Capítulo 117: Cascabel

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Prolico colocó un brazo delante de su sobrina. Era una señal clara: Detente.

Ante ellos la escena era terrible, cruel y desgarradora en su contexto, pero enormemente bella fuera de él.

El alma de Victoria era increíblemente luminosa, un remolino de destellos y bruma del dorado del sol. Fuera de su cuerpo, generaba una nebulosa de luz y sombras, de la que el Aria se alimentaba enloquecida.

Sus ojos aún estaban abiertos. Sus puños fuertemente apretados.

—Retrocede —repitió de nuevo Prolico, sujetando a Carmín por un brazo—. Aún no sabemos si el Aria podrá contenerla.

Las manos de la humana se movieron despacio, de forma casi instintiva, formando un pequeño hueco entre sus dedos delante de su pecho. Parecía rezar, mas, muy por el contrario, su gesto cobró sentido cuando, entre el destello de sus palmas, apareció la espada perla.

La antigua arma de los reyes del Sol relució con el fuego. Dorada y brillante. La chica la sujetaba con ambas manos sobre el mango de enredaderas.

En un movimiento tan rápido y potente que parecía fuera de lugar en la chica, la espada se incrustó en el suelo delante de ella, traspasando la roca como si fuera espuma.

—Corré —se apresuró a exclamar Prolico y, sin soltar a su sobrina, se lanzó con velocidad al exterior de la ciudad, esquivando el fuego que ellos mismos habían provocado.

Nicko fue el único que no huyó, no podía hacerlo, de hecho, seguía de rodillas y atado de pies y manos.

—¿Vick? —musitó, pero no obtuvo respuesta alguna— Vick...

La espada entre sus manos comenzó a brillar. Primero como un reflejo de la luna en el océano, luego, como la propia luna y, al final, se volvió un destello tan luminoso como el sol.

Esa luz comenzó a crecer en ella, más y más. Primero lento y luego, como una onda expansiva. Nicko siquiera pudo ver lo que pasó luego. Tuvo que cerrar los ojos, apretarlos con fuerza, para que esa luz no lo cegara.

Sentía su corazón latiendo con enorme fuerza. Aquello era de lo que Prolico le había advertido desde el inicio: se había enamorado de una bomba. Incluso así, él no sintió miedo. Había escogido confiar en la humana, se habría quedado a su lado incluso de no estar inmovilizado. Se lo debía. Se lo debía todo.

El silencio llegó de pronto. Tanto que Nicko siquiera era consiente de que antes lo invadía tanto ruido.

¿Dónde estaban los gritos? ¿Dónde había quedado el crepitar de las llamas, el sonido de las casas viniéndose abajo? ¿Por qué el aire ya no olía a humo y las cenizas no le ahogaban?

Nicko abrió los ojos despacio. Ante sus ojos aún había una imagen desoladora. La destrucción allí seguía, o al menos los restos de lo que había sido destruido, los recuerdos de las llamas. Solo que ahora eran eso precisamente: recuerdos. El fuego se había apagado por completo, hasta la última braza estaba ahora fría.

Las personas que antes buscaban cualquier cosa con la que salvar sus hogares, ahora solo deambulaban, algo perdidas, alguno confundido, alegres y deshechos al mismo tiempo. Vivos. Con aún esperanzas de reconstruir.

El fohis notó de un segundo a otro que sus manos ya no estaban atadas, la luz de Victoria había deshecho hasta el último gramo de magia oscura. Se volvió a la humana de inmediato. Ella estaba recostada sobre el suelo, su espada desaparecida, sus manos abiertas y blandas. Sus ojos cerrados.

—¡Vick!

Exclamó el chico. Lo roto de su voz se hizo visible en los últimos acordes de su grito.

—NO... Vick... Victoria, por favor.

Se arrastró hasta ella como pudo. Sabía, de alguna manera, que si intentaba ponerse de pie, su cuerpo temblaría lo suficiente para regresarlo al suelo.

Aún respiraba. Eso fue lo primero que notó. Pero también sabía que no significaba nada. Estar vivo es mucho más que un corazón latiente.

La humana no reaccionaba. No daba señales de captar sus palabras. No sintió nada cuando el tomó con fuerza su mano. No se movió ni un milímetro en cuanto él comenzó a llorar sobre su hombro.

Tenía los ojos aún empapados cuando se volvió al cielo. Victoria le había hecho ver las estrellas hace tan poco... le había dicho que podía ser un héroe. Él había fallado en todo...

Había un leve brillo en el cielo. Un extraño tornasol dorado.

Nicko se puso de pie para observarlo mejor. De repente, al mirar las estrellas, se sintió como si observara a través de una burbuja de jabón. Incluso más allá, si proyectaba su mirada hacia las afueras del pueblo, también era capaz de dilucidar ese extraño reflejo.

Debió recorrer todo a su alrededor con la mirada para acabar de entenderlo: Era un domo. Un gigantezco campo de fuerza con el brillo de la espada perla que cubría todo el pueblo. Eso era lo que había espantado las llamas, eso había quitado la ceniza del aire. Eso los había salvado. Victoria los había salvado.

Fue observando al cielo que captó también una última cosa: el Aria que Prolico había lanzado sobre Victoria aún rondaba el interior de la cúpula. Parecía pesada, como si hubiera comido demasiado, pero eso no le impedía seguir volando con rapidez hacia el límite del pueblo.

Ahí iba tintineando como cascabel todo lo que hacía a Victoria quién era.

Nicko se lanzó con rapidez a ella. Contaba con la posibilidad de capturarla, de que el domo la detuviera en su huida, pero debió suponer que la humana no haría un hechizo para retener contra su voluntad a ninguna criatura.

El Aria atravesó la barrera mágica como si nada y, tan pronto alcanzó el límite del bosque, ya estaba en manos de Prolico. Una burbuja de cristal como la que antes la mantenía cautiva volvió a aparecer, el rey desterrado la sujetó con una gran sonrisa enmarcada en sus labios y, antes de que Nicko pudiera hacer nada, se esfumó en el aire, haciéndose invisible como la noche.

Así había acabado todo. El inmenso poder de Victoria en manos del enemigo. La última esperanza de Porren desaparecida en el olvido.

La humana no reaccionaba.

No volvería a reaccionar.   

IncontrolableWhere stories live. Discover now