Nunca es suficiente

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Levanté mi mano por el arrebato del momento, pero la suya atrapó la mía y me acribilló contra la pared en pleno pasillo. 

—Esta mano tan perfecta debería aprender a quedarse abajo. Ojalá así mismo hubiese reaccionado con esas perras que te molestaban y tal vez las cosas hubieran sido diferentes. 

—Tanto que hablas mal de tu hermano, pero me parece que tú eres mucho peor. 

—Ten cuidado y no vaya a ser que salgas decepcionada por segunda vez por ser tan confiada. Se te nota a leguas que estás bien enganchada con mi hermano y puedo entenderlo hasta cierto punto, pero te sugiero que te desprendas un poco o vas a terminar lastimada. 

—Te equivocas. No estoy enganchada con nadie. Solamente le estoy agradecida por lo que hizo por mí. 

—Ustedes los humanos tienen una mente muy frágil y fácil de manipular. Piensan que todo aquel que se arrima en un mal momento, es porque tienen buenas intenciones—descendió su mirada a mis labios e inhaló profundamente, para luego exhalar de golpe—. Si mi hermano en algún momento hizo algo “bueno” por ti, da por hecho que no lo hizo por buena fe, sino porque tienes mucho que ofrecerle a cambio— me miró de arriba abajo y esbozó una media sonrisa—. Antes solo lo suponía— soltó el lazo que le hice al corsé—, pero ya es un hecho. Bienvenida a la familia, pequeño juguete— se apartó, caminando para el lado contrario al que se fue Ansel y el maestro.

¿Qué quiso decir con eso? La conversación que tuvo con Ansel esta mañana, por algún motivo, se cruzó por mi mente. Reemplazo, ¿eh? ¿Ese será el mensaje que está tratando de enviarme? Esta ropa ya me está haciendo sentir incómoda y disgustada. 

Aparte de eso, cada vez que él y Ansel usan la palabra “humanos”, confirman que, por más que lo parezcan físicamente, son todo menos eso. En realidad, ya lo confirmé anoche de nuevo, pero todavía no puedo descifrar en sí qué son. Lo único que no me queda duda es de que son peligrosos, diría que Azazel es el más que me da pavor. 

No me aparté en ningún instante de la puerta del aula. Tenía temor de perderme o que tuviera la mala suerte de encontrarme con alguno de esos chicos raros. Tenía mi mente saturada con tanto. 

—Él es el profesor Louis Ludwing. Será tu tutor de hoy en adelante. Ya vi que tuviste una larga e interesante plática con mi hermano. Asumo que ya te ha comentado que estarás asistiendo a este instituto todos los días. 

¿Cómo lo supo? ¿Nos estuvo espiando? ¿En qué momento? 

—¿Todos los días? 

—¿Tienes alguna queja al respecto?

Negué con la cabeza. 

—Eso pensé. Entra. Vendré por ti al mediodía. No te atrevas a salir de este piso sin mí y la gargantilla no te la quites. 

—De acuerdo. 

No lo entiendo. Mi gargantilla no es como el collar que tienen todos. Digo, jamás me dejaría poner algo así, ni que fuera un perro. Pero mi curiosidad es el porqué la usan. ¿Qué significa? 

El profesor me mandó a presentarme frente a la clase y, en realidad, fue bastante incómodo, porque todos me observaban con mucha atención y curiosidad, mientras que Ansel seguía asomado en la puerta. Por unos momentos olvidé hasta mi nombre. Quise salir de todo rápido, diciendo mi nombre y tomando asiento en la única silla que estaba vacía. 

Karol era quien me seguía mirando, incluso después de haberme presentado. Sentía que quería decirme algo, pero estaba algo distante, por lo que ninguna de las dos pudimos conversar. 

La clase continuó y, para ser totalmente honesta, no entendía un divino de lo que estaban hablando, pues el maestro pasó largas horas hablando sobre magia y todo sonaba como sacado de un cuento. ¿Quién podría tomarse en serio eso? No entiendo el propósito de estar aquí. 

Nos dieron un corto receso, de unos diez minutos, para ser exacta, antes de cambiar de materia. Esa oportunidad para mí valió oro. Aunque Karol y yo nunca hemos sido amigas ni cercanas, en la escuela, ella siempre estuvo en su mundo y con sus amigas. Aunque hablaba con Paola y las demás, no se pasaban juntas de arriba para abajo como el grupo de bichas lo hacía. De hecho, nunca se ha metido conmigo.

—¿Qué haces aquí? — preguntamos al unísono. 

Ella me agarró la mano para llevarme a una esquina del aula, donde nadie más pudiera escucharnos. 

—¿Qué haces aquí? — volvió a preguntar. 

—No lo sé. Acaban de traerme. ¿Y tú? ¿Por qué estás aquí y con eso tan molesto e incómodo en el cuello? 

—Tenemos que buscar la manera de escapar, Stacy. Estas personas están locas. 

—¿Por qué lo dices? 

—Han sido los peores días de mi vida. Mira — levantó un poco el collar, mostrando varios agujeros que tenía clavados en el cuello en dirección hacia su nuca—. Hay un hombre que me tiene de esclava, viene todas las noches a hacerme esto. Mira— descendió un poco la camisa blanca, enseñándome más de esas marcas, aunque en realidad, lucen como mordidas. 

Ahí fue que caí en tiempo. He tenido recuerdos del dolor y la sensación de desgarre en mi cuello, pero al día siguiente nunca he visto las marcas, aunque el dolor siempre está presente.

—Jamás había creído en la existencia de vampiros, hasta que esa cosa apareció en mi habitación aquella noche y me raptó de la mansión. Se alimentan de sangre y nunca es suficiente. 

Redención [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora