Ganas de ti

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Han pasado nueve días desde que me dieron de alta del hospital. He regresado a casa, tal y como ansiaba. Lo único difícil ha sido el separarme de mis hijos. Aunque los veo dos veces al día, en cada viaje al hospital, me cuesta dejarlos atrás y tener que esperar tanto para volver a verlos.

Me tranquiliza saber que hoy podrán venir con nosotros a casa. A pesar de lo difícil que ha sido la recuperación y acostumbrarme a este cambio tan drástico, estoy muy emocionada.

Ansel y Louis han hecho las paces. Juntos buscan sorprenderme a cada rato con artículos para nuestros bebés. Remodelaron una de las habitaciones de la casa y la pintaron multicolor entre ambos. Cada vez llega alguno de ellos de la tienda con ropa nueva. El armario está a punto de explotar, ya no caben más prendas. Vala es quien me hace compañía cuando ellos salen a hacer alguna que otra diligencia, pues no puedo caminar largos tramos. Debo enmarcar que ambos han estado bien al pendiente de mí. Diría que a veces se pasan de sobreprotectores. No quieren que haga prácticamente nada, pese a que la herida no está enconada como antes. De hecho, extrañamente ha cicatrizado extremadamente rápido, aunque eso no quita que haya ciertos movimientos que me causan dolor todavía.

Ha sido una etapa muy linda, en la que me he sentido muy acompañada y apoyada por todos. En eso incluyo a mi padre, pues de mi madre no he sabido desde el incidente de ese día.

Ansel se ha estado quedando aquí, Louis cree conveniente que lo siga haciendo, por supuesto que yo también, y más ahora que nuestros bebés vendrán a casa hoy. Compraron varios globos y un cartel de “bienvenidos a casa”, algo que consideré exagerado, pues ellos no comprenden eso, pero bueno, si a ellos les nació hacerlo, no soy quien para empañar la emoción. Además, debo confesar que me gusta verlos tan felices.

He tenido que extraer fielmente la leche de mis pechos, porque la sensación de que están a punto de reventar como dos globos es dolorosa. Es muy sacrificado, pues a cada rato debo extraerla, pero he podido alimentar a mis bebés gracias a eso. No sé de dónde ha salido tanta leche, es sorprendente la cantidad.

Nada se compara a la alegría que sucumbió mi alma cuando pude por fin tener a mis bebés en los brazos, que pude deleitarme con su peculiar olor y el calor que emanaba de sus pequeños cuerpecitos. Todavía no hemos discutido sobre qué nombres le pondremos, pero es algo a lo que debemos sentarnos los tres a dialogar con más calma. Si no lo hemos hecho, es porque nos hemos enfocado en preparar todo para la llegada de ambos.

Regresamos a casa, donde mi papá se había quedado a esperarnos en compañía de Vala. Ya los había conocido en el hospital, pues fue a verlo varias veces, pero no había tenido el placer de sostenerlos. Ansel se veía tan celoso y sobreprotector, estaba rondando a mi padre mientras cargaba al bebé con temor a que lo dejara caer.

Me sorprendí sonriendo por su actitud, pues a veces tiende a disfrazar sus emociones, pero últimamente se ha abierto mucho a nosotros y eso me gusta. Si sonriera de esa manera más a menudo, no parecería tanto un ogro.

Ahora me sentía completa. Jamás había sentido lo que era tener una familia y ahora no me veo sin ella; o más bien, sin todos ellos.

Se siente tan bien y bonito verlos a ambos cargando a nuestros hijos con tanta delicadeza, cariño y ternura. Son memorias que deseo conservar para siempre.

Ambos estaban en turno para amamantarlos, pero comencé con mi princesa, pues es la más alerta que se veía. El doctor no se equivocó, su crecimiento ha sido acelerado. Su cuerpecito ha crecido muy rápido, como si quisiera alcanzar a su hermanito.

¡Dios, tiene los mismos ojos claros que su papá! Es tan adorable.

Louis se sentó en el sofá, dejando su copa encima de la mesa y acercándome el sorbete del vaso con jugo de uva que me había traído.

Con toda la situación, ha optado por alimentarse con las donaciones recibidas del banco de sangre. Lo mismo ha ocurrido con Ansel. Por obvias razones, no ha querido alimentarse de mí, y en gran parte, lo entiendo. No puedo exigirle que lo haga, y más ahora que necesito las energías para cuidar de nuestros bebés. Miento si no admito que me hacen falta sus buenas atenciones en ese aspecto y en todos los aspectos habidos y por haber.

El doctor nos recomendó no tener intimidad como mínimo por un mes, pero mi problema es que, por más adolorido o cansado que tenga mi cuerpo, esas ganas siempre están presentes y más cuando se acuesta a mi lado en las noches y percibo su aroma, el cual se ha vuelto un vicio para mí. 

Luego de amamantarlos a ambos y quitarle los gases con ayuda de Louis, los trajimos a la habitación para que estrenaran su cunita. Ansel estaba teniendo una conversación bastante privada con mi padre en la cocina.

—Mi amor, ¿podrías darme tú el masaje?

—Eso no se pregunta, mi reina.

Estos masajes en los pechos ayudan a la circulación e incluso a que el dolor no sea tan agudo. Él siempre tan complaciente, hasta siento que me estoy aprovechando de él.

—Me haces tanta falta— dejé escapar en voz baja.

—Eso no ayuda en este momento.

Sonreí al ver su mirada clavarse con la mía.

—Es como si pudiera oír la recomendación del doctor reproduciéndose una y otra vez en mi cabeza y ver las banderas rojas alrededor de ti, mi diosa— sonrió, sacándome una sonrisa también—. Creeme, todo lo que hago es por protegerte. Será mejor que te prepare el baño.

—No me huyas— su cuerpo se vio pegado a la pared con mi mandato, como si una entidad invisible lo hubiera detenido ahí para mí—. Solo quiero un poco de ti— hice fricción con mi cuerpo sobre el suyo y hundí mi rostro en su cuello, deleitándome con ese aroma tan varonil y afrodisíaco que erizaba toda mi piel—. Te deseo tanto, mi rey— creé un camino con mi lengua en su cuello hacia su barbilla y oí su gruñido.

Redención [✓]Where stories live. Discover now