ESPECIAL (CAPÍTULO DIEZ)

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Azai

Entre mi hermana y yo hemos estado observando a esa gente que llegó con nuestro supuesto abuelo. 

—Ninguno de ellos me da buena espina. Algo se traen entre manos—solté. 

—Han rodeado toda la mansión. Todo había estado tan tranquilo, hasta que llegaron. Me pregunto, ¿qué es lo quieren? No puedo leer sus pensamientos. Su mente es como un laberinto. 

—Ya lo descubriremos. 

—Vala tenía razón. Una tormenta se acerca y solo sobrevivirán los más fuertes. 

—Y seremos nosotros. Si esa gente intenta hacernos algo, no vivirán para contarlo. 

—Lo sé. Tenemos a la oscuridad de nuestro lado. 

—¿Otra vez hablando incoherencias?

—¿No sientes su presencia? Él no es como nosotros, es más fuerte y está en todas partes. 

—¿De quién hablas?

—De la oscuridad que habita en mamá. Él y ella son como las dos caras de la moneda. La primera vez que pude verlo fue reflejado en los ojos de mamá. Pensé que era nuestro enemigo, pero está atado a ella y es él quien la protege. Ahora mismo puedo sentir su presencia, es la primera vez que lo siento tan cerca. Es como si estuviera aquí, con nosotros, y no sé por qué ese pensamiento me hace sentir segura. 

—¿Por qué estás tan segura de que no es como nosotros? 

—No lo sé, simplemente lo siento. 

—Los últimos acontecimientos te están haciendo perder la cabeza. 

—Tal vez. Y hablando de los últimos acontecimientos, ¿qué sucedió entre tú y esa mujer? Supe que te me adelantaste. 

—Eso no te incumbe. Son asuntos privados.

—Es una lástima que hubiéramos tenido que regresar. Me vi en la obligación de cortar en el mejor momento. Tengo tanta hambre. 

—No podemos regresar al territorio de esos cazadores. Al menos no por un tiempo. 

—Eso no es justo. ¿Tú puedes y yo no?

—Ninguno de los dos lo hará.  

—Como si no conociera que tienes tus mañas. 

«¿Mis mañas?», pensé. 

Por supuesto que las tengo. Todo es permitido, siempre y cuando no ponga en peligro a mi familia. Nadie tiene que enterarse. 

Iria

He fallado al juramento que hice el día que fui recibida en la hermandad. Cada sacrificio en este momento ha sido en vano. Si algún miembro de la hermandad o mi líder Fausto descubre que mi cuerpo fue marcado por un vampiro, seré exiliada o sacrificada. 

He cubierto la marca con la ropa, pero eso no es garantía de que no sea descubierta por alguien. No puedo evitar sentirme sucia cada vez que mi mente es sucumbida con los recuerdos de ese suceso. 

«¿En qué momento dejé las ventanas abiertas?». Joder, hace mucho frío. 

Cerré las ventanas, quedándome por unos segundos contemplando la luna. Es hermosa la vista desde la torre. Me quedaría más rato viéndola, si no fuera porque mañana nos espera un largo día. 

Tumbé mi cuerpo sobre la cama, cubriendo solo la mitad de mi cuerpo con la sábana y apagando la vieja lámpara que yacía colgada del respaldo de la cama. 

Cerré los ojos, teniendo como objetivo dormir, cuando sentí que algo o alguien me había desprendido de la sábana de un tirón. Quedé sentada en la cama, en el mismo instante que mis sentidos se pusieron en modo alerta. Había algo en la oscuridad, una sombra de ojos rojos observándome desde las patas de la cama. No hizo falta que se moviera para escuchar del lado izquierdo que aseguró la puerta pasando el seguro. 

Era él, estaba segura. 

Traté de tomar en las manos mi arma, la cual dejo siempre debajo de la almohada, pero esta no se encontraba ahí. No aparecía por ninguna parte. 

Los talismanes que hay alrededor de la torre y en cada esquina de la habitación, no surtieron ningún efecto en él, se supone que logre repeler a cualquier vampiro. Solo confirma mi teoría de que él no es enteramente vampiro, es algo más y mucho más fuerte de lo que creí, como para entrar desapercibido a nuestro territorio. 

—¿Cómo te atreves a regresar? ¿Qué quieres? 

No puedo avisarle a los demás que él está aquí o seré interrogada y podría salir perjudicada por su culpa. 

Arrastró mi cuerpo hasta el borde de la cama al tirar de mi pierna. No hizo falta que moviera ni un solo dedo para lograr su cometido, abriendo las dos de par en par. Me tapé con las manos, pues debido a la batola que llevaba puesta, tuvo que haber visto mi prenda íntima. 

—¡Maldito degenerado! Algún día te cobraré con creces esta humillación. 

—¿Y por qué no ahora? Estoy intrigado por saber cómo lo harás. Enséñame. 

Redención [✓]Where stories live. Discover now