.•°•.|CXXVI. Gran avance|.•°•.

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.•.|Hace un día|.•.

Después de tener una charla sanadora con Jisung, Felix volvió a su habitación para por fin descansar después de un día tan agotador, sin imaginar que, al ir a su cama con la intención de dormir, se encontraría con la tímida sonrisa de la persona que había vuelto esa misma tarde.

Changbin se paró y miró al menor espectante. No sabía dónde había estado el pelirrojo, y no tenía la intención de averiguarlo, a menos que el menor sienta que era necesario que él lo sepa. Félix se acercó al mayor lentamente.

Ambos recordaron inconscientemente la última vez que se habían visto. La discusión que habían tenido había aparentado ser el punto final en su relación, pero al parecer el destino no tenía planeado separarlos.

Volví, y para ser sincero esperé que me miraras con resentimiento. Me preparé mentalmente para algo así de doloroso, y planee cómo poder recuperar tu perdón. Jamás esperé que me recibieras con un-

Y entonces fue interrumpido por un Félix que lo abrazó velozmente. Changbin calló al instante y le correspondió sin dudar. Se había preocupado por nada.

Cuando te vi supe lo que habías hecho. Lograste lo que tenías que lograr en tu reino, ¿verdad? . . . Estando solo, ahí, sin alguien a tu lado. Además, volviste, porque sabías que era lo correcto. Todo eso hace que me sienta orgulloso de ti, Changbin. — admitió el rey Lix en voz baja. El mayor reprimió sus lágrimas. No quería volver a llorar. Estaba muy feliz como para volver a bañar sus mejillas. — Siento mucho no haberte comprendido en ese entonces. Estaba tan enojado que los celos me cegaron. En serio lo siento.

Changbin negó repetidas veces en medio del abrazo.

No es tu culpa, mi amor. — le murmuró con una voz inestable.

Félix lo apegó aún más a su cuerpo.

Las personas que se aman hacen todo lo posible por estar al lado del otro, pero eso es sólo físico comparado a lo sola que debió haberse sentido tu cabeza. Sin alguien que te oriente o te proteja en tu reino. Debió ser muy difícil para ti. Lo siento mucho, Binnie.

Sin querer, el menor había comenzado a llorar también.

Aquella noche ambos permanecieron abrazados hasta que las temperaturas de sus cuerpos reclamaron un descanso. Luego se besaron, se echaron en la cama, se acariciaron donde sólo los novios pueden acariciarse, y llenaron la habitación de alientos y suspiros que los amantes sólo pueden soltar.

El amor comenzó a embriagar hasta sus mentes, dejando a la razón de lado, siendo sus cuerpos controlados por el corazón, desactivando su cerebro y su consciencia.

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