ESPECIAL (CAPÍTULO TREINTA Y DOS)

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—No es difícil interpretar tu silencio. Entonces, ese tal Gabriel es con quién estuviste todo este tiempo.

—No sé quién es Gabriel. Tienes que creerme. Ni siquiera sé por qué mencioné ese nombre—froté mi sien, debido al dolor que se hacía presente en ella—. Pero está bien si no quieres creerme. Puedes irte entonces.

Me miró fijamente por un instante, tratando de descifrar mis palabras y mis ojos llenos de confusión. Sus ojos reflejaban una mezcla de incredulidad y preocupación. Pero en lugar de alejarse o irse, su rostro se suavizó y extendió sus brazos hacia mí.

Sin decir una palabra, me envolvió en un abrazo reconfortante. Sentí su calidez y su cercanía, y me permití dejarme llevar por ese gesto de consuelo. Mis músculos se relajaron y, poco a poco, me dejé guiar por sus movimientos suaves.

Me ayudó a tenderme de nuevo en la cama, con delicadeza y cuidado, y luego se tendió a mi lado. Su pecho se convirtió en mi almohada, un lugar donde encontrar refugio. Mis ojos se encontraron con los suyos por un instante, y en ese silencio compartido, supe que no estaba sola.

Sus brazos me rodearon con ternura, creando un escudo protector a mi alrededor. Pude sentir su respiración tranquila y constante, y cómo su corazón latía en armonía con el mío. En ese momento, no había necesidad de palabras ni explicaciones, solo existía la presencia reconfortante del otro.

El suave latido de su corazón se convirtió en una melodía que me arrullaba, invitándome al descanso y la tranquilidad. Cerré los ojos y me dejé llevar por la sensación reconfortante de estar en sus brazos. El peso de las preocupaciones se desvaneció lentamente, reemplazado por una sensación de serenidad y protección.

Me permití descansar, dejando que mis pensamientos se desvanecieran en la calma de la noche. Y así, con mi cabeza descansando en su pecho, me dejé llevar por la paz y el sueño reparador.

[...]

Al despertar en la mañana siguiente, abrí los ojos lentamente y me encontré con la suave luz del sol que se filtraba por la ventana. Parpadeé un par de veces, tratando de ubicarme en el tiempo y el espacio. Entonces, recordé que Bael había pasado la noche conmigo.

Me moví con cuidado, tratando de no despertarlo y me senté en la cama. Observé su rostro sereno y tranquilo mientras dormía, su respiración suave y regular. A medida que mis sentidos se despertaban por completo, me di cuenta de lo arriesgado que había sido que se quedase a mi lado durante toda la noche.

Sus ojos se habían mantenido vigilantes, protegiéndome en silencio mientras yo dormía. Podía imaginar los pensamientos y preocupaciones que habían pasado por su mente, el temor a ser descubierto y las consecuencias que podrían seguir.

Mis labios se curvaron en una sonrisa suave y cálida. Después de lo que pasó, pensé que se iría y no regresaría. Después de todo, mencioné el nombre de otro hombre en medio de ese momento tan íntimo entre los dos. Arruiné por completo la atmósfera que se había creado.

—¿Ya te vas? —se reincorporó en la cama, sentándose en el borde.

—Iré a bañarme. ¿Has estado en todo momento aquí?

—Sí—afirmó—. Roncas mucho.

Mi rostro se enrojeció de vergüenza ante su comentario malintencionado.

—Si tanto te molestó, pudiste haberte ido.

—Es hora de marcharme—sin decir nada más, se levantó de la cama y caminó hacia la ventana.

—Gracias—mi agradecimiento le hizo detenerse y mirarme por arriba del hombro—. Gracias por quedarte conmigo y velar por mi sueño.

—No estuvo mal, supongo.

Redención [✓]Hikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin