Capítulo 34: Frágil

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Los príncipes debían llegar a una isla pequeña, rodeada por las aguas que servían de límite con Noctis. Para llegar allí debieron cruzar el segundo océano más ancho del planeta, cosa que en la tierra pudo tardar días enteros en los más veloces aviones fue transformada en pocos minutos gracias a las driudas. Unas criaturas extremadamente curiosas que, según pensó Mariano al momento de verlas, «A Victoria le hubiera encantado conocer».

Quizá fueran luz, quizá agua, nadie se detuvo a explicar su composición a los príncipes y ellos por su cuenta no fueron capaces de deducirlo. Si nunca has visto una pues... quizá no alcances a entender a que me refiero porque es un tanto difícil de explicar. Imagina el océano. Imagina que por un instante el agua pasa a estar lo suficientemente tranquila para que logres ver tu reflejo en su superficie. Vale, pues mira un momento, mira fijamente tus propios ojos. Ahora imagina que ves lo que vieron ellos: la silueta blanca de algo o alguien reflejada en el agua. Imagina que te vuelves de inmediato y tras de ti no hay nada. Si has imaginado bien, creo que ya te haces una idea de lo que es una driuda. Si no es así, no sé, quizá algún día te topes con alguna y mis instrucciones te ayuden a identificarlas.

El grupo de príncipes pudo verlas con más claridad al entrar al submarino. Vehículo que podía llegar a superar a su versión terrestre, amplio y cómodo como para hacer una fiesta en su interior, cubierto de cristal para observar el exterior.

Cuando se sumergieron y las aguas limitaron la luz del sol que los alcanzaba, la oscuridad les permitió ver las siluetas de luz muy definidas. Ellas los saludaron al otro lado del cristal, tenían sonrisas tan luminosas como sus cuerpos.

Las driudas se juntaron en pequeños grupos, apoyaron sus manos sobre el exterior del vehículo y comenzaron a empujarlo. Partir costó algunos minutos, las criaturas empujaron el submarino hasta una corriente intensa. Lo siguiente fue lo más rápido a la vez que fue lo más turbulento. Los príncipes solo vieron la oscuridad del exterior con las manos de las driudas como única luz, luz que se distorsionó por la velocidad que el submarino adquirió de repente.

Nos les tomó mucho tiempo arribar.

Las driudas depositaron el submarino sobre las costas de una playa de arenas rojizas y aguas sucias de ceniza. La isla de los dragones. Su primera visita a tierras de Ignis.

El reino del fuego puede describirse como un sitio muy parecido a su gente, a sus reyes y, especialmente, al cabello de su princesa.

El tono rojo intenso del cabello de Clara podría confundirse con el color de la tierra, las rocas y montañas. Es un lugar en alto contraste, una descarga muy grande de color y luz para los ojos. En los troncos de los pocos árboles que crecen en aquellas tierras luce un color negro brillante, el color de la ceniza, da a entender que el fuego ha arrasado aquel lugar en repetidas ocasiones. Algunos de estos árboles a medio morir luchan por persistir, las hojas nuevas y verdes logran verse a varios metros ya que, pese a ser pequeñas y escasas, contrastan con el rojo del ambiente.

Los culpables de tanta negrura y ceniza: tres enormes volcanes dispuestos por la isla de una manera que parece estratégica para causar una cantidad enorme de estragos cada uno al erupcionar.

Las escaleras del submarino real se desplegaron para que nadie debiera preocuparse por mojar sus pies en la orilla. Los príncipes descendieron con cuidado y tan pronto como Cindie llegó a poner un pie sobre la tierra roja apareció el primer inconveniente.

Alertado por el movimiento, una criatura que descansaba a la sombra de una roca cercana al agua se incorporó alerta y lista para atacar. Esa fue su primera visión de un dragón. Salió de su escondite lentamente, dejando ver primero sus patas delanteras y su rostro amenazante. Sus escamas eran de un color azul verde brillante, al parecer le interesaba muy poco pasar desapercibido, sabía que estaba por arriba de cualquiera en la cadena alimenticia.

IncontrolableWhere stories live. Discover now