Gracias

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—Stacy, yo no… 

—Suficiente. No tienes que explicarme nada. Soy la sustituta de tu gran y único amor— sonreí con ironía—. A diferencia de Úrsula, yo sí entiendo mi lugar. Cierra la puerta cuando salgas, por favor— me encerré en el baño, derrumbándome detrás de la puerta. 

No sé por qué le hice esas preguntas, si las respuestas son evidentes. Es ridículo pensar que por haber pasado una noche conmigo, eso implica que haya significado algo para él, de la misma manera que lo significó para mí. Claramente he confundido las cosas y olvidé el lugar que ocupo desde que me llevó de vuelta a la mansión. 

Soy tan patética. Ya me parezco a esa detestable mujer. Debería darme vergüenza humillarme tanto, el ser tan descarada y egoísta, porque así me estoy comportando. 

No debería sentir nada por esto, después de todo, casi ni nos conocemos y llevamos muy poco tiempo cerca. No sé por qué podría esperar algo de él, a sabiendas de que sigue amando a Jana.  

Recosté mi frente en las rodillas, sintiendo la humedad de mis lágrimas deslizarse por mis muslos. 

Es tan solitario aquí. Todo a mi alrededor se siente tan distante. Por más que lo intento, me cuesta tanto encajar aquí, en este lugar, en este mundo y con estas personas. No soy parte de ellos. No soy nadie. 

Ese sentimiento abrumador y asfixiante me atormentaba. Las voces en mi cabeza solo me recordaban lo insignificante que siempre he sido para todos. Para mis padres y para todo aquel que tiene la mala suerte de cruzarse conmigo. Ni los golpes llenos de odio e ira de mi madre, dolían tanto como este enorme vacío y opresión que siento en el pecho ahora. 

«Si no hubiera sido por tu padre, tú jamás hubieras nacido». Sonreí en mis adentros, pues son las únicas palabras sinceras que recibí de mi madre.

Probablemente él tampoco quiera verme, por eso se marchó y jamás vino a buscarme o me llamó para saber si estaba bien. Si le hubiera importado, así fuera un poco, no me habría dejado sola cuando más necesité de él. 

Percibí como si un insecto o algo parecido se hubiera detenido en mi pierna. Levanté la cabeza para mirar de qué se trataba y mis ojos se iluminaron por el resplandor de una mariposa amarilla que agitaba sus alas. 

Recordé la primera vez que la vi y fue ese día que fui tras ella y me alejé del grupo. Estoy segura de que era la misma, porque su color y el brillo la hacía única. No me atrevía a tocarla, pues se ve tan frágil y pequeña que temo dañarla. Porque tengo el don de que todo lo que toco lo daño...

Salió volando de repente hasta posarse en mi húmeda mejilla y permanecer quieta. No me atreví siquiera a moverme. Es hermosa. 

«No llores. Yo siempre estaré contigo, mi pequeña mariposa». Esas palabras me las dijo Marcus hace mucho tiempo. Me emocionaba tanto cada vez que me llamaba de esa manera. 

—¿Marcus? Eres tú, ¿verdad? — mis ojos volvieron a humedecerse. 

Incluso sabiendo que se acercó a mí con un motivo oculto, no me arrepiento de haberlo conocido y de haber compartido tanto juntos. Él siempre fue mi consuelo cuando más vulnerable me sentía. Mi compañía cuando todos me daban la espalda. El único que me entendía y siempre tenía las palabras adecuadas para reconfortarme. 

—Gracias por estar aquí. 

Redención [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora