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Todos nacemos con un destino trazado, regido por el universo, que crea conspiraciones que nos animan a actuar de ciertas formas, pero somos nosotros los únicos que deciden aquello. Nosotros mismos podemos destruir lo que el destino tenía planeado para nuestras vidas.

— ¿Entonces sí jugarán conmigo al volver? — cuestionó la pequeña Yuna de doce años, a lo que sus hermanos asintieron sin dudar. — Deberán contarme cómo es una escuela de verdad. No se les puede olvidar ningún detalle, ¿de acuerdo?

Yeji tocó su hombro y le sonrió, siendo esto una afirmación de su parte.

— En realidad tienes suerte de que no te obliguen a ir. — comentó un Hyunjin de quince años. Los hermanos mayores estaban esperando en la habitación del príncipe heredero a que el secretario real les avise que los autos en donde se irían ya estaban listos. — Me gustaría quedarme aquí, dormir, jugar y comer sin complicaciones, y sin largos viajes.

— El palacio es incluso más grande que esa escuela, Yuna. No te perderás de mucho. — animó también Lia.

— Pero hay otros niños allí . . . En cambio aquí estaré sola. — murmuró cabizbaja la menor de los Hwang.

De repente Yeji pasó un brazo por sus hombros. Ambas hicieron contacto visual, y la mayor acarició su cabello negro con delicadeza.

— Te propongo algo. ¿Qué dices si todos los días, al volver de la escuela, tú te escondes en un lugar secreto y nosotros te buscamos por todo el palacio? Ya estaríamos jugando con anticipación, ¿no crees? Así que deberás estar atenta de la hora de nuestra llegada. ¿Es un trato? — propuso motivada, y aunque notó una pequeña sonrisa de labios en su hermanita, supo que faltaba algo más. — Vale también el laberinto.

— ¿Qué? Yeji, no te excedas. — se quejó Hyunjin con un puchero molesto.

— ¡Acepto! — exclamó la pequeña Hwang eufórica, por lo que su hermano mayor se calló de inmediato.

Si Yuna estaba feliz, entonces todos ellos lo estarían, porque ella era el farol del palacio. La niña más alegre y extrovertida que conocía a cada una de las personas que trabajaban en aquel palacio, donde pasó sus diecisiete años de vida encerrada, leyendo, escribiendo, dibujando, cantando, bailando, y todo lo que se podría hacer con tanto tiempo libre.

Nunca careció de amor.

Nunca careció de dinero.

Tenía un estatus elevado, y una vida de ensueño.

Pero se le había arrebatado desde muy temprano algo sumamente importante para el ser humano . . . Su libertad.

Libertad que le hubiera gustado usar para conocer, explorar, estudiar, viajar y muchas cosas más que le mostraban los libros entre sus páginas.

Hwang Yuna comenzó a ser consciente de su situación cuando se vió a sí misma sola en el enorme palacio, sin sus hermanos, con unos padres ocupados, y unos empleados que ni siquiera se atrevían a mirarla fijamente por más de cinco segundos.

Sabía que no le faltaba nada. Estaba viva. Estaba tan viva . . .

— Pero no estoy viviendo. — susurró para sí misma cuando se sentó en el césped, en medio de todo el laberinto que había recorrido durante más de dos horas, esperando a que los mayores vuelvan de la escuela. Miraba fijamente a la luna, que yacia en lo más alto del cielo, rodeada por nubes que la acariciaban con delicadeza. Esa simple imagen la conmovió en demasía, por lo que estando sola y después de tanto tiempo, ella empezó a llorar desconsolada. — ¿Tú también te sientes sola? — le preguntó a la luna llena que decidió alumbrar su oscuridad. — Estarás bien . . . Mamá dice que todo tipo de sentimiento pasa, que nada es para siempre, a excepción del amor . . . — dijo entre lágrimas, mientras se abrazaba a sí misma con fuerza, pegando sus piernas a su pecho, sin importarle ensuciar su vestido. — Quisiera sentir algo así de eterno, ¿tú también? — volvió a cuestionarle, como si el astro pudiera responder. — Tenemos suerte . . . Somos de ayuda para muchos, ¿sabes cómo? . . . Porque tú, al igual que yo, traemos tranquilidad a las personas. Mi familia me ve y piensa: oh, así es como otros disfrutan de la vida, no es tan malo vivir, porque ella disfruta sonreír, jugar, correr . . . Pero para ser sincera . . . — guardó silencio unos segundos, para luego negar con una sonrisa de labios. — Olvídalo . . . Estaré bien. Voy a estar bien . . .

S T R A Y : 𝒌𝒊𝒏𝒈𝒔 Où les histoires vivent. Découvrez maintenant