ellas, al notar la mancha de sangre en las sábanas blancas. Eran superficiales, pero estaban ardiendo.

El cabello cubría parte de mi rostro. Levanté la cabeza al sentir que se sentó en la cama. No sabía cuáles eran sus intenciones, pero la expresión molesta y amargada que por lo general tiene, no estaba plasmada en su rostro ahora.

—Infeliz — murmuré, con ese nudo atorado en la garganta.

No articuló palabra alguna, pero su mano volteó la mía, contemplando fijamente mi muñeca. Su tacto es tan frío.

—Oh, pobre alma en pena— deslizó su dedo índice en mis marcas—. Tan miserable.

Elevó mi mano a la altura de su rostro. Parecía buscar algo, aunque no sé exactamente qué. Intenté retirar la mano, pero sus uñas se clavaron en mi piel ahogándome un quejido.

—¡Me estás lastimando! ¡Suéltame!

—Los humanos son tan frágiles y chillones. No soportan nada.

¿De qué está hablando?

—¿No es morirte lo que tanto anhelas? La solución la tienes al alcance de tu mano. 

Tenía la sensación de que esos ojos oscuros me estaban absorbiendo. Mi cuerpo se sintió débil de repente. Cada vivencia y recuerdo que tuve con Marcus se reproducía en mi cabeza, trayendo junto a ello ese sentimiento de melancolía, tristeza y soledad.

—Sí, sí quiero — esa respuesta salió tan natural y de lo más profundo de mi ser.

En sus labios se dibujó una sonrisa, pero justo antes de que su acercamiento fuera más de lo que podía soportar, hubo un fuerte toque en la puerta que me hizo regresar de vuelta a la realidad.

—Sé que estás ahí — oí la voz de Azazel al otro lado de la puerta.

Ansel hizo un gesto de molestia y se levantó de la cama para abrirle.

—¿Qué quieres? —le habló con aspereza.

—¿Te parece correcto estar en la habitación de una niña a solas? Ahórrate los problemas.

—Fue ella quien me trajo, ¿no es así, gatita? — se fue, dejando a su hermano con la palabra en la boca.

Me puse de pie y él entró a la habitación. En su semblante noté preocupación.

—¿Estás bien?

—Sí — llevé mis brazos a la espalda.

—Mi hermano siempre ha sido sumamente introvertido. Además, se estresa fácilmente cuando hay visita.

—¿Por qué me lo dices?

—Siento que te está dando problemas. ¿Te hizo algo?

Las palabras de Ansel se cruzaron por mi mente y negué con la cabeza.

—No, no me hizo nada.

—Puedo oler… — guardó silencio por unos instantes—. Te oí gritar—se retractó—. ¿Por qué me mientes?

Redención [✓]Where stories live. Discover now