Prólogo: La reina fantasma

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Como un fantasma, deslizándose sin rozar el suelo, la bella figura se movió por la habitación. Relucía y dejaba a su paso, por allí donde ondeaban su cabello y el fino velo de su vestido, una estala del color del oro, brillante como ceda de un millar de estrellas que se desvanecía tras unos instantes en el aire.

Ella, esa hermosa mujer de cabello claro era lo único en el pequeño cuarto que brillaba, pues se hallaba en la más pura oscuridad. La misma oscuridad en la que permanecía encerrada desde hacía más de quince años.

Recordaba el momento, revivía las circunstancias que la llevaron a ese destino. Aquella beba de ojos tan azules como una noche de luna... Al verla en brazos de su madre resultaba imposible no admitir su belleza, y al verla crecer entendías que aquel superfluo dote de nacimiento no era nada comparado con lo que la pequeña había elegido ser. Tan dulce y amorosa.

La reina fantasma, aún la recordaba sujetando su mano cuando comenzaba a dominar su magia, la recordaba escuchando con atención sus instrucciones y aplicándolas con sorprendente facilidad.

Pero recordaba también esa noche. Esa noche en que sus ojos dejaron de ser de ese bello color que había heredado de su padre. Recordaba haber visto en ellos, de un tono mucho más negro que el carbón, un pozo sin fondo de rabia y egoísmo que no conducía a nada.

El fantasma perdió parte de su intensidad al dar un paso adelante. Su brillo disminuyó, dejando la habitación en penumbras. Un ínfimo instante de oscuridad antes de que en el centro de la pequeña sala reluciera un intenso resplandor, incluso más fuerte que la misma reina. La estrella dorada levitaba a un metro del suelo y en ella se proyectaban imágenes cambiantes, imágenes de sitios muy lejanos.

Uno tras otro, la reina observó dormir a cada uno de los niños. Niños... eso habían sido antes. En el afán de protegerlos de cualquier mal, la reina los vio crecer, crecer muy lejos de su hogar. Pero esa sería la última noche en la que descansarían en la penumbra de la ignorancia. Habían crecido y la espera de este mundo por sus futuros gobernantes acabaría.

La estrella apenas pudo mantenerse estable cuando cambió a la imagen de una chica, cuyo cabello rubio se extendía por su almohada mientras dormía. Desde el momento en que la reina descubrió en la Tierra la existencia de aquel ser se había esforzado por vigilarlo y, aun con años de práctica, le era difícil mantener estable la imagen cuando ella aparecía. La estrella de energía comenzaba a temblar, y lanzar destellos de luz y poder en todas direcciones, se descontrolaba y, ante las insistencias de la mujer fantasma, implotaba, habiendo robado con ella gran parte de la energía de la reina, quien tardaba meses en recuperar la fuerza suficiente para adoptar una forma en la cual mostrarse.

Y la razón de tanta destrucción provenía tan solo de la imagen de una niña humana dormida. Una niña humana a la que no se le podía perder de vista pues tenía un poder tan intenso que, al despertar un día de una pesadilla, y en un suspiro de miedo, podría transformarse a sí misma en un agujero negro, capaz de tragar la mitad del universo de un bocado.

—No lo harás— la voz del fantasma era etérea e inexistente, provenía de unos labios que no se movían. Hablaba a la niña dormida, rozando con los dedos de una mano trasparente los contornos de su imagen— Te protegeré, pequeña. No serás como ella.

IncontrolableWhere stories live. Discover now