Capítulo 45: No puede ser real

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En algún momento, sin que ella supiera exactamente cómo, remover entre los dedos la gema del collar que pendía en su cuello se había transformado en un acto inconsciente. Cada vez que Victoria se halló en peligro, se encontró a si misma tomando la piedra y suplicando por ayuda, cuando estaba nerviosa sentir la palpitante sensación de la energía contenida allí le tranquilizaba, despejaba su mente y le permitía pensar con claridad.

El reino Terra era un sitio hermoso y complejo, con sus grandes minas de piedras preciosas y sus ciudades subterráneas, eso había pensado Victoria al poner un pie allí. Luego, tras pasar más de media hora sentada en una roca, concluyó que también resultaba un sitio terriblemente silencioso. El aire no era demasiado caliente pero no corría ni la más mínima briza, por lo que siquiera podía contentarse escuchando el suave baile de las hojas de los árboles que le rodeaban.

El silencio y la suave sensación de la gema en su mano, ambas cosas le otorgaron la perfecta oportunidad para que su cabeza se llenara de ideas. Había una expresión en particular que se repetía una vez tras otra: «Los mestizos del cielo».

El Rey de la Guerra había usado esa expresión para referirse a ella y el término no dejaba de darle vueltas en la cabeza. Podría ser simplemente una manera muy antigua de referirse a cualquier ser que no perteneciera a Porren pero con esa explicación los cabos no acababan de armarse.

«Los hijos del cielo ya no existen. Los mestizos no poseen poder, se destruirán a sí mismos, aplastados por su espíritu».

Victoria se volvió con velocidad a un lado. Pese a estar absorta en su análisis había logrado distinguir algo, un sonido leve. No corría la más mínima briza, pero ella creyó distinguir como las ramas de un arbusto a su espalda se mecían.

Alerta, ella se puso en pie a la vez que su corazón apresuraba el paso. Hubo un silencio, todo permaneció quieto y Victoria casi se convenció a sí misma de haber imaginado todo lo anterior.

Entonces la criatura se dejó ver. El pequeño ser avanzó despacio y con precaución, saliendo de entre las hojas verdes. No tenía para nada una apariencia peligrosa, su cuerpo era similar al de un apereá, una mota peluda y regordeta, con una naricita inquieta. Sin ser por una tenue línea blanca sobre su lomo, su pelaje era del color de las rocas por las que caminaba, un frío gris.

Quizá fuera una criatura adorable, pero Victoria temió dejarse llevar por las apariencias. En su planeta natal los animales más peligrosos no eran precisamente los grandes y feroces, sino aquellos pequeños, a veces coloridos, impregnados de letales venenos.

Pese a eso, no tensó su cuerpo al ver que se acercaba, sino que permaneció tranquila y quieta para no asustar al pequeño animal. Se sintió toda una observadora de la vida salvaje alienígena, adorable vida salvaje.

-Hola -murmuró ella, en un suave susurro, a la vez que se agachaba lentamente, con el afán de sentarse en el suelo y ver a la criatura de cerca- ¿Qué eres tú? ¿Estás buscando comida?

Luego de hacer la pregunta y notar como el apereá extraterrestre se acercaba aún más, ella se sintió un poco mal, pues no tenía nada que ofrecerle, aunque tampoco estaba segura de qué podía alimentarse y prefería no arriesgarse a envenenarla con comida humana.

El animal se ubicó muy cerca de la chica, olisqueó sus manos y, con actitud decepcionada, alzó la mirada al notar que allí no había nada.

Victoria se quedó petrificada cuando pudo ver de cerca los ojos del apereá. A la distancia le habían parecido grises como su pelaje. Al tenerlos en frente no vio gris, sino que, extrañamente, se vio a sí misma. No solo el iris, sino todo el ojo, era un espejo liso y perfecto en el que ella clavó la mirada y de inmediato se sintió incapaz de apartarla.

IncontrolableWhere stories live. Discover now