Condena

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Me encontraba al borde de un acantilado. La luna destellante en su máximo esplendor, la fría brisa mantenía erizada y helada mi piel. Pese a eso, admiraba la hermosa vista que me fue regalada. El mar se veía furioso, las olas chocaban en el camino rocoso, provocando temblores en lo alto de donde estaba de pie y asomada. Era un lugar que, de algún modo, me resultaba familiar, como si hubiera estado alguna vez aquí. He tocado fondo incontables veces. Tal vez ese sentimiento de familiaridad venga a raíz de eso. 

No estaba sola, ahí se encontraba ella; Úrsula, de rodillas a mis pies descalzos y lamentándose, tapando su rostro con ambas manos y con su cabello despeinado, moviéndose al compás del viento. 

—¿Por qué lo has hecho, maldita? — se destapó el rostro, levantando la cabeza y mostrando las lágrimas de sangre que recorrían ligeramente sus mejillas—. Tú no lo merecías— su cuerpo se estaba deteriorando. 

—¿Y tú sí? —oí la voz suave de una mujer detrás de mí, y ahí la vi a ella; era Jana. 

Su cabello largo y plateado resplandecía ante la luz de la luna. Vestía el mismo traje abultado y negro de aquella foto que encontré en la gaveta esa mañana. Sus ojos azabache no perdían de vista a Úrsula. Su desprecio y odio hacia ella era palpable en el aire. 

Úrsula recitó unas palabras en un idioma que no pude interpretar. Su rostro sufría ciertos cambios, uno más terrorífico que el anterior. Los ojos le cambiaban de colores de marrón a negro, de negro a rojo y de rojo a amarillo. 

—Todo lo que has hecho es el mal. Quien siembra maldad, cosecha desgracias. Todo tarde temprano regresa a ti, por eso te condeno a vivir en la oscuridad eternamente, reviviendo una y otra vez tus actos protervos, llenos de iniquidad y envidia. Que cada acto o pensamiento destructivo y malvado se convierta en un puñal que abra tu podrida carne y las lágrimas que derramaron cada una de tus víctimas, sea la misma cantidad de sangre que derrames por toda una eternidad. 

Abrió la palma de su mano, de ella brotó un humo negro en el que se fue asomando un agujero negro que para Úrsula fue como haber visto al mismo demonio en persona, pues intentó huir de su cruel destino, pero al final, su cuerpo se convirtió en cenizas que se las llevó el furioso viento. 

Mis ojos engrandecidos se posaron en Jana, pues no sabía si ella representaba un peligro también para mí. Suspiró pesadamente, mientras cerraba su mano y la presionaba con fuerza.

—Gracias por liberarme— su agradecimiento no era algo que esperaba, pues en primer lugar, en ningún momento la he liberado. 

—¿Yo? Yo no te he liberado. 

—Has tomado un camino sin retorno. He terminado mi tarea aquí. 

—¿Qué tarea? 

—Protegelo—nuestras miradas se cruzaron y noté sinceridad en ella. 

¿Hablará de Ansel? 

—Mi bebé; tu bebé… 

—Espera un momento, ¿a qué te refieres con tu bebé? 

—Le has concedido el derecho a la vida a mi hijo. Has permitido que mi gran amor pueda tener a nuestro hijo de vuelta. Gracias por permitirme a través de ti que pudiera volver a reencontrarme con él y a experimentar lo que era la dicha de estar en sus brazos— sonrió relajada, antes de darme la espalda—. Cuídalos por mí. 

—¿A dónde vas?

—Ya es tiempo de irme.

—No te vayas. Él te necesita. Ellos te necesitan. 

—No puedo quedarme. Ha llegado mi momento. 

—¿Hay algo que quieras que le diga? 

Se volteó, quedándose pensativa unos segundos y luego sonrió. 

—No. Las cosas están mejor así. Él necesita avanzar y encontrar la felicidad que a mi lado nunca tuvo. Solo lo estoy reteniendo por mis deseos egoístas, pero de hoy en adelante, mi recuerdo se esfumara con el viento y junto a ello, encontrará el camino correcto.

Ella no le guarda rencor luego de todo lo que pasó.

Redención [✓]Where stories live. Discover now