No soy

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—¿Vampiros? Eso hace mucha lógica y responde muchas de mis dudas. 

—¿Ansel es tu amo? 

—¿Mi amo? Yo no tengo amo. Ni que fuera un animal. Entonces, ¿no sabes por qué todos aquí tienen esos collares, incluyéndote?

—Todos nosotros somos humanos. Al menos los que estamos en este piso y quienes tenemos esto. Excepto él— miró discretamente hacia Louis—. Nos han puesto esto para que sepan que tenemos dueño y nadie se atreva a tocarnos. Aunque, eso no es garantía de que no lo hagan. Hace dos días había una chica con nosotros, de hecho, ella ocupaba la silla que ocupas tú ahora. Ella se quitó el collar e intentó huir a plena luz del día y nunca más regresó. Son unos monstruos. 

—Cálmate, ya encontraremos una solución. Por lo pronto, lo mejor será mantener un bajo perfil y hacer lo que digan. Por lo que vi abajo, ellos son más que nosotros, son fuertes y se creen superiores por ser lo que sea que sean. 

—¿Por qué no tienes ninguna mordida en el cuello? ¿Te ha mordido en alguna otra parte? 

—No lo sé. 

—¿Cómo que no lo sabes? 

—Tengo muy vagos recuerdos de las veces que me ha mordido. Solo sé que al día siguiente las marcas no se ven, solo duele un poco el área. 

—¿Un poco? ¿Cómo es posible que un poco? Es horriblemente doloroso. Ese hombre llega a mi habitación y va directamente a lo que va y se marcha, sin importarle mis lágrimas o mi dolor. Es un monstruo. 

—Baja la voz.

Ansel nunca me ha tratado de esa manera. A pesar de ser tan abusivo, verbalmente hablando, en las dos ocasiones que me ha mordido, no tengo recolección de que se haya comportado como un animal, ni siquiera puedo describirlo como un dolor insoportable. 

—¿También pierdes el conocimiento? — cuestionó curiosa.

—Sí. 

—Si nos quedamos más tiempo aquí, no saldremos vivas nunca. 

Nuestra conversación fue interrumpida por el maestro, con el pedido de que tomaramos nuestros respectivos asientos. Su mirada me tenía nerviosa. No sé si es por todo lo que me dijo ella, pero me siento algo inquieta. 

Durante todo el día estuvimos de curso en curso. El maestro fue quien me brindó una libreta de apuntes y lápices. Ha sido muy amable conmigo. Eso sí, todavía no entiendo nada de lo que habla. 

Al mediodía vino Ansel a recogerme y me trajo el almuerzo en una bandeja cerrada. No fuimos al supuesto comedor que hay en este piso, él me trajo a un aula vacía para que, según él, comiera con más calma y tuviera privacidad. De hecho, me sacó del aula antes que al resto. En ese tiempo no intercambiamos palabras, solamente miradas incómodas. 

Ya cuando regresamos a la mansión, había caído la noche. Estaba muerta del cansancio. Era como si pudiera oír la voz del maestro en mi cabeza. Habló demasiado. Ni en las clases regulares hablan tanto. 

Ansel no vino a la habitación en toda la noche, se presentó bien temprano en la mañana, cuando vino a sacarme de la cama. Estaba tan cómoda y tenía tanto sueño que me costó mucho trabajo ponerme de pie. Dejó sobre la cama otro vestido, el cual ni atención le presté, porque las palabras de Azazel se hicieron presentes en mi cabeza. 

—Yo no quiero ponerme esa ropa — le dije. 

—¿Qué has dicho? — se regresó, antes de abrir la puerta de mi habitación con intenciones de marcharse.  

—No quiero ponerme eso— repetí. 

Frunció el entrecejo, achicando los ojos y sin perderme de vista. No lo sé, mis pensamientos se desorganizaron de repente, es como si una barrera se hubiera creado en mi cabeza, haciendo que sea incapaz de pensar con claridad. Mi cuerpo se sintió igual de liviano que mi cabeza. 

—Haré de cuenta que no dijiste eso. Ve al baño y vístete. 

Mis piernas se movieron solas, pero no en dirección del baño, sino hacia él. 

—No—volví a negarme. 

Sentía que alguien más estaba controlando mi cuerpo y mis acciones. Su expresión cambió por una más retante y furiosa. Aun así, continuaba caminando lentamente hacia él. 

—Si te gustan tanto esos vestidos, ¿por qué no te los pones tú? —una risa se escapó de mi garganta—. No soy una muñeca para andar vistiendo trapos ajenos. 

La mirada asesina que me estaba dedicando, por alguna razón, la encontré divertida.

—Que te quede claro una cosa, Ansel— me detuve frente a él, apuntándole con el dedo en el pecho—. Si tanto te mueres por verla, búscala, porque esta que está aquí, no va a cumplir tus caprichos. Yo no soy Jana. 

Redención [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora