Capítulo 47: Un recuerdo

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Más allá de la gran sala principal, la tumba del Rey de la Guerra se extendía por kilómetros debajo del reino Terra. Cientos de estrechos caminos subterráneos y habitaciones llenas de historias, relataban las hazañas del antiguo rey. Victorias oscuras, llenas de conquistas, muertes y sangre.

El grupo avanzaba muy junto, uno detrás del otro, pues el ancho del pasillo solo les permitía eso. Estaban en penumbras y se movían hacia un sitio oscuro. A su espalda, en la habitación que acababan de visitar aún quedaba una antorcha encendida pero, tan pronto se apagó, pasaron a estar completamente ciegos.

En esa extraña oscuridad sucedieron varias cosas igual de extrañas. Sucedió por ejemplo que, en el sobresalto repentino del miedo, sin pensar realmente en lo que estaba haciendo, Clara sujetó la única cosa que en el momento le pareció segura: la mano de Susan. La princesa de Aqua, si bien se tensó de inmediato, no fue capaz de negarle el gesto.

-Todo está bien -declaró Cindie con voz de comandante en el inicio de la fila. A su vez, hubo algo ligeramente suave en su tono que quizá Victoria pudo descifrar si estuviera ahí, la ley del hielo se esfumó por un momento, reemplazada por su necesidad de proteger a su amiga- Sigan avanzando.

Despacio, tanteando el suelo como si al siguiente paso pudiera desaparecer, el grupo se movió en la oscuridad. Clara y Susan cogidas de la mano a la vez que Lucía se apoyaba ligeramente en su amiga para asegurar que todo iba bien.

La luz invadió su siguiente paso con brusquedad, el fuego en las antorchas aumentó con violencia para luego atenuarse y permitirles observar su nueva ubicación. Clara y Susan se apartaron de inmediato, de forma casi instintiva.

Habían llegado a una habitación no muy grande, redonda, con las paredes cubiertas enteramente por un mosaico de piedras multicolor agrupadas y encastradas de forma perfecta para crear una imagen.

-Es Noctis- pronunció Mariano de inmediato.

No se trataba de algo difícil de deducir pues el castillo de delgadas torres con la oscura fachada del color de la ceniza, era el centro de la imagen. El resto era eso que el grupo había observado tantas veces desde las terrazas del castillo, el frondoso bosque nevado y los pueblos pequeños dispersos por aquí y allá.

-Pero... -Lucía avanzó un poco para observar de cerca la única cosa errónea en la imagen- ¿Qué es esto?

Señaló un edificio en el bosque, no muy lejos del castillo, que se alzaba casi tan alto como el propio palacio real. Una construcción hermosa, cubierta de esculturas de detallados trazos.

-Lo que sea -razonó Carlos con simpleza- Ya no existe. Pudo venirse abajo durante la guerra y no volvieron a construirlo.

-Tiene sentido... Pero me gustaría saber qué era, ¿una casa? ¿Algún tipo de edificio público? ¿un hotel? Alguien parece... haberle puesto las manos encima, me refiero... literalmente.

Pese a que algunos de los colores del vitral estaban algo gastados no había una gota de polvo sobre su superficie. Los trozos de roca estaban tan limpios que casi podían verse reflejados en ellos. Excepto por un sitio, cercano al edificio extraño, que llevaba una marcha negra con la forma de una mano.

Cindie apoyó su propia mano sobre ella. Al tacto era áspera e irregular, como si la mano que dejó la marca hubiera corroído y quemado la superficie.

La chica suspiró y cerró los ojos. Le invadió de inmediato una latente sensación de miedo y en el interior de sus retinas logró ver una imagen: una sonrisa de medio lado, en unos labios pequeños y rojos, repleta de crueldad y poder.

La mano de Cindie se apartó de golpe y sus ojos se abrieron.

-Hay rastros de magia negra -explicó en voz alta, a la vez que procuraba recomponerse del efecto que había causado en ella la sensación- Y no cualquiera. Amars debió llegar aquí en algún momento, no sé porqué pero... tengo la sensación de que encontró algo que buscaba, algo que se encontraba en ese edificio.

Por un momento todos permanecieron en silencio, con la mirada clavada en esa construcción desconocida, que parecía haber sido eliminada de la faz de Porren.

-Marizan nos dijo que hacía cientos de años que nadie entraba aquí. -Susan fue la primera en interrumpir el silencio- Entonces hay dos opciones: nos mintió o no sabía que Amars había entrado. Por lo que hay probabilidades... de que lo que estamos buscando ya no esté aquí.

Al final del laberinto de caminos, se hallaba una sala más, la última y más grande. Columnas de mármol adornaban un cuarto repleto de tesoros y recompensas de guerra. Metales preciosos, vasijas y cuchillos adornados que aún estaban sucios de sangre reseca.

En el centro de la habitación había una escultura de metal brillante que representaba la imagen de un hombre anciano con una larga capa y un traje antiguo durmiendo sobre un pedestal de mármol. Ese había sido, en sus últimos momentos, el Gran Rey de la Guerra.

En su dedo anular solía descansar un anillo con una gema brillante de color rojo, eso era lo que los príncipes habían acudido a buscar, un recuerdo del poderoso espíritu del rey.

Al llegar descubrieron simplemente una mano de metal rígida y vacía. No habían grandes marcas de batalla, pese a que el antiguo rey había agotado su energía intentando evitar que la princesa maldita avanzara.

Pero a Amars nada la detenía. Al momento de tomar el anillo, más de diez años atrás, lo había hecho pensando que el deslumbrante color de la gema combinaba perfectamente con el traje de batalla que había escogido para Prolico.

La joya allí permanecía desde el primer momento, descansando en el dedo del rey exiliado.

IncontrolableWhere stories live. Discover now