Capítulo 101: Huracán de rabia

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El viento se volvió un chillido. Un grito agudo; un grito de mujer.

En aquella zona boscosa de la Tierra las nubes se tornaron negras y no quedó rastro de luz de sol a kilómetros a la redonda.

Ese grito se transformó en un huracán de rabia, intenso y oscuro, que alzó la arena en torno a los pies de la humana y removió los arboles con extrema violencia.

Victoria creyó sentir como la espada perla atravesaba el cuerpo blando de Prolico, como se deslizaba por su carne capa a capa. Pero la punta del arma jamás penetró por completo al rey, no más que algunos centímetros, antes de deshacerse en el aire, transformada en ceniza blanca, que se perdió con la tormenta.

El intenso viento que comenzó a rondar entorno a ella le empujó con fuerza hacia atrás, haciéndole caer de espaldas sobre el agua del lago. Se sintió hundir, como si en esa zona el lago no tuviera fondo y unas manos con uñas de aguja le empujaran abajo.

Se resistió. Pataleó, pero su cuerpo no respondía. Ese grito de mujer que había traído el intenso viento estaba dentro de su cabeza, era un pitido tan fuerte que la humana sintió su conciencia irse poco a poco, a la vez que su cuerpo se hundía en aquellas heladas aguas.

Todo sonido se detuvo. Los ojos de la humana se entrecerraron. Parpadeó. Todo parecía demasiado oscuro para existir un arriba.

La falta de aire le hizo arder el pecho, sintió su garganta quemar. Pero no estaba dispuesta a morir. El instinto le obligó a patalear con fuerza, sus ojos buscaron la escasa luz de la superficie y consiguió empujarse hacia ella con sus últimos soplos de oxígeno.

Se arrastró como pudo fuera del agua, y, con los ojos apenas abiertos, tosió sobre la arena. Cayó de lado, deshecha, con una puntada de dolor en la cabeza. Y entonces lo vio. Justo delante de sus ojos.

La gema dorada que había permanecido pendiendo de su cuello desde su primer día en Porren se hallaba en el suelo, a solo algunos centímetros. De alguna forma, la cadena que la amarraba se había soltado. Sin el espíritu de Jansea Victoria no era nada, pues de la antigua reina nacía su magia. Sin Jansea para alimentar su poder su espada se había deshecho, impidiéndole acabar con Prolico de una vez por todas.

—Siempre... estuviste ahí —la voz de Prolico al decir esas palabras fue baja y soñadora— Justo delante de mis ojos... Debí saber... mi reina... mi amor... te amo, te necesito. Si algo de ti aún está aquí... muéstrate, déjame verte... déjame verte, por favor.

Los ojos del rey exiliado estaban empañados y rojos de lágrimas. De rodillas en el suelo, temblaba como un niño y miraba a su alrededor como esperando un milagro.

Victoria, aún sin fuerzas, no pudo más que observar la extraña escena desde su sitio sobre la arena.

Vio como Prolico cerraba los ojos. Como su pecho subía, llenándose de aire. Vio como una diminuta y triste sonrisa curvaba sus labios.

Entonces, entre las sombras y el viento, logró encontrarla a ella por primera vez. Allí estaba, en forma de una silueta difusa, una mancha oscura en el paisaje. La mujer que destruyó Porren 20 años atrás

Parecía extremadamente pequeña para cuanto se decía de ella.

Su cuerpo inexistente tomó el rostro de Prolico entre las manos y colocó sobre sus labios un beso lejano, apenas una caricia dulce, leve, nada para lo que el par de enamorados añoraba.

"Tienes que irte —musitó la suave voz de mujer— Toma el agua que necesitas y sal a Aqua, te protegeré de su poder hasta que estés lo suficientemente lejos..."

—No —lanzó el rey en voz alta— No me dejes de nuevo...

"Toma el agua —repitió ella— Tómala y solo hará falta la esfera de la luna. Hazlo y estaremos un paso más cerca de estar juntos de nuevo. Te estaré cuidando siempre, lo prometo, rey mío".

Prolico abrió los ojos. Reflejaron ferocidad y fuerza pese a estar fundidos en lágrimas.

Sin apenas mirar cómo había dejado a la humana, se lanzó corriendo hacia el agua del pequeño lago. Avanzó pocos metros antes de perderse en las profundidades para jamás volver a salir.

La tormenta, el viento y todo vestigio del extraño espectáculo que Amars había montado se esfumó. Victoria recuperó el aliento y se incorporó poco a poco. No podía entender cómo su tranquila mañana había acabado de esa forma tan escandalosa...

Respiró profundo y debió de juntar muchas fuerzas antes de atreverse a tomar la gema de Jansea del suelo. Lo supo tan pronto entró en contacto con ella: no quedaban rastros de Amars en la gema. No la sentía en el aire, no la veía entre las sombras del bosque.

Simplemente ya no estaba. Había regresado a su estado de total inexistencia.

—Jansea —musitó Victoria en un susurro, a la vez que apretaba la gema con fuerza entre las manos— ¿Aún está ahí, su majestad?

Por varios minutos, no obtuvo más que una leve brisa como respuesta. Su corazón estaba agitado, mas no estaba segura de que fuera eso lo que le impedía pensar con claridad. Le aturdían sus propias ideas.

El espíritu de Amars... había estado con ella durante semanas. Y lo sabía. Madición. Claro que lo sabía. Ella misma se lo había dicho: "Soy cómo tú, pequeña. No estás sola". Un rincón oscuro de su corazón lo entendía perfectamente, ¿quién podía ser si no ella?. Tenía que haber hecho algo, decírselo a Marizan, entregar la gema a los reyes. Pero claro...

—Ella me salvó —sentenció en voz alta, como buscando que con eso la frase cobrase significado—. Cuando Susan me cortó el cuello, cuando desperté en esa playa en Noctis... Amars salvó mi vida.

"Lo hizo, Vick —habló por fin Jansea, desde el interior del medallón— Solo por eso le permití entrar en ti. Hubieras muerto de no ser por su poder. Pero ya se ha ido. Puedo prometerte que no dejaré que vuelva a suceder".

Victoria suspiró, un gesto cansado y confundido.

Prendió la cadena que sostenía a la gema de nuevo en su cuello y entrecerró los ojos para sentir de regreso el palpitante calor de la reina del Sol. No lo admitiría, pero durante esos días, jamás llegó a sentir que cargar a Amars fuese un peso. La antigua princesa le había ayudado a dormir, le había hecho sentir acompañada y comprendida. Amars no podía ser el enemigo.

"Es más difícil que eso, Victoria. Amars te cuidó porque eres su sangre, pero es un alma rencorosa, no perdonará a los habitantes de Porren por lo que le hicieron. No se detendrá hasta acabar con todos ellos. Si regresa al máximo de su poder... no la parará nada".

—Puede cambiar —aseguró la chica, esperanzada y amable—. Si los reyes no la atacan, si todos se perdonan y hablan. Todo puede ser como antes de ese incendio.

"Masacró a cientos de miles, mandó hordas de demonios sobre las ciudades. No se vuelve al principio luego de eso. Admiró tu gran corazón, pero debes entender, Victoria, que hay almas que no tienen salvación. ¿Si?".

Claro que entendía. Siquiera llegaba a imaginar todo lo que la palabra guerra incluía, pero entendía. Veía el peligro, pero no soportaba que todos los habitantes de Porren se esforzaron en inculcarle la idea del destino, las maldiciones y las almas perdidas.

En lo más profundo de su ser, creía en los caminos, la redención y el perdón. Creía que, pese a todos los obstáculos, una persona siempre podía ser dueña de su futuro. 

IncontrolableWhere stories live. Discover now