Afrodisíaco

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Me levanté de la silla para llevarle la daga y bajé la cabeza, pensando que iba a recibir un regaño o algo parecido, pues tal vez lo hizo por haberme visto distraída, pero no fue así.

—Quédate después de clases. Hay algo que quiero mostrarte. Regresa a tu asiento. 

Fue extraña su actitud, sobre todo la confianza y amabilidad con la que me trató, pero aun así, no dije nada, solo me limité a hacer lo que me pidió. 

Cuando faltaban quince minutos antes de salir, él despachó al resto de estudiantes y les exhortó a esperar a sus amos en el pasillo. Solo éramos él y yo. Asumí que lo que fuera a hablar conmigo tenía que ver con lo sucedido en clase. ¿De qué otra cosa podría hablar conmigo? Quizás el regaño venga ahora. 

Él estuvo buscando en la estantería minuciosamente, hasta tomar un libro de tapa negra en las manos, el cual pasó página por página mientras se acercaba a su escritorio. 

—Observa esto y dime qué ves. 

Puso el libro sobre el escritorio para que pudiera mirar las páginas, pero las dos que mostraba eran negras, no había nada escrito en ellas. 

—No hay nada, profesor. Solo son dos páginas negras. 

—Pasa la página. 

No entiendo a dónde quiere llegar con todo esto. Dejando mis dudas a un lado, decidí pasar la página, pero recibí una especie de corriente en mi mano que me hizo retroceder y chillar. Fue una sensación dolorosa, aunque momentánea.

—¿Qué ha sido eso? Me ha dado corriente. 

Lo miré asustada, mientras que él tenía una expresión neutral. 

—Solo es un libro que quiere regresar a su antigua dueña. Solo su dueña puede interpretar el contenido.

—No entiendo a qué quiere llegar con esto, profesor.

—Quédate con el. Confío en que le sacarás provecho. 

No entiendo nada de lo que dice. 

—Lo has visto, ¿cierto? 

—¿Qué cosa?

—Puedo verlo detrás de ti, alimentándose de tu energía y envenenando tu alma. Libéralo y libérate, ahora que estás a tiempo, porque si logra su cometido, vivirás siendo su esclava eternamente. 

—¿De qué está hablando, profesor?

—Nosotros no somos el enemigo, señorita Stacy. El verdadero enemigo, vive aquí en tu mente y en tu interior. 

—No puedo comprenderlo. 

—Muy pronto lo harás—cerró el libro, antes de hacerme entrega del mismo—. Llévalo contigo siempre. Te servirá para protección. 

—Gracias. 

Sus palabras estaban repitiéndose en mi cabeza como un disco rayado. No entiendo de qué estaba hablando, pero el simple hecho de recordar sus palabras me da escalofríos en todo el cuerpo. El libro lo dejé sobre la mesa de noche. No me atreví a abrirlo con temor a que recibiera otra corriente.

No podía dormir. Estaba desvelada. No tenía forma de saber qué hora era, pero debe ser muy tarde ya. Tengo mucha sed, pero no me atrevo a salir de la habitación. Aunque, si me pongo a pensar, desde que me trajo aquí de nuevo, Ansel no me dijo nada de que tenía prohibido salir del cuarto durante la noche. No creo soportar hasta la mañana. La garganta me arde gracias a ese simio idiota que me hizo llorar tanto esta mañana. 

Nunca he entrado al área de la cocina directamente, pero a esta hora no había ni un alma por los pasillos, por lo que dudo mucho que allí se encuentre alguien. La oscuridad me causa un sentimiento muy desagradable, tanto así que corrí directamente al ascensor, pues era donde único me sentía segura. 

Estando en la primera planta y caminando esta vez de puntillas, con tal de no alertar a nadie, escuché unas voces en la otra dirección del pasillo, por lo que avancé a entrar a la zona del comedor. Eran dos chicas jóvenes, nunca las había visto, pero estaban en pijamas. Salieron de la mansión vestidas de esa manera. Están locas. A esta hora debe hacer un frío infernal ahí fuera. 

Las neveras y refrigeradores eran gigantescos. Estaba atestado de comida. Vine por un vaso de agua, pero me vi tentada en tomar un flan de queso que venía empacado como para una sola persona. No creo que les moleste, después de todo, a ellos nunca los he visto comer. Además, apetecía algo dulce. Me lo comí a escondidas de la manera más rápida posible y me tomé por último el vaso de agua que tanto necesitaba, saliendo de la cocina tan pronto dejé todo en su sitio. 

Regresé al ascensor y cuando planeaba darle al botón, oí el gemido de una mujer proveniente del final del pasillo de dónde las mujeres habían pasado con destino a la salida. Mis mejillas se enrojecieron de la impresión. Era el mismo pasillo de los cuadros. No iba a investigar nada. Todo lo contrario, quería apresurarme para no ser descubierta. 

—¿A dónde vas con tanta prisa? — oí la voz de Azazel y me volteé para enfrentarlo.

—¿Qué haces aquí? 

—¿No debería ser esa mi pregunta? 

—Solo vine por un vaso de agua. 

—¿Ya viste lo suficiente? 

—¿De qué hablas?

—Ven — me agarró la mano llevándome con él hacia la pared, ocultándonos como si estuviéramos a punto de cometer algún delito. 

—¿Qué quieres? 

—Míralo por tu cuenta.

Me asomé discretamente, pues parecía interesado en que lo hiciera y me arrepentí al instante, pues me di cuenta de que se trataba de Ansel. Estaba acompañado de una chica que estaba en pijama como las otras dos que salieron. Estaba haciéndole exactamente lo mismo que me hizo a mí dos veces. Ella parecía extasiada en sus brazos y gimiendo,  mientras que él se veía bien entregado al momento. 

A mi mente vinieron las palabras de Karol. Entendí cuando dijo que para ellos nada no era suficiente. Por alguna razón, mi cuello se contrajo. Un sentimiento bien desagradable invadió mi pecho, como una punzada, y lo escondí detrás de una sonrisa. 

—Debes sentirte muy sola sabiendo que mi hermanito no te ha visitado durante la noche. Como ves, ha estado muy ocupado. 

—¿Qué crees que ganas haciéndome ver esto? ¿Que repudie a tu hermano? Ya lo hago, desde mucho antes de ver esta agradable escena. Si esto era todo lo que querías mostrarme, regresaré a mi habitación. 

Su agarre en el brazo me detuvo. Mi espalda chocó contra la pared y él me acorraló contra ella. 

—Hay que ser muy idiota como para desatender a una preciosura como tú— sus dedos se enredaron en mi cabello y contuve un suspiro por su repentino acercamiento—. Tú también necesitas de esto, pero él prefiere castigarte con la abstinencia. 

No sé por qué mi cuerpo estaba reaccionando un tanto extraño. Su fragancia actuaba como un afrodisíaco, tanto como el roce de su cuerpo con el mío. Por debajo de mi piel ardía, mi respiración se entrecortaba más a medida que los segundos transcurrían. 

—Te prometo que esta vez no soy yo, es tu cuerpo quien está invitándome, bebé— era la primera vez que veía sus colmillos afilados y puntiagudos.  

Su mirada era como la de un depredador acechando a su presa y dispuesto a devorarla. Sus mejillas lucían enrojecidas, por alguna razón lucía muy sensual ante mis ojos. 

Hundió su rostro en mi cuello, aspirando mi perfume y soltando un suave gruñido, el cual erizó toda mi piel. Tras sentir su aliento frío por la zona de mi oreja, junté mis piernas por la electricidad que sucumbió mi intimidad. Ahogué el gemido que eso me provocó en la mano, por temor a que Ansel nos escuchara.

Quisiera más… más de esto...

Redención [✓]Where stories live. Discover now